Las elecciones legislativas provinciales que se avecinan en mayo presentan un escenario totalmente abierto. No hay candidatos claramente destacados ni figuras que logren sobresalir con fuerza frente al resto. Esta falta de liderazgo definido se combina con una marcada confusión del electorado respecto a las funciones legislativas. La mayoría de los votantes no distingue claramente entre un senador y un diputado, y muchos confunden sus roles con los de intendentes o gobernadores, es decir, los perciben como si fueran parte del poder ejecutivo y no del legislativo.
En ese imaginario, tanto senadores como diputados aparecen como parte de un “negocio político”, cargos intercambiables que permiten a los políticos mantenerse dentro del sistema, más por conveniencia personal que por vocación pública. Esta percepción se ve potenciada por la escasa identidad partidaria, más del 70% se define como independiente, sin pertenencia ni simpatía hacia ningún partido en particular. En este contexto, los partidos son vistos como sellos vacíos, estructuras formales sin contenido ni propuesta real.
Milei contra el resto
La única excepción parcial a esta regla es el caso de La Libertad Avanza, que sí cuenta con cierta identidad, pero no tanto como partido, sino como significante del liderazgo de Javier Milei. Lo que tiene peso es la figura de Milei, no la estructura política que lo contiene.
Es un fenómeno similar al que ocurrió en México con Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Durante años AMLO militó en el PRD, un partido que solo lograba triunfos en el Distrito Federal y era marginal en el resto del país. Tras la crisis de representación que provocó el derrumbe del PRI (asociado a la corrupción) y del PAN (vinculado a la ineficiencia y la complicidad), surgió AMLO como figura alternativa. Al separarse del PRD, adoptó un pequeño partido llamado MORENA, que luego se transformó en la fuerza dominante, no por sus bases, sino porque representaba al líder que concentraba la esperanza de millones.
En Argentina, el proceso tiene trazos similares. El kirchnerismo es percibido como sinónimo de corrupción, empobrecimiento, manipulación y enriquecimiento ilícito de la clase política. El macrismo, principal fuerza opositora, arrastra su propio lastre, es visto como el partido del fracaso económico y de los intereses concentrados de los sectores más privilegiados. En ese vacío emocional y político, emerge Javier Milei como un referente disruptivo, que promete una recuperación de la economía argentina a partir de un mensaje fuertemente centrado en lo económico. Esa promesa, más allá de la retórica incendiaria, fue suficiente para consagrarlo presidente.
Hoy, ese clima de esperanza económica se mantiene especialmente entre los jóvenes, que visualizan como un logro el freno a la inflación, aunque los precios aún estén altos respecto a sus ingresos. Además, las apariciones internacionales de Milei fortalecen su figura, proyectando la idea de un país que vuelve a estar en el mapa global. Aunque existen críticas, como el desfinanciamiento de medicamentos para jubilados o su postura frente a la cuestión de género, la esperanza pesa más que el desencanto.
Entre los adultos mayores, esa esperanza se manifiesta más como una necesidad de no resignarse a haber votado mal. Hay un deseo de creer que, a pesar de los ajustes, la decisión tomada aún puede redimirlos frente al futuro.
El resultado es que Milei conserva un alto nivel de apoyo y no ha sufrido desgaste significativo. Esto tendrá un fuerte impacto en la elección legislativa. Los candidatos que se presenten como representantes de Milei, incluso si son poco conocidos, contarán con el voto de aquellos que desean que al presidente le vaya bien. En cambio, el resto de las fuerzas políticas no logra transferir respaldo desde sus partidos hacia sus candidatos. Así, puede decirse que esta será una elección de sello partidario para La Libertad Avanza, donde el peso está en el nombre de Milei, y de caras individuales para el resto de los espacios.
La clave: cercanía y confianza
Aunque el escenario esté dominado por partidos vacíos y figuras dispersas, la sociedad sigue esperando lo de siempre: un legislador honesto, cercano y con propuestas concretas. Lo difícil no es decirlo, sino hacerlo con capacidad, valores firmes y, sobre todo, credibilidad.
Lograr credibilidad es el desafío, y para ello se debe tener en claro que la figura ideal no es la del “político profesional” ni la del técnico iluminado, sino la del vecino que conoce la calle, que dice lo que piensa y cumple lo que promete. Se valora al candidato que no olvida de dónde viene, que mantiene el contacto con su barrio y que, una vez electo, no desaparece tras los muros de una oficina climatizada.
