Exclusivo: habla la hija de Cesario Cardozo, el general asesinado por una bomba colocada por Montoneros debajo de su cama

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María Graciela Cardozo, hija del general asesinado. Luego de 49 años sintió que era el momento de hablar

La noche del jueves 17 de junio de 1976 todo era alegría en la casa de la familia Cardozo. Sentados en la cama del dormitorio de los padres, la familia en pleno planeaba un viaje. Ya habían cenado y debatían con entusiasmo la idea de María Graciela, 20 años, de ir a algún lugar en enero. Pasada la medianoche se fueron a descansar y dejaron libre la cama donde el jefe de la familia se hincaba a rezar antes de dormir.

Una hora después, sus vidas cambiarían para siempre.

Luego de 49 años de silencio, de no querer hablar con el periodismo porque sentía que reviviendo esa trágica madrugada del 18 su papá no volvería a la vida, María Graciela Cardozo Rivas rompió un silencio que había estado amordazado por la culpa, el remordimiento, y también por el perdón.

La primera foto de Chela con su papá. Era 1955, en los tiempos que Cardozo se formaba como Oficial del Estado Mayor

A sus 69 años, se castiga y repite que fue un tanto responsable de lo que ocurrió. Fue traicionada por quien consideraba una amiga, quien colocó la bomba que provocó la muerte de su papá.

Ahora sintió que era el momento de que se conociera la verdadera historia sobre el atentado, que excede el relato del trágico hecho, porque significa bucear en su otra vida, que comenzó la madrugada de la explosión.

Radicada en Chile casi al año de los hechos, tiene un marcado acento y usa algunas palabras del vocabulario comunes en el país trasandino. A la entrevista fue acompañada por sus hijas Daniela Susana, diseñadora y estudiante de Psicología y Alejandra Gabriela, psicóloga. El que no estaba era Luis Alberto, sociólogo. Aclaró que, en el medio, hubo un bebé fallecido, Ángel.

Lo que sigue es lo que Chela -así la llaman en la familia y amigos desde hace años- se guardó por 49 años.

El papá

El 31 de marzo de 1976 el general de brigada Cesario Ángel Cardozo había sido nombrado jefe de la Policía Federal. Venía de ser delegado ante el Ministerio del Interior por la Junta Militar que había derrocado a Isabel Perón el 24 de marzo. Nacido en Hurlingham, llevaba el nombre del padre, y Ángel era por su mamá Ángela. Para ellos, hijo único, era “Cesarito”. Tenía 50 años, cumplidos el 27 de febrero.

La última fotografía que se tomaron padre e hija

Para Chela era todo. Lo recuerda como una persona muy buena, que le había enseñado muchos valores y con quien se abría, como no lo hacía con su mamá.

Según ella, era un hombre demasiado confiado y con la creencia a ciegas de la bondad de las personas, y que hablándoles todo se podía solucionar. En la familia se sorprendieron cuando lo nombraron al frente de la policía, al punto que opinaron que era una persona demasiado buena para el cargo.

Paciente e introvertido, compartía con su hija la pasión por la música. Solían grabar temas de la radio en cassettes que luego pasaban en el auto, o mientras Cardozo permanecía en su casa, haciendo lo que más le gustaba: arreglar algo descompuesto, pegar azulejos o pintar.

Su esposa se llamaba Susana Rivas Espora. Se habían conocido porque los padres de ambos, militares, eran amigos y vecinos. Ella, maestra que no ejercía, tenía 18 años cuando se casaron. Tenían tres hijos, y Cardozo era de ir a misa y, siguiendo la costumbre militar, iba a la más temprana de los domingos.

Ana María González era militante montonera. La casualidad quiso que estudiara magisterio en el mismo instituto que la hija del jefe de la Policía Federal

Entre 1973 y 1974 fue agregado militar en Chile y toda la familia vivió en la capital de ese país, donde Chela cursó el último año de la secundaria en el Colegio Argentino. De esa época le quedaron muchas amigas y confiesa que allí fue feliz por última vez.

Luego en enero de 1975 regresaron al país. En diciembre, Cardozo fue ascendido a general de brigada y nombrado comandante de la III Brigada de Infantería en Curuzú Cuatiá.

La compañera de estudios

Chela nació el 19 de diciembre de 1955, tenía una vida típica de adolescente y cuando terminó sus estudios, ingresó al profesorado en el Normal 10 para ser maestra. La elección fue más por mandato paterno. Ella había conocido a alguien en Chile y el padre, previendo que se casaría y se iría a vivir a aquel país, le aconsejó que estudiara una carrera y que tuviera un título, porque nadie sabía lo que la vida podía deparar. En el fondo, ella admite que Cardozo no quería que se casara y que se fuera lejos.

En el primer año del profesorado fue cuando conoció a Ana María González, una chica a la que describe de mirada profunda, de cejas anchas, de pelo no muy largo y delgada que no era de hablar mucho.

El brutal crimen, en los medios de la época. Cardozo había asumido tres meses antes al frente de la conducción policial

Chela tenía un círculo de amigas, donde algunas también eran hijas de militares, y no había relación con Ana María ni con el grupo en el que estaba ella. No compartían nada.

