La breve eternidad de Rosanna Falasca: tango, juventud y despedida

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Rosanna Falasca interpreta el tango Madreselva en la película Arriba juventud, de 1971

Nació entre hilos, telas y canciones. En Humboldt, un pueblo agrícola de la provincia de Santa Fe, Rosanna Falasca llegó al mundo el 27 de abril de 1953. Fue la tercera de seis hermanos nacidos del matrimonio entre Ado Rino Falasca, un sastre de manos hábiles y garganta afinada, y Filomena Paula Theler, una mujer de temple firme y sonrisa tibia. En esa casa no se hablaba de música: se vivía.

El padre no solo cosía trajes, también bordaba melodías en los bailes pueblerinos con su pequeño conjunto. Y fue él quien, al notar que su hija tenía la voz limpia como la brisa de la llanura, decidió sumarla al grupo. La bautizó “Chany” y, junto con uno de sus hermanos comenzaron a hacerse un lugar en la historia como “Adito y Chany”, en el que ella cantaba y él con ocho años, tocaba el acordeón, y cuyo debut fue en Estación Clucellas. Ella tenía apenas diez años. No había telón, pero sí nervios. No había público masivo, pero sí una comunidad que se detenía a escuchar quien ya se encontraba preparada para eso: “Yo estudiaba canto con una profesora que era cantante lírica”, explicaría Falasca.

Sobre esa época, Daniel, otro de los hermanos, recordaría en charla con FM Sol de San Carlos Norte, Santa Fe: “Empezó Ado (h), estudiaba piano y acordeón, y ya cuando tenía 8 años lo incorporó mi papá a la orquesta con Chany, que tenía 10, y yo con el bajo eléctrico, tambíen con 8 o 9 años. Era una orquesta familiar, al punto que el baterista que vino después se casó con mi hermana mayor, todo quedó en familia”.

Adito, Chany y Dany, el trío de hermanos que comenzó con la música cuando tenían entre 8 y 10 años

Lo demás fue vértigo: giras por los pueblos vecinos, presentaciones en LT9 de Santa Fe, cámaras en Canal 13 de Santa Fe y de Paraná. “Era esa época de bailes en piso de tierra y techos de lona”, explicó Daniel.

Pero las pasiones no se apagaban ni en la madrugada: Rosanna también se sumergía en el estudio del inglés, el francés, la danza y las filosofías de Oriente. Practicaba yoga como quien pule un diamante. Quería más que cantar. Quería comprender.

Fue en 1967, en Canal 10 de Córdoba, donde una actuación encendió la chispa. En 1968 fue convocada al Gran Festival de Río Ceballos, donde, entre figuras consagradas, ella desentonó… por brillar demasiado. Cantó en italiano, con un aire de Sophia Loren y el fuego de una adolescente que sabía que el futuro estaba a punto de comenzar.

Rosanna Falasca junto con sus padres

Pero fue en enero de 1969, en Rafaela, cuando el destino cambió de tono. Esa noche compartieron escenario con, entre otros, Kano y los Bulldogs, y su representante y productor Julio De Martino escuchó la voz de la joven, se detuvo y, con el olfato agudo del cazador de talentos, le propuso un salto al vacío: ir a Buenos Aires. “Yo pensaba lo mismo. Creo que todos en casa pensábamos lo mismo. Y nos largamos a Buenos Aires. Encontré un lugar para ensayar en Chacabuco al 700, frente al hotel donde paramos”, rememoraría la cantante en una entrevista a la revista Siete Días.

En marzo de ese mismo año, la ciudad la recibió con su caos y promesas. El bullicio de San Telmo le dio la bienvenida en el café concert “Cabo 710”, donde la joven comenzó a tallar su nombre entre los adoquines de la bohemia porteña. En ese entonces, el repertorio era boleros y temas clásicos, pero sólo un tango: Madreselva.

El momento decisivo, sin embargo, llegó en agosto. Una noche cualquiera, el director musical de Canal 9, Santos Lipesker, la invitó a cantar. Rosanna eligió “Zingara”, en italiano, y su hermano la acompañó al piano. Luego, casi con pudor, confesó que sabía “un par de tangos” y entonó, claro Madreselva. Las cámaras grabaron. Nadie aplaudió. Silencio. Se fueron sin saber lo que vendría.

Rosanna Falasca brilló también en “Botica del Tango”

Al día siguiente, sonó el teléfono. La secretaría de Alejandro Romay, el Zar de la televisión, los convocaba. El corazón, en vilo. En la reunión, Romay y Jaime Yankelevich, dos titanes del medio, le hablaron sin rodeos: “Ya tenemos cantantes como vos, como Claudia Mores, Violeta Rivas… pero no tenemos a una tanguera rubia de ojos celestes. Las tangueras siempre aparecen de otra manera. Vos sos distinta. Hay un concurso de tango, pero no quiero esperar al jurado. Si ganás esta noche, te saco del concurso y te contrato”.

