Todos recordamos el atardecer del 13 de marzo de 2013 cuando el cardenal Bergoglio emergía como Francisco I. Resultaba llamativo -cuando no emocionante- que un hijo de inmigrantes piamonteses; nacido en un barrio de Buenos Aires; “hincha” de un club de fútbol cercano; más tarde integrante de la Compañía de Jesús y luego obispo de su ciudad natal, arribara al trono de Pedro: es que se trataba del primer americano en la historia de la Iglesia y el primer no europeo en 1.300 años en ocupar ese lugar.
En esta breve semblanza del aporte bergogliano tras 12 años al frente de la Iglesia Católica, comparto algunas notas que ofrecen sus encíclicas y que muestran a un Francisco genuinamente universal: su mensaje aspira a contener a la humanidad toda, procurando resaltar lo común de toda ella más allá de las diversidades culturales; políticas; incluso religiosas y, desde luego, según las diversas capacidades y posibilidades físicas; sociales y económicas de las personas.
Su primera encíclica es “Lumen Fide” (Luz de la Fe), del propio 2013, acaso la menos propia pues, como él lo reconoce, un primer borrador corresponde a su antecesor, quien después de haber escrito sobre la esperanza y la caridad, estaba trabajando sobre la restante virtud teologal cuando su renuncia. El tema es la reivindicación del valor de la fe en la vida contemporánea ya que aquella, lejos de resultar, como muchos consideran, “ilusoria”, en tanto es recibida como un don sobrenatural, “tiene la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre”, completando así las limitaciones de una “razón autónoma” a partir de una mirada más integradora del sentido de la vida.
La segunda es de 2015, “Laudatio Si” (Alabado seas). Inspirada en el famoso cántico de San Francisco (“Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos…”), formula un contundente manifiesto en contra del abuso hacia nuestra casa común, consecuencia de una mentalidad utilitarista que ya había sido denunciada en la Política de Aristóteles, y que tampoco es ajena a los documentos liminares de la doctrina cristiana: la Biblia y el Nuevo Testamento, a los que cita. El papa aboga por una “ecología integral” que se aleje también de los excesos opuestos (los denominados “derechos” del medio ambiente) propiciando una “alianza entre humanidad y ambiente” en la que urge abandonar un relativismo no solo “doctrinal” sino, fundamentalmente, “práctico”.
En la tercera encíclica, Fratelli Tutti (Hermanos todos), de 2020, vuelve expresamente al santo de Asís para reflexionar sobre la “fraternidad y amistad social”. Para el papa, “san Francisco, que se sentía hermano del sol, del mar y del viento, se sabía todavía más unido a los que eran de su propia carne. Sembró paz por todas partes y caminó cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos”. Esta idea de insistir sobre el “vulnerable” como un igual -recurrente en la prédica de Francisco-, se profundiza en un documento de altísimo vuelo teológico y filosófico-jurídico, la “Declaración Dignitas Infinita” de 2024, tal vez su verdadero testamento intelectual. Pero la fraternidad abarca también al “otro” en tanto que distinto. Fratelli tutti se detiene en un episodio poco conocido pero de una vigencia contemporánea evidente: el viaje y posterior encuentro del santo con el Sultán Malik-el-Kamil, en Egipto, en los propios tiempos de las cruzadas y con el solo objeto de mostrar la común filiación divina de todo ser humano, más allá, en este ejemplo decisivo, de sus creencias religiosas.
La última, de 2023, “Dilexit nos” (Nos amó), se trata de una continuación de las dos anteriores “encíclicas sociales” ya que, expresa Francisco, “bebiendo de ese amor [a Cristo, consecuencia del amor de éste a nosotros] nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común”. Es que, profundiza, “‘El hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar’. Falta corazón”. Volver al corazón es, para el papa –en línea con el primer documento-, centrarse en “El amor de Cristo” que “está fuera de ese engranaje perverso” en “donde ya no hay lugar para un amor gratuito. Él es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente”.
Jorge Bergoglio, Francisco I, el papa que vino del “fin del mundo”, se va dejando un mensaje vigoroso y de lectura obligada (el eterno mensaje de la Iglesia de Cristo), confrontado y profundizado por el diálogo con pensadores y a partir de numerosas circunstancias vitales, respecto de puntos cruciales de la peripecia humana.