La muerte de Francisco marca el fin de un pontificado que, desde sus inicios, se caracterizó por una clara voluntad de reconstruir desde sus cimientos a una institución milenaria.
Su figura, la de un jesuita con origen en el “fin del mundo”, encendió alguna esperanza de una Iglesia más inclusiva y comprometida con los desafíos contemporáneos. Sin embargo, al analizar su obra se vislumbra un panorama signado por avances significativos, pero también por resistencias profundamente arraigadas y no vencidas.
Francisco representó una figura compleja -de una argentinidad acentuada-, marcada por intentos visibles de reforma progresista dentro de una institución inherentemente conservadora. Su gestión se distinguió por una crítica a las desigualdades económicas y a la injusticia social. Su encíclica Laudato Si’ del 2015 planteó la urgente necesidad de una conversión ecológica integral. Se alzó en defensa de los migrantes y refugiados, abogando por puentes en lugar de muros.
Estas posturas, sin duda progresistas, lo volvieron blanco de la crítica de sectores conservadores dentro y fuera de la Iglesia, quienes lo acusaron de una politización indebida del mensaje evangélico.
“Francisco reconoció la necesidad de una mayor participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y nombró algunas”.
Su crítica al capitalismo desenfrenado y su llamado a la acción ambiental se valoraron como aire fresco, aunque sus palabras no se tradujeron en cambios estructurales significativos dentro del Vaticano.
Por otra parte, Francisco reconoció la necesidad de una mayor participación de las mujeres en la vida de la Iglesia y nombró a algunas en puestos de responsabilidad, aunque aún lejos de la toma de decisiones clave. Su discurso evitó las condenas frontales a las mujeres que luchan por sus derechos reproductivos, adoptando un tono pastoral y comprensivo. Sin embargo, las expectativas de un cambio sustancial en temas como la ordenación sacerdotal femenina no se concretaron. Persiste inalterada una visión complementaria y jerárquica de los roles de género dentro de la Iglesia católica. La sistemática exclusión de las voces y experiencias femeninas en la formulación del dogma y la praxis institucional plantea interrogantes sobre la capacidad de la institución católica para comprender y responder a la complejidad de la existencia humana en su totalidad.
La figura de Francisco representa un punto de inflexión en la historia reciente de la Iglesia católica. Encuentro muy valioso su llamado al respeto por los derechos de la gente, de las diversidades y su permanente llamado a la tolerancia, temas que resuenan especialmente en nuestra Argentina de hoy.
Resulta innegable su intento por modernizar el discurso y acercarlo a las problemáticas del siglo XXI. Su obra se revela como un esfuerzo inconcluso, atrapado entre la voluntad de cambio y el peso de una tradición que se resiste a transformaciones profundas en temas fundamentales de justicia e igualdad.
Su Pontificado deja un legado de aperturas tímidas y desafíos persistentes. La historia juzgará si las grietas abiertas por Francisco en el muro de la tradición lograrán expandirse en el futuro, o si prevalecerá la inercia milenaria.