Rosanna aceptó ya que, como declararía después, en su infancia “había una pila de discos polvorientos y gangosos de Gardel, Azucena Maizani, Libertad Lamarque con los que yo me deleitaba como si fueran long-plays técnicamente perfectos”, al detallar sobre cómo venía ya entrenado su oído para esa música.

La escena parecía escrita por Discépolo: tensión, oportunidad y un escenario al borde del abismo. Debutó esa noche del 1 de septiembre de 1969, con apenas 16 años, en el programa “Grandes Valores del Tango” que conducía por entonces Juan Carlos Thorry. El jurado deliberó, pero no hizo falta. Era evidente. Ganó la ronda. Romay cumplió: la retiró del concurso y la contrató como artista exclusiva por cuatro años.

Rosanna Falasca comenzó interpretando boleros hasta que se volcó al tango

“Me parece un sueño estar en un programa junto a figuras como Hugo del Carril, por dar solamente un nombre, con personas que hasta hace tres meses eran para mí una especie de leyenda dorada, que sólo se asomaban al cine o a las grandes revistas”, declararía en ese entonces.

Daniel -quien desde 1986 es integrante de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires al mando del contrabajo- destacaría: “Fue todo muy rápido. Empezó una carrera meteórica, shows en la televisión y de ahí a todo el país y el exterior, yo la seguía acompañando y lo que me llamaba la atención es cómo la gente la miraba cuando ella cantaba, estaban hipnotizados”.

En un ambiente donde el tango era territorio de hombres duros y mujeres maduras de voz rasgada, apareció ella: rubia, joven, de voz clara, porte escénico y una frescura inusitada. Había nacido una estrella. Y el tango, por primera vez, se permitió soñar de nuevo.

Rosanna Falasca interpreta Malena en Arriba juventud (1971)

Con una claridad inusual y un gesto sereno, Rosanna confesó frente a los micrófonos de Radio Continental lo que ya para entonces se intuía: “Mi música preferida es el tango, y dentro del tango, el tango canción… ese de temáticas amorosas sublimadas”. No era pose. Su voz se deslizaba con dulzura en esos versos de amores imposibles, de despedidas elegantes, de pasiones dulces como el vino añejo. Tenía algo más que técnica: tenía sentimiento.

Era 1970, y mientras el país oscilaba entre convulsiones políticas y explosiones de rock nacional, ella brillaba en un café-concert porteño como Michelangelo, siendo parte del elenco estable de la casa. De esas jornadas aún es recordada la noche de las 500 personas asistiendo al show de Joan Manuel Serrat en ese recinto. El trovador catalán estuvo acompañado en aquella oportunidad por la propia Falasca, además de Jorge Sobral, Astor Piazzolla y Amelita Baltar, en un show de cuatro horas de duración.

Ese año también recorría la Argentina con su maleta cargada de partituras y vestidos. Las giras la llevaron a Uruguay, Paraguay, Brasil, Chile y Venezuela. También llegó a cantar en los Estados Unidos, donde, en un gesto que la define, rechazó contratos millonarios porque exigían algo que jamás estuvo en sus planes: abandonar su tierra.

Rosanna Falasca e un momento de relax en la playa

Fue el año en que se desdobló con gracia entre la modernidad y la raíz. Entre la balada con perfume de primavera y el tango clásico de faroles gastados y amores deshechos. El año en que demostró que el tango no era una camisa vieja que le prestaban: era un vestido que supo hacerse a medida.

Para el sello Diapasón, grabó un álbum luminoso, vibrante, acompañado por la orquesta de Lito Escarso, llamado Todo es amor. Allí dejó versiones memorables de obras como La canción de Buenos Aires, Malena o Uno.

Y cuando el disco ya parecía un tapiz perfecto, Rosanna ofreció un regalo inesperado: su versión de la Balada para un loco, ese himno de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer que dividía aguas entre los tradicionalistas y los vanguardistas. Ella no eligió bando: se sumergió en el delirio lírico del tema con voz clara, sin imposturas. Fue su declaración de principios. Era joven, sí. Pero no ingenua.

Tras ello llegaría el disco Bajo mi piel, con la orquesta de Luis Stazo. Allí dejó versiones memorables de “Amor de verano” y el que da nombre a la placa, ambos firmados por el propio Stazo, como si entre ambos hubieran tejido una complicidad estética y emocional. Pero también se permitió viajar a los orígenes, al corazón del género: interpretó con dulzura el vals “Dos corazones”, con letra de Ivo Pelay y música de Francisco Canaro, y se hundió en la pena contenida de “Sin lágrimas”, un clásico de José María Contursi y Charlo.

Rosanna Falasca y Tito Lusiardo, dos generaciones del tango frente a frente. “El veterano compadrito de Buenos Aires vuelve a la sala de El Nacional como experimentado actor revisteril. Su mayor deseo: enseñar las lides a su ahijada artística de 0Grandes valores del tango’. Ella, chocha de estar en ‘La revista de Buenos Aires’, se apura a aclarar: ‘No actúo como vedette, no quiero serlo porque no siento ese trabajo’, sin embargo para no defraudar a sus seguidores canta ‘Malena’, ‘Madreselva’ y ‘Balada para un loco'”. Revista Gente (1971)

En 1974, como si necesitara reafirmar su versatilidad, grabó una tercera placa. Esta vez se volcó de lleno al tango clásico. Y lo hizo con una autenticidad que desarmó a los escépticos. En esa grabación revivió temas como “El día que me quieras”, “Sur” o “En esta tarde gris”, donde su voz parecía caminar al filo del cuchillo.

Luego, en 1975, se integró al catálogo de EMI-Odeón bajo la dirección orquestal de Raúl Garello, uno de los arregladores más refinados de la escena tanguera. Cada grabación era una pieza de orfebrería emocional.

El cine también la quiso. Primero fue ¡Arriba juventud! (1971), luego Siempre fuimos compañeros (1973) y más tarde Te necesito tanto amor (1976). Allí su figura de estrella joven, de rostro angelical y mirada melancólica, se consolidó como ícono. El tango, por primera vez en mucho tiempo, tenía una representante que conectaba con la juventud. Pero no bastó.

Rosanna Falasca – Siempre Fuimos Compañeros

En 1978, junto a María Graña, Rubén Juárez y otros intérpretes de la nueva camada, se sumó a un ambicioso proyecto: la Cruzada Joven del Tango, bajo la batuta de Reynaldo Martín, conocido como El alemancito. Querían devolverle el tango a los jóvenes, arrancarlo de los cafés nostálgicos y hacerlo latir en peñas, clubes y festivales. No funcionó. El país no estaba listo.

En televisión encontró refugio. En “Botica de Tango”, conducido por Eduardo Bergara Leumann, Allí mostró su elegancia sin esfuerzo, su sonrisa transparente y esa capacidad única de llenar la pantalla con ternura. En 1982, grabó sus últimos dos discos, esta vez con Polydor y la orquesta de Orlando Trípodi. Eran registros maduros, con una voz que había ganado profundidad sin perder luz.

Pero la tragedia no da avisos. El 7 de noviembre de 1982, los médicos detectaron un cáncer. Fue operada de urgencia. Las noticias se filtraron. La prensa especulaba, sus admiradores rezaban. Para protegerla, su familia la trasladó a una quinta en Don Torcuato, partido de Tigre. Se buscaba paz, aire puro, recuperación. Ella pensaba también en su novio, el ingeniero Luis Hernández, con quien tenía previsto casarse.

Rosanna Falasca junto con Donald en una escena del filme Siempre fuimos compañeros (1973)

El 20 de febrero de 1983, con solo 29 años, Rosanna Falasca murió. La noticia se esparció como un suspiro colectivo.

Sobre esos últimos momentos, su padre luego recordaría: “Pobrecita, ella me decía ‘Papi, cantame’. Yo cantaba desde siempre, pero desde que comencé a dedicarme a ella, mi canto fue archivado, bajamos la cortina, se terminó. Pero bueno, esa noche estábamos al lado de la pileta y me pidió que le cantara La mentirosa. Era un lugar muy lindo donde pasó sus últimos días. Ella empezó a cantar otro tema y luego sí le canté La mentirosa, mi hijo me acompañó con el acordeón. ¿Usted sabe lo que es cantar sabiendo el final que va a tener una hija? Me sobrepuse y le canté todo lo que me pidió. Qué va a hacer… el corazoncito no quiso seguir adelante y se nos fue… ahora está en brazos de Dios”.

En el cementerio de la Chacarita, frente al panteón de actores, una multitud silenciosa despidió a la joven que había encarnado el tango. y fue recién en abril de 1995, sus restos fueron trasladados a un mausoleo en el cementerio de Humboldt. Volvió a su origen. Allí donde su padre la escuchó cantar por primera vez y supo, sin dudas, que esa niña rubia, su “Chany”, estaba hecha para conmover. El tango nunca volvió a tener otra como ella.

Fuente: https://www.infobae.com/tag/policiales

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