El Papa que abrazó la Tierra y al hermano

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La noticia de su muerte nos sacude el alma. Francisco no fue solo el primer papa latinoamericano. Fue, para muchos de nosotros, una voz profundamente humana que supo hablarle al mundo con el corazón en la mano y los pies en la tierra. Un hombre sencillo, de gestos humildes, que eligió vivir con austeridad y mirar siempre hacia los márgenes, donde habitan los olvidados.

La noticia de su muerte nos sacude el alma. Francisco no fue solo el primer papa latinoamericano. Fue, para muchos de nosotros, una voz profundamente humana que supo hablarle al mundo con el corazón en la mano y los pies en la tierra. Un hombre sencillo, de gestos humildes, que eligió vivir con austeridad y mirar siempre hacia los márgenes, donde habitan los olvidados.

Pero si algo lo distinguió, más allá de su carisma y su compromiso con los más pobres, fue su valentía al poner el cuidado de la “casa común” en el centro de su mensaje. En tiempos de crisis climática y desigualdades crecientes, él eligió no callar. Levantó su voz desde el Vaticano para recordarnos que el planeta sufre, y que los que más sufren son siempre los más débiles.

Su legado ambiental —profundo, valiente, profético— dejó una huella que trasciende credos y fronteras. Hoy, mientras lo despedimos, sentimos que su palabra sigue viva y que su mensaje nos compromete aún más.

Mucho antes de Laudato si’

El compromiso del papa Francisco con el cuidado del ambiente no nació en el Vaticano. Ya en su etapa como arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio hablaba del deber de proteger la creación y de vivir con sobriedad. En homilías, cartas pastorales y encuentros con comunidades, solía advertir sobre los efectos de una cultura del descarte que no solo afecta a las personas, sino también a la naturaleza.

“Eligió no callar. Levantó su voz desde el Vaticano para recordarnos que el planeta sufre, y que los que más sufren son siempre los más débiles.”

En 2005, como parte del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), participó activamente en la elaboración del Documento de Aparecida, donde ya se denunciaban los impactos del modelo extractivista sobre los pueblos y el ambiente. Allí se hablaba de “ecología humana” y del vínculo estrecho entre el deterioro ambiental y las injusticias sociales. Bergoglio llevó esas ideas consigo a Roma, y desde el inicio de su pontificado mostró señales claras de continuidad: eligió el nombre Francisco, en honor al santo que amó a la naturaleza y vivió en fraternidad con todas las criaturas.

Sus gestos —como vivir en la residencia de Santa Marta en vez del Palacio Apostólico, usar autos sencillos o rechazar lujos innecesarios— también expresaban esa coherencia vital con un mensaje que luego se volvería universal.

Laudato si’, un llamado global desde la fe y la razón

En mayo de 2015, el papa Francisco publicó Laudato si’, una encíclica histórica que marcó un antes y un después en la relación entre fe y ecología. Su título, tomado del Cántico de las Criaturas de San Francisco de Asís, ya anunciaba una mirada profundamente espiritual, poética y, a la vez, política.

Pero Laudato si’ no fue solo un texto religioso. Fue una interpelación global, un llamado urgente al cambio. Francisco habló de una “ecología integral”, entendida como la conexión profunda entre el ser humano, la naturaleza, la economía y la vida social. Denunció con claridad el modelo económico que depreda el ambiente, aumenta las desigualdades y descarta a millones de personas.

“Francisco fue, para muchos de nosotros, una voz humana que supo hablarle al mundo con el corazón en la mano y los pies en la tierra.”

Lo más poderoso de la encíclica es que no se queda en el diagnóstico. Invita a todos —gobiernos, empresas, comunidades y ciudadanos— a asumir una responsabilidad compartida: la de cuidar esta Tierra que es hogar común. Propone una conversión ecológica que no es solo técnica, sino espiritual y cultural. Un cambio profundo en nuestros hábitos, nuestras prioridades y nuestro modo de vivir.

Con palabras sencillas, Francisco logró que millones de personas, dentro y fuera de la Iglesia, se sintieran parte de una misión: proteger la vida en todas sus formas. Laudato si’ es, aún hoy, una brújula ética frente a la crisis climática.

Un humanismo que abraza la Tierra

La defensa del ambiente en Francisco no es una moda ni una causa aislada. Forma parte de una visión más amplia, profundamente humanista, donde la dignidad de cada persona y el cuidado del planeta están íntimamente unidos. Su mensaje fue siempre claro: no podemos hablar de desarrollo humano sin justicia social, y no hay justicia social posible si destruimos el ambiente que sostiene la vida.

Francisco comprendió que la crisis ecológica es también una crisis del alma. Por eso no se limitó a denunciar la contaminación o el cambio climático: habló del “deterioro ético y cultural” que nos lleva a consumir sin límites, a acumular a costa de otros, a olvidar que todo está conectado. En su mirada, el grito de la Tierra es inseparable del grito de los pobres.

Su humanismo no es abstracto: se expresa en la cercanía con los excluidos, en el rechazo a la indiferencia, en la promoción de la fraternidad como base para reconstruir vínculos rotos entre las personas y con la naturaleza. En documentos como Fratelli tutti, reafirmó esa vocación por una humanidad más solidaria, más consciente y más comprometida.

Para Francisco, cuidar el planeta es también cuidar la vida humana en todas sus formas, y especialmente allí donde más duele. Su voz fue, y sigue siendo, la de un pastor que nos recuerda que no hay verdadera espiritualidad sin compromiso con el mundo real.

Un legado que nos interpela

Hoy el mundo despide a un hombre que eligió vivir con sencillez y hablar con profundidad. Su partida deja un vacío inmenso, pero también una huella luminosa: la de un líder espiritual que supo tender puentes, abrazar las causas justas y defender la vida en todas sus formas.

En tiempos donde el individualismo y la indiferencia parecen imponerse, el legado de Francisco nos llama a despertar. A comprometernos con el otro y con la Tierra. A construir una cultura del cuidado, desde lo cotidiano, desde nuestras comunidades, desde nuestras decisiones.

En una provincia como Salta, donde convivimos con paisajes de belleza incomparable pero también con profundas desigualdades sociales y conflictos ambientales, su mensaje adquiere una fuerza particular. Nos invita a mirar con otros ojos nuestros bosques, los ríos, las comunidades sin agua potable. Nos llama a actuar, no desde la culpa, sino desde el amor y la responsabilidad compartida.

Francisco nos deja el desafío de ser sembradores de esperanza en un mundo herido. Que su palabra, su ejemplo y su coraje nos sigan guiando. Y que sepamos, como él nos enseñó, escuchar el clamor de la Tierra y de los pobres como un mismo grito de justicia.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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