“Queridos hermanos y hermanas, con profundo dolor debo anunciar la muerte de nuestro santo Padre Francisco”, anunció el cardenal Kevin Farrell, camarlengo de la Santa Sede; encargado de administrar la sede vacante y quien, además, estará a cargo de presidir el rito de certificación de muerte.
Ayer amanecimos con esta triste noticia. Por supuesto, un momento de profundo dolor para todo el mundo católico; pero que debería serlo, también, para toda persona de bien interesada en el porvenir de la humanidad. El papa Francisco transcendió religiones y creencias.
Fue el primer papa jesuita y alguien que venía del “del fin del mundo”. Tomó su nombre en honor a San Francisco de Asís, figura austera y simple a quien el ex arzobispo de Buenos Aires tomó como guía y referencia para su pontificado.
Francisco debe ser recordado como un papa con una profunda vocación reformista. Bregó por una Iglesia que se abriera al mundo de hoy; por una Iglesia misionera que no condenara, sino que, por el contrario, acompañara e integrara a todos. Que se abriera a los pecadores y a los “descartados del mundo”. “Todos, todos, todos” repetía, incansable.
El primer Jueves Santo de su papado, fue a una cárcel de menores y lavó los pies de los presos -incluidas mujeres y musulmanes-; comenzando así a sorprender al mundo. “Hagan lío”, les dijo a los jóvenes al inicio de su papado. Él, a su manera, supo “hacer lío” también.
Comenzó por transparentar -con bastante éxito- las eternamente oscuras finanzas vaticanas y, más revolucionario e importante, hizo lugar a las graves denuncias sobre abusos, pedofilia y pederastia ante las cuales la Iglesia siempre había hecho oídos sordos; dando voz a las víctimas.
En una época atravesada por conflictos xenófobos y raciales; por guerras; por la consolidación de una concentración de la riqueza e inequidad como nunca antes; en una era marcada por la irrupción violenta de las redes sociales, del narcisismo, del individualismo y de las noticias falsas; por el avance de la Inteligencia Artificial y de tecnologías disruptivas y deshumanizantes; y por el avance de la ultraderecha nacionalista hostil a todo lo distinto; Francisco supo granjearse el cariño de amplios sectores no católicos por su apertura e inteligencia tanto como supo ganarse el odio binario de los sectores católicos ultraconservadores, esos que se oponen a su visión de la Iglesia como “hospital de campaña”: un lugar para la sanación de los heridos del mundo y un lugar para acoger a todos los “descartados” sin excepción alguna.
Es que a Francisco lo guiaba un profundo humanismo. Por eso le preocupaba -de una manera genuina- la deshumanización de la humanidad y el rol tan importante que jugaban la tecnología y el capitalismo en este proceso que sigue desplazando al hombre del centro de las cosas; cada vez a mayor velocidad.
En lo personal, me quedo con la imagen de ese Papa solitario, cuando la pandemia; al momento de oficiar la misa de Pascua frente a una Plaza San Pedro completamente desierta y cubierta por una fina y lúgubre lluvia.
Me quedo con sus palabras, en ese momento, cuando dijo: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas”.
“Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente”.
“En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: ‘perecemos’, también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos”.
“(…) La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad”.
“Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos”.
“Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes -corrientemente olvidadas- que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo”.
“Nadie se salva solo”. Quizás esa sea la frase que debamos rescatar en este preciso momento para recordarlo y hacerle memoria. Para convertirla en un mantra para todo el mundo; laico o religioso. Nadie se salva solo. “En esta barca, estamos todos”. Ojalá lo comprendamos, de una vez.
Ahora comienzan los ritos que culminarán con el traslado de sus restos mortales a la Basílica Papal “Basilica di Santa Maria Maggiore”; en las afueras del Vaticano. Hasta en su entierro marcará una diferencia.
Ojalá el impulso a las reformas por él iniciadas no se pierdan con su sucesor. Ojalá que la apertura y la integración iniciada por él no se pierdan tampoco. Ojalá que el humanismo siga siendo la guía del nuevo Pastor de Dios en un mundo que sólo necesita más humanismo. Ojalá.