El cardenal Kevin Farrell recuerda con claridad el momento en que el papa Francisco le pidió que asumiera el cargo de camarlengo, el funcionario del Vaticano encargado de administrar la Santa Sede entre la muerte de un pontífice y la elección de su sucesor.
La escena ocurrió durante el vuelo de regreso a Roma tras la Jornada Mundial de la Juventud de 2019 en Panamá. Allí, Francisco le planteó la propuesta que lo colocaría en el centro del escenario vaticano en uno de los momentos más sensibles del gobierno de la Iglesia.
Farrell llevaba poco tiempo en Roma. Llegó desde Dallas, Texas, donde se desempeñaba como obispo, convocado por el Papa para reorganizar la oficina vaticana de Laicos, Familia y Vida, un área clave en el proceso de reforma impulsado por Francisco. Tres años después de asumir esa responsabilidad, el pontífice le encomendó otra función cargada de simbolismo y tareas concretas: administrar el Vaticano durante la sede vacante y colaborar en la organización del cónclave.
“Acepto el cargo, pero con una condición”, le respondió Farrell, en tono de broma. Contó que su única condición fue que el Papa predicara en su funeral, lo que implicaba que nunca tendría que ejercer como camarlengo.
Con la muerte de Francisco, ese momento llegó. El cardenal Farrell, estadounidense nacido en Irlanda, cumple ahora un papel clave. Su mandato incluye funciones ceremoniales, como certificar la muerte del pontífice, sellar sus aposentos y romper el anillo del Pescador, pero también responsabilidades administrativas.
Debe recopilar informes financieros de las oficinas vaticanas, revisar el presupuesto y presentar esa información al colegio cardenalicio y al próximo Papa. Farrell preside los comités vaticanos sobre finanzas, inversiones y asuntos confidenciales, así como la Signatura Apostólica, la corte suprema de la Iglesia. Su perfil técnico y su cercanía con el Papa saliente lo posicionan como una figura clave en la transición.
El cardenal Kevin Farrell habla durante una entrevista con The Associated Press en Roma, el 31 de julio de 2018 (AP Foto/Paolo Santalucia/Archivo)
De Irlanda a Estados Unidos
Kevin Farrell nació en Dublín el 2 de septiembre de 1947. Ingresó a los Legionarios de Cristo en 1966 y recibió la ordenación sacerdotal en 1978. Se desvinculó de la congregación seis años más tarde, antes de que salieran a la luz las denuncias contra su fundador por abusos sexuales. Luego se incorporó como sacerdote diocesano en la Arquidiócesis de Washington, donde trabajó en parroquias y en áreas administrativas, especialmente en temas financieros.
En 2001 recibió el nombramiento de obispo auxiliar de Washington, bajo el entonces arzobispo Theodore McCarrick, y en 2007 pasó a ser obispo de Dallas. Durante su tiempo en Washington, nunca escuchó rumores sobre los abusos atribuidos a McCarrick, quien más tarde fue expulsado del estado clerical.
Farrell se encontraba plenamente establecido en Dallas cuando, en mayo de 2016, su secretaria le informó que el Papa lo llamaba por teléfono. “Le respondí que eso no podía ser, que los papas no usan teléfonos”, contó. Al atender, una voz en español le dijo: “Soy Francisco”.
Farrell junto al cuerpo del papa Francisco (Vatican Media/Handout via REUTERS)
Una misión en el Vaticano
Francisco no lo conocía en persona, pero sabía que hablaba español con fluidez por su paso por México y que, tanto en Washington como en Dallas, colocó laicos profesionales al frente de áreas clave de la gestión diocesana.
El Papa buscaba aplicar ese mismo modelo a nivel central, y le pidió que dirigiera la nueva estructura del Vaticano para los laicos, la familia y la vida.
“Intenté encontrar todos los motivos para rechazar la propuesta”, relató Farrell. Francisco le pidió que lo pensara durante tres días y prometió llamarlo. A los tres días, cumplió. Tras escuchar sus argumentos, le propuso un encuentro personal en Roma. En octubre de 2016, Farrell se instaló en el Vaticano y, a pocas horas de su llegada, el Papa anunció su nombramiento como cardenal. Más tarde lo designó camarlengo, un cargo reservado a figuras de absoluta confianza.
Hoy, Farrell ocupa ese rol decisivo en el periodo de transición. Es quien resguarda la estabilidad institucional de la Iglesia hasta la elección del nuevo pontífice. Con equilibrio entre lo litúrgico y lo operativo, conduce el proceso que marcará el fin del pontificado de Francisco y la apertura de un nuevo capítulo en el Vaticano.