El sacerdote argentino Luis Okulik es doctor en Derecho Canónico, en Derecho Civil Internacional, en Ciencias políticas y es también experto en Geopolítica. Además de ser vicario judicial de la diócesis de Trieste (máxima autoridad judicial delegada del obispo diocesano), también es secretario de la Comisión de Pastoral Social del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), que aborda cuestiones sociales, salvaguardia de la creación, y migrantes y refugiados. Así, es uno de los miembros de la Iglesia que aborda los problemas vinculados a la migración, tema que preocupaba al papa Francisco. El padre Okulik conoció a Jorge Bergoglio mucho antes de que fuera el líder de la Iglesia Católica. Los primeros contactos ocurrieron en la década del 80 cuando el fallecido pontífice era rector del Colegio de los Jesuitas y el presbítero nacido en Chaco asistía al Seminario en San Miguel (Buenos Aires). Más adelante en el tiempo, ambos trabajaron con el cardenal Antonio Quarracino, y finalmente volvieron a hacerlo ya en el Vaticano, donde el papa Francisco lo nombró consultor del Dicasterio para las Iglesias Orientales. De todos esos contactos nació el conocimiento y el cariño mutuos.
La prédica del papa Francisco sobre la acogida y un trato humanitario hacia los migrantes ¿logró cambios en los países receptores?
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco indicó distintas situaciones que se verificaban en el mundo y que él definía como “heridas de la humanidad”. Sin duda entre estas graves situaciones se mostraba muy preocupado por los flujos migratorios y por los sufrimientos de los refugiados, que en muchas partes del mundo incluía la atrocidad del tráfico de seres humanos. Acoger a los migrantes, para él, no podía estar separado de la protección, promoción e integración de las personas en los contextos sociales y culturales nuevos en los cuales se encontraban. En muchos países, y en Europa en particular, se lograron buenos resultados, con una adecuada colaboración entre las instituciones civiles y las organizaciones de la Iglesia católica y de otras confesiones religiosas que se ocupan también de la asistencia e integración de los migrantes. Sin embargo, estos logros requieren una continua actualización, porque las condiciones políticas y culturales pueden cambiar, y la percepción del significado de la presencia de los migrantes en cualquier país de acogida puede también cambiar e incluso empeorar.
Además de su prédica pública, ¿qué otras acciones hizo el Papa para influir en los países que reciben migrantes?
Uno de los mayores esfuerzos del Papa Francisco fue el pedido –apoyado por el Secretario General de Naciones Unidas– de promover una regulación adecuada a nivel internacional, que protegiera la dignidad de las personas. Se prepararon dos paquetes de medidas de derecho internacional, uno dedicado a las migraciones, en general, y otro a los refugiados, en particular. Estos paquetes de medidas contaron con el apoyo de la mayor parte de los gobiernos de distintas partes del mundo, pero algunos que ya en esos años mostraban tendencias populistas, boicotearon la definitiva aprobación de las medidas que hubiesen sido una guía concreta para los gobiernos, con sólidos fundamentos jurídicos. Por otro lado, la Iglesia católica está presente en la mayor parte de los países del mundo, y se compromete mucho en la asistencia e integración de los migrantes y los refugiados. Una buena parte de este trabajo es hecho por la red mundial de Caritas, de las organizaciones eclesiales que dependen de las conferencias episcopales, siempre con buena colaboración con otras confesiones religiosas. Existen también organizaciones católicas internacionales, como ICMC, que tiene sede en Ginebra (Suiza), y que actúa en el ámbito de las Naciones Unidas además de financiar y asistir numerosos grupos de personas en los lugares más conflictivos del mundo.
Francisco indicó distintas situaciones en el mundo y que él definía como “heridas de la humanidad”
La migración ¿había sido un tema importante en papados anteriores?
La solicitud de la Iglesia católica por los migrantes existe desde que este fenómeno humano comenzó a ser una característica más evidente del mundo moderno, sobre todo, después de las guerras mundiales del siglo pasado. En Argentina tenemos muchos ejemplos de grupos de migrantes que llegaban acompañados de capellanes, destinados a sostenerlos espiritualmente en esa nueva etapa de sus vidas. Por ejemplo, uno de los períodos de mayor flujo migratorio hacia la Argentina de ucranianos y bielorrusos, que después encontraron acogida no solo en Buenos Aires, sino también en Chaco, Formosa, Córdoba, Mendoza, Neuquén, y tantas otras provincias. Por lo tanto, no sería correcto pensar que otros papas se hayan interesado menos de la situación de los migrantes y los refugiados; la diferencia del acento que puso Francisco puede sí estar en el hecho de que los recientes flujos migratorios han sido mucho más numerosos y sufridos que en épocas anteriores, con violaciones mucho mayores a la dignidad humana.
¿Qué llevó a Francisco a tomar este tema como una de sus “banderas”?