El segundo año fue distinto. Fue Ana María la que extrañamente se acercó. De pronto, les contó que estaba muy triste, porque mientras estuvo enferma de hepatitis, el novio la había dejado. Ella se había encariñado mucho con el hijo que él tenía, y se sentía sola. El grupo de Chela, a pesar de la actitud hasta antipática que les había demostrado el año anterior, se apiadó y la tomó como una más. Ninguna de las chicas, todas de 20 años, sospechó nada.

Se sumó al grupo, y estudiaban juntas. Siempre iban a la casa de alguna de ellas, pero raramente iban a la de Chela. Ana María siempre llevaba un canasto con un tejido porque, entendieron después, que a Chela también le gustaba tejer y buscaba tener cosas en común que las identificaran.

La noticia del atentado fue tapa en los medios chilenos, donde el militar había entablado fuertes lazos

Una montonera entre nosotras

Ana María, que había nacido el 28 de febrero de 1956, residía en San Isidro con sus padres Abel Roberto González, médico cirujano en el Hospital de San Fernando y Ana María Corbiján, psicóloga. Tenía un hermano.

Como vivía lejos, más de una vez pedía quedarse a dormir en la casa de alguna de las chicas. En lo de los Cardozo se había quedado solo una vez, y Chela desmiente que en la mesa se hablase de política o de trabajo, tal como se sostiene en relatos de la organización terrorista. Su padre repetía que esas cuestiones las dejaba en el felpudo de entrada.

Lo que nadie sospechaba era que Ana María era militante montonera y que había advertido que estudiaba con la hija del general Cardozo. En la organización era “Anita” o “Lucía”. Militaba en la Unidad Básica “Ramón Cesaris”, de Béccar, y les daba apoyo escolar a niños del barrio obrero Monte Viejo, de San Isidro.

Impactante: el reloj que llevaba Cardozo cuando lo mataron: quedó parado en la hora en que estalló la bomba debajo de su cama

La valiosa información escaló en todos los niveles de montoneros y llegó a la cúpula. Se decidió llevar a cabo una operación que no se había hecho nunca hasta entonces: atentar contra un militar en su propio domicilio. Existía un antecedente reciente a un jefe de la Policía: el 1 de noviembre de 1974 una bomba había matado al comisario Alberto Villar y a su esposa, pero cuando paseaban en su yate por el Tigre.

Pero las cosas estuvieron por complicarse.

Quince días antes del atentado, Ana María fue detenida en un operativo de rutina. Ella le dijo a las autoridades que era amiga de los Cardozo. Fue el propio jefe de la policía quien ordenó liberarla.

Fue cuando el general le confesó a su hija que Ana María era montonera. Al principio, Chela no lo creyó, le resultaba inverosímil esa posibilidad. El padre le aconsejó que no cambiase su actitud hacia ella, que siguiera comportándose de la misma manera. Cardozo puso sobre aviso a los padres de las otras dos chicas, también militares.

Según su hija, la decisión de su papá apuntaba a protegerla a ella y a sus amigas. Entonces le dijo que prefería que le pasara algo a él antes que a sus hijos. Cardozo guardaba la esperanza de que Ana María recapacitase.

La chica justificó los días de ausencia, mientras estuvo detenida, con un viaje a Mar del Plata a visitar a su abuela. Hasta volvió con regalos para todas: alfajores y posavasos de esa ciudad.

Daniela y Alejandra, hijas de Chela Cardozo. Admitieron que heredaron parte del trauma que sufrió su madre por décadas

Las juntadas en las casas disminuyeron. Chela, con el correr de los años, cree que Ana María se dio cuenta el cambio de actitud y que murmuraban a sus espaldas. Explica que a los 20 años era difícil simular, y cree que por eso los montoneros adelantaron la fecha del atentado.

La madrugada del 18 de junio

Hacía tiempo que cuando Chela salía, una custodia la seguía, y no siempre se daba cuenta de ello. Con la revelación de la identidad de Ana María, la iban a buscar y la llevaban. El general temía sufrir un atentado, pero nunca en la casa. Por eso la custodia -que tenía estudiado hasta el grado de vulnerabilidad que ofrecían las ventanas del departamento- hacía respetar a rajatabla los protocolos de seguridad cuando transitaban en la vía pública, o cuando entraban o salían del domicilio, en Zabala 1762, 2 B del barrio de Belgrano.

Ese jueves, 17 de junio, el plan del grupo de amigas era juntarse en otra casa pero no se pudo, y de la nada surgió hacerlo en lo de los Cardozo.

Cometido el crimen, Montoneros brindó una conferencia de prensa, cuyo contenido fue reproducido por varios medios en el extranjero

Las chicas estaban en el comedor estudiando para un final que debían rendir al día siguiente. La mamá de Chela no estaba y su hermana permanecía en su habitación, enferma.

Ana María pidió permiso para ir al baño. Las tres chicas se quedaron conversando en voz baja. De pronto percibieron el click característico en el teléfono del comedor, señal que había levantado otro aparato. Saliendo del baño, había uno, y Chela creyó que usaba ese. Le pareció raro que había pedido permiso para ir al baño pero usaba el teléfono.

