Transcurría el año 2009, en el cálido invierno de Orán, cuando fuimos convocados por el obispado del lugar a prestar un servicio de librería en el Retiro anual del Clero oranense.
La gran sorpresa, para mí y para Mónica, esposa y co-equiper, fue el predicador. Era el mismísimo cardenal Jorge Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires y Primado de la Argentina.
La anécdota que contaré refleja la sobriedad de vida de uno de los Príncipes de la iglesia en Argentina, como suelen llamar a los Cardenales. Y es, sin dudas, la persona más importante de la iglesia local y de toda la Argentina, pues llegó a Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, dirigiendo los destinos espirituales y de fe de más de 1600 millones de católicos de todo el mundo y, convirtiéndose a la vez, en un genuino líder mundial, no sólo en lo religioso, sino también en el ámbito social y político.
Terminado el almuerzo de los curas, el Cardenal Bergoglio, a quien llamaban “Padre Jorge”, les pidió a los curas que descansen y regresen a las 16 horas para concluir el retiro. Mientras tanto, previo paso por la cocina a saludar a las cocineras y preparar su mate, se sumó al equipo de seminaristas para recoger los platos y limpiar los hules de la mesa con una rejilla.
La perplejidad nuestra al ver a su Eminencia, limpiar los trastos no tenía límites ya que teníamos, en nuestra conciencia, la imagen principesca de los purpurados, y sumando a nuestra admiración, se acercó a nosotros para ver los libros que habíamos traído, invitándonos unos ricos mates.
En ese momento, nos regaló un libro de su autoría “Ponerse la Patria al hombro”, con una sencilla y profunda dedicatoria de puño y letra: “A Felipe y Mónica, con toda mi bendición, pidiéndole que recen por mi… Jorge Card.Bergoglio 09/Junio/2009”. Allí comencé a llamarlo el Cardenal Mendigo, porque no hacía más que pedir oraciones, súplica que repitió desde el balcón de San Pedro el 13 de marzo de 2013.
El intercambio verbal entre él y nosotros, fue muy sencillo, rezar por él y por los curas. Y, además, que no sólo debíamos vender libros, sino también leerlos.
Habemus Papam
Ya en Roma, a tres años de aquel encuentro, cuando la chimenea vaticana liberó a la fumata blanca, la tensión y el nerviosismo se apoderó de todo el mundo cristiano, y ante el anuncio del Cardenal Jean Marie Tauran, que con voz temblorosa pronunció el Habemus Papam y el nombre de Jorge Mario Cardenal Bergoglio, creo que ningún argentino, cristiano, creyente, no creyente, etc., pudo contener una lagrima de emoción, porque éste argentino, conciudadano, llegaba al cima del poder espiritual de la milenaria institución religiosa que peregrina por toda la tierra. Primer Papa Argentino, primer Papa Jesuita, primer Papa Latinoamericano. Todo era novedad y sorpresa. Para los purpurados europeos, Francisco es alguien venido de la periferia existencial, o como dijo el mismo Bergoglio en su primer discurso papal, “soy el obispo de Roma, a quien mis hermanos cardenales, fueron a buscar al fin del mundo”.
Hubo sonrisas, emociones y esperanza. Pero también hubo perplejidad, temor y hasta desilusión. Recuerdo a un padrecito del clero que me dijo, “el cónclave no es infalible, hemos rezado 3978 rosarios y los cardenales eligieron a este cardenal poco formado en la doctrina”. Solo le respondí con una sonrisa, recordándole que el Espíritu Santo inspiró a los participantes del cónclave o tal vez le faltó a sus rezos un par de rosarios, o un poco más de fervor. Dejar a Dios ser Dios decía el cardenal Carlo María Martini, mentor de Francisco, jesuita como él. La ideología dogmática de derecha o de izquierda, dirá el Papa, atrasa y hace de la religión una triste parodia.
Una iglesia pobre para los pobres
La contundente frase lanzada por Francisco ante los medios de prensa mundiales al día siguiente de su elección provocó alegría en el corazón de muchos obispos, teólogos y pastores, especialmente de los que provienen de la periferia del mundo, pero, encendió una alarma en los sectores más conservadores. El nombre de Francisco, tomado del “pobrecillo de Asís”, marcó definitivamente el ritmo de su gestión pastoral.
El día de la elección se presentó al balcón de san Pedro con los atuendos más sencillos de la figura papal, y usó la estola, símbolo del poder sacerdotal, solamente para dar la bendición, no sin antes inclinarse ante el pueblo de Dios, suplicando la bendición para él. Eclesiología pura del Concilio Vaticano II, Iglesia pueblo de Dios, en primer lugar, jerárquicamente constituido, en segundo lugar; dejando atrás la vieja definición de “Sociedad perfecta y monárquica”.
Francisco se presentó ante el mundo como Obispo de Roma, cuya misión es mantener la unidad de toda la iglesia que peregrina en el mundo.
Circulan muchas anécdotas sobre los atuendos pontificios, como, por ejemplo, la esclavina o capa corta de armiño, los zapatos rojos, la cruz pectoral de oro, a los cuales renunció Bergoglio; los zapatos para razones de salud porque su calzado es ortopédico, y aunque estaban bastante gastados, prefirió seguir con los viejos zapatos de cardenal porteño.
Son habituales los almuerzos en el Vaticano del Papa con los pobres en situación de calle de Roma, con el personal de servicio de la Santa Sede o el personal de seguridad. Constantes gestos de austeridad y pobreza en todo su pontificado.