Yo no vería a las migraciones come una “bandera” del papado de Francisco si pensamos a las muchas cuestiones que planteaba como si fuese un mosaico: el tráfico de seres humanos, la pobreza, la explotación del trabajo, las carencias de la educación y de la sanidad, la contaminación del medio ambiente a causa de un modo desmedido de usar los recursos naturales, las injusticias en el trato a las personas, la necesidad de reformas políticas y jurídicas, la importancia del diálogo y de la convivencia democrática, la devastación de las guerras y de la violencia en general, por mencionar algunas. Lo que aparece es una sincera preocupación por las personas que se encuentran en medio de esas graves dificultades: más que querer resolver enseguida esos graves problemas, el Papa Francisco comenzaba por hacer sentir cercanía y comprensión a quien se encuentra herido en el camino de la vida.
Un aspecto que tendremos que valorar en Francisco es su capacidad de estar con las personas, de escuchar.
Recuerdo tantos encuentros suyos con migrantes y víctimas del tráfico de seres humanos, y me emociona todavía recordar sus lágrimas y sus silencios delante de estas personas, marcadas a fuego, para siempre, por estas experiencias inhumanas e inaceptables.
Se vieron muchas imágenes de esto…
Recuerdo una señora anciana, que había sido vendida como empleada doméstica a una rica familia de empresarios del norte de Europa; un muchacho joven, hoy jugador de fútbol a nivel profesional, que fue traficado desde África y abusado por mucho tiempo, antes de que fuese ayudado a alejarse de esa condición indigna en la que lo habían encerrado; o también una madre joven, vendida sin que ella lo supiera por su proprio marido, engañada para trabajar como cocinera en Europa aún si en verdad la obligaron a trabajar como prostituta. Esto son hechos de los últimos años, lo que muestra la hipocresía de nuestro mundo contemporáneo. No voy a olvidar nunca los abrazos y las lágrimas de estas personas con el Papa Francisco, que sentían fuese de los pocos que no los movía a la vergüenza sino a la confianza y la amistad.
¿Recuerda alguna experiencia personal con Francisco?
Tuve muchos encuentros con el Papa Francisco, sobre todo a causa de mi trabajo con los obispos europeos. La última vez que lo vi fue en Trieste, el 7 de julio de 2024, cuando concluyó la Semana Social de los Católicos en Italia, un evento eclesial que celebraba su edición número cien y del cual yo fui el coordinador diocesano. Recuerdo siempre su simpatía, su cercanía. Ciertamente yo lo conocía desde hacía muchos años, cuando estaba en el Seminario en San Miguel (Buenos Aires), y él era el Rector del Colegio de los Jesuitas. Algunos años más tarde fue el Obispo de zona, en Buenos Aires, donde yo fui párroco, y enseguida después colaboré con el cardenal Quarracino y con él en la Curia de Buenos Aires, trabajando en algunas causas de canonización. En este contexto estuve una vez en Salta, recogiendo testimonios de una persona, Antonio Solari, cercano a los Padres Redentoristas, que había trabajado en la Curia de Buenos Aires, dejando siempre tantas huellas de santidad. Lo que siempre aprecié de Francisco, ya Papa, es que no cambió su trato con las personas que conocía, siguió siendo afable, con muy buena memoria, que lo llevaba a hacer bromas sobre situaciones compartidas años antes. Era un hombre íntegro, totalmente entregado a su misión de sacerdote y pastor.
¿Cuál considera que es el legado más importante de Francisco?
El legado de un papa necesita de un poco de tiempo para mostrar sus elementos más fuertes. De todas maneras, más allá de las cuestiones que hayan sido prevalentes en el pensamiento del Papa Francisco, pienso que un aspecto que tendremos que valorar es su capacidad de estar con las personas, de escuchar, de mostrar cuidado por ellas. Hay muchísimas anécdotas de sus encuentros con personas de todas partes del mundo, que se llevaban como recuerdo la disponibilidad del Papa Francisco para un saludo, para recibir un pedido de oración o de bendición, para sacarse una foto juntos. Diría, entonces, que la atención y el cuidado por la persona que tenía delante podría ser uno de los aspectos más relevantes de lo que en el futuro podremos considerar como su legado proprio para la Iglesia y el mundo.
¿Cuál cree que puede ser “la agenda” del próximo Papa, y si ésta llegará a incluir los temas que preocupaban a Francisco?
Cada Papa aporta al gobierno de la Iglesia su modo de ser, de sentir, de expresarse. Hay mucho de la calidad humana de cada uno que aparece con fuerza en el ejercicio del ministerio del Sumo Pontífice. El Papa Francisco introdujo muchos cambios en la gestión de la vida de la Iglesia, como ya lo habían hecho también Juan Pablo II y Benedicto XVI, solo por citar los últimos pontífices. La Iglesia necesita un esfuerzo continuo de renovación y también de purificación, y seguramente, con los acentos y los modos que le serán propios, el próximo Papa dedicará su ministerio a este trabajo, con la confianza puesta en la misericordia de Dios y en la buena voluntad de muchos en la Iglesia.