Lo que nunca pasó por su cabeza que, en realidad, Ana María había usado el aparato que estaba en el dormitorio de sus padres.

Según relataría en una conferencia de prensa junto a su jefe Horacio Mendizábal, había llevado una bomba dentro de una caja de perfume Crandall. Que si le preguntaban, era el regalo por el día del padre, que era ese domingo.

Eran 700 gramos de trotyl, que poseía un detonador eléctrico, con una pila. Poseía un doble mecanismo de relojería, consistente en un reloj pulsera que activaría la bomba cuando las agujas marcasen la una y media de la mañana, lo que descarta la versión de que el explosivo estalló por la presión del elástico cuando Cardozo se acostó.

María Graciela Cardozo en el patio del Círculo Militar, junto a las placas que recuerdan a los caídos en la lucha contra la guerrilla

Ana María dejó la bomba debajo de la cama y cuando estaba por irse, volvió sobre sus pasos y corrió el artefacto, orientándolo más hacia la cabecera.

Cuando la chica volvió, tomó su canasto y dijo que se iba, que la abuela no se sentía bien y que debía ir a cuidarla. Eran las seis de la tarde. Al rato que se fueron las compañeras de Chela, llegó primero la madre y luego el padre.

Luego de la cena, la familia se reunió en la habitación de los padres. Pasada la medianoche todos fueron a dormir.

Cuando la bomba estalló, Chela no entendió lo que ocurría.

La mampostería caía, los vidrios se rompían, los cuadros se desprendían de las paredes. Había mucho humo y polvo. Tal fue el estruendo que creyó haber escuchado dos explosiones, pero en realidad había sido la onda expansiva, que rebotó en el techo y en las paredes.

Descalza, salió de su habitación, separada de la de los padres por el baño. Se asomó a la puerta y llamó insistentemente a su papá, pero nadie respondió. Hasta que escuchó quejarse a su mamá, que la fuerza de la bomba la había arrojado dentro del placard. Salió a pedir ayuda, mientras su hermana preguntaba qué había ocurrido. Una vez en la calle, no las dejaron entrar más.

Los custodios bajaron a la madre, que gritaba preguntando por Chela, creyendo lo peor. Cuando la vio, le confesó que el padre estaba muerto, que lo había tocado, y que ella se había salvado porque su cuerpo la había cubierto.

En la vereda del Normal 10, donde María Graciela y Ana María estudiaron, hay una baldosa que recuerda a ésta última

Chela no quería creer lo que su madre le decía, que no podía ser. A las tres mujeres la subieron a una ambulancia para que fueran atendidas en el Hospital Militar, pero cuando llegaron, Chela no quiso entrar. Se contactó con el mejor amigo de su papá, que era médico. Le rogó que subiera al departamento, que le dijera la verdad porque, de lo contrario, subiría ella. El hombre le confirmó que su padre había fallecido. Quedó petrificada. Le estaban diciendo que su padre había muerto, y no entendía por qué el mundo seguía rodando.

Ahí comprendió que había sido Ana María, y así se lo dijo a la custodia, que no la tomó en serio.

Las tres quedaron con daños acústicos, y peor la madre, que por meses perdió la audición y pasó algunas semanas internada.

A Cardozo lo velaron en el Departamento Central de Policía. Ella no quiso ir, a pesar de que le insistieron en que fuera, que debía enfrentar la realidad. Decidió ir al día siguiente, cuando se rezaba una misa. Se resistía a estar cerca del féretro, pero una amiga la convenció, que fuera a verlo, que estaba durmiendo.

La hija recuerda el rostro apacible del padre y sus manos, con las heridas visibles.

Tampoco planeaba ir al funeral y vio parada en un sillón cómo se llevaban el ataúd. Enseguida cambió de idea, se subió a un auto del cortejo y comprobó la multitud que se había agolpado, los hombres mayores que se quitaban el sombrero en señal de respeto, a los que asistían en silencio el paso del féretro. Eso la reconfortó. Cayó en la cuenta que ese domingo era el día del padre.

Alejandro Diego es veterano de Malvinas, de adolescente sufrió la época de la guerrilla, y decidió contar en una obra de teatro la otra parte de la historia

Chela contó que el general Reynaldo Bignone, muy amigo de su papá, fue quien lo despidió en el cementerio, que no recuerda si habló alguien más, pero sí que había mucha gente.

Debieron irse a vivir a un departamento prestado, porque el suyo no estaba habitable. Le costó terminar los estudios. En ese medio año debió soportar el acoso periodístico y debía eludirlo a bordo de un patrullero. No quería hablar con nadie, si habían matado a su padre y nadie ni nada lo iba a revivir.

En la conferencia de prensa de Montoneros se comunicó que uno de los integrantes del pelotón de combate “Carlos Caride” del Ejército Montonero, había sido el responsable de la colocación de la bomba, y que se había elegido la fecha en la que se cumplían 21 años de los bombardeos de Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955.

Desde el atentado, Chela reveló a Infobae que le llegaron cartas