Gritó sin miedo a los poderosos del mundo el valor de la Doctrina Social de la Iglesia y la necesidad de la justicia social no al estilo Robin Hood, sino con un genuino sentido cristiano, compartiendo con todos los hombres necesitados de alimentos, salud, techo, tierra y trabajo. Un cristiano no solo debe derramar su riqueza, debe levantar a su hermano, como lo hizo el samaritano del relato evangélico.
La tierra y el hombre, su desvelo
Además de la infinidad de discursos y exhortaciones, Francisco publicó cuatro encíclicas, la primera escrita en conjunto con el papa Benedicto XVI, el 29 de junio de 2013, Lumen Fidei, que expresan las conclusiones del Año de la Fe.
Y en el esplendor de la primavera del 2015, pudo plasmar con libertad plena, en un escrito, su desvelo constante como Pontífice, tema con el cual no transa bajo ningún aspecto, la situación del planeta tierra, sus angustias, sus sufrimientos y su futuro. Publicó Laudato si, la primera encíclica de la iglesia oficial sobre las cuestiones ecológicas, o cuidado de la casa común, recordando a la humanidad toda, que este planeta es el único que tenemos y es nuestra casa, de la cual somos parte, somos barro de éste barro, simples administradores, para dejar la posta a las nuevas generaciones.
Laudato si será para las próximas generaciones de este siglo y los venideros, la herencia más rica del Pontificado de Francisco. Es y será la referencia a nivel mundial, como lo fue en el siglo XX la Encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII sobre la cuestión social. Laudato si será la base sólida para entender la importancia del cuidado de la Casa Común.
La filiación divina, compartiendo la misma tierra y la condición humana con su dignidad, nos hace hermanos. Así lo proclamó en su documento Fratelli Tutti del 3 de octubre del 2020, año donde la pandemia mostró hasta el extremo, los límites de la fragilidad humana. Somos todos hermanos y nos necesitamos mutuamente, más allá de nuestra condición social, política, económica, o diferencias de culturas o religión.
Y en Octubre del 2024, nos mostró el amor de Cristo, del Corazón Humano y Divino de Jesús, que se entregó a la muerte por amor a nosotros, y que resucitó para nuestra salvación, en su documento Dilexit nos.
En un mundo mercantilista donde todo se mide por el dinero, por el acumular, consumir y distraernos, Jesús nos permite ver más allá del propio egoísmo y de la mezquindad que caracteriza al ser humano, empobrecido de humanidad.
Jesús es capaz de reinventar el amor, allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente. El amor de Cristo es ternura, es perdón, es cordialidad, es diálogo, es soportarnos, sostenernos unos a otros. Solía recordar que los alimentos que desperdician las grandes urbes en sus basuras, alcanzarían para saciar el hambre de la otra mitad del planeta o tal vez de muchos hombres y mujeres que a diario carecen de pan en su mesa.
Francisco viene hablando con profundo dolor de la tercera guerra mundial construida por la locura de los mesiánicos que solo buscar poder y riqueza. Hoy tenemos un escenario diferente, un nuevo orden mundial basado en el odio y la cultura de la muerte. Francisco fue y es la voz que clama en el desierto de los corazones cerrados, grita con firmeza ante los líderes del mundo y los pueblos de la tierra, y da testimonio del amor de Cristo, con su amor, con su sufrimiento y austeridad, y nos muestra un camino de grandeza que tiene que ver más con la pobreza que con la opulencia, con la paz que con la guerra y el odio, con donar y donarse que con la acumulación mezquina de los bienes. Es tiempo de fabricar arados antes que vender armas a los pobres para enfrentarlos en guerras fratricidas de pobres contra pobres.
Una Iglesia accidentada y nunca enferma
El Papa argentino ha puesto mucho empeño en desclericalizar a la iglesia, despojando a las viejas castas eclesiásticas de la mundanalidad, para que se conviertan en servidores alegres, confiables y serenos del pueblo de Dios, especialmente, defensores de los más vulnerables de la tierra, los adultos mayores y los niños. Y ha colocado a la mujer en un lugar destacado en la estructura misma de la iglesia, lugares reservados en el pasado, de manera exclusiva a los cardenales u obispos, o a ministros ordenados. Aún queda mucho por hacer en esta materia. A los jóvenes los envió a vivir apasionados por Cristo, no dejarse seducir por las ideologías de cualquier origen o los fanatismos. Las ideologías contaminan la mente y el corazón y cercenan la libertad que nos ha dado Cristo desde la Cruz y la Resurrección. Por eso los envió a hacer lío en toda la iglesia y en el mundo.
Francisco dirá con firmeza “prefiero una iglesia accidentada por salir a la calle a una iglesia enferma y deprimida por estar encerrada”. El mandato de Cristo antes de subir a los Cielos fue claro y contundente, “vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a todos” (Marcos 28,19). Y esto nos recuerda la súplica del Papa a todos los jóvenes, una iglesia abierta que incluya a todos, haciéndoles repetir hasta grabárselo en el corazón de cada asistente, “a todos…a todos”
Recen por mí
El Papa transformó en el mendigo de oraciones, “recen por mí”, lo dice y escribe en todas partes. Es su suplica constante al Pueblo de Dios y reafirma este pedido, mendigando a los que no rezan porque no creen, porque no saben, o no quieren, “al menos, mándenme buenas ondas”.
Su herencia se puede mirar en sus documentos intensos y extensos, en sus discursos, en sus cartas, pero, sobre todo, y esto es indiscutible, en su testimonio de vida, mostrando la sencillez y austeridad de un digno hijo de Ignacio de Loyola, sencillo, sereno, pero firme e imperturbable. El hombre que Dios eligió para despertar a su iglesia de tanta mundanalidad y dejarla respirar en libertad, vivir con alegría y sin miedos.