Se busca un legislador con ideas claras, capaz de debatir y proponer soluciones reales a problemas urgentes. Aunque los partidos pierden fuerza, se elige a quien inspira esperanza, especialmente entre los jóvenes que aún creen en el cambio.
Esta elección se disputa en dos planos: La Libertad Avanza se apoya en el sello y el arrastre de Milei, mientras que el resto deberá ganarse el voto cuerpo a cuerpo, construyendo confianza real. En ese escenario, el perfil del legislador no puede fingirse, debe ser auténtico o no será.
Lo que está en juego
¿Por qué es importante una elección legislativa? Lo que está en juego cuando parece que no se juega nada
En el imaginario popular, las elecciones legislativas suelen ocupar un lugar secundario. No tienen la épica de una elección presidencial, ni la cercanía tangible de una intendencia. A menudo pasan como un trámite más en el calendario electoral. Sin embargo, esa percepción encierra un peligro: subestimar el verdadero poder de las legislaturas y el impacto que tiene, sobre nuestras vidas cotidianas, lo que allí se decide.
La legislatura es el lugar donde se escriben las reglas del juego.
Cuando un ciudadano elige senadores y diputados, está votando a quienes definirán las leyes que rigen su día a día. Allí se debaten y aprueban cuestiones tan concretas como los presupuestos para salud, educación, seguridad, transporte, acceso al agua o conectividad. Se discuten impuestos, se aprueban o rechazan acuerdos con empresas y organismos internacionales, y se controla o se deja de controlar al poder ejecutivo.
Pensar que “los legisladores no hacen nada” es tan equivocado como peligroso. De hecho, cuando una legislatura no hace nada, suele ser porque le entrega todo el poder al gobierno de turno, debilitando el equilibrio que sustenta la democracia. Y cuando hace algo, como subir impuestos, congelar sueldos, beneficiar a ciertos sectores o ignorar problemáticas urgentes, lo hace en nombre de quienes, por acción u omisión, los sentaron allí.
En una elección legislativa se juegan dos cosas al mismo tiempo: el contenido y el control.
* El contenido. No es lo mismo una legislatura con mayoría de representantes sensibles a los problemas del interior, que un parlamento que repita fórmulas centralistas. No es lo mismo un legislador comprometido con su comunidad que uno que responde solo a la disciplina de partido.
* El control, porque la legislatura es el contrapeso del gobierno. Una mayoría automática, sin deliberación ni debate, convierte a cualquier sistema democrático en una maquinaria vertical. En cambio, una legislatura plural, activa y responsable, obliga a negociar, a justificar, a rendir cuentas. En definitiva, a gobernar mejor.
Una oportunidad que no se repite
Cuando la ciudadanía se ausenta o vota sin convicción, el poder queda en pocas manos y la política se transforma en un juego de estructuras vacías. Así, se perpetúan los mismos nombres y privilegios, y se pierde lo más valioso: el derecho a decidir con sentido y exigir con legitimidad. Hoy, muchos ciudadanos miran las elecciones legislativas con el mismo desgano con que se hojea un diario viejo. La política dejó de ser una promesa para convertirse en un desencanto. La distancia entre representantes y representados no solo es física, es simbólica, emocional y ética.
Las elecciones legislativas son una oportunidad concreta para corregir el rumbo, para equilibrar fuerzas, para dar lugar a voces nuevas. Son, también, una herramienta silenciosa pero poderosa para cambiar el futuro sin necesidad de revoluciones ni movilizaciones, sino con un voto pensado, informado y comprometido.
Porque cada ley que se sancione, cada presupuesto que se apruebe, cada designación que se convalide… llevará la firma de alguien que fue elegido. Y porque ese alguien, senador o diputado, no representa una estructura abstracta, sino a una comunidad real, de carne y hueso, que en mayo tendrá la oportunidad de hacerse oír.
Hoy, cuando el clima social parece anestesiado recordemos la célebre frase que dice: “La apatía es el enemigo más peligroso de una nación. Porque cuando el pueblo calla, el poder se grita a sí mismo.” Quien aspire a representar deberá estar dispuesto a caminar con la verdad, a hablar con el corazón, y a decidir no desde el cálculo sino desde la convicción. Hoy, más que nunca, es momento de recuperar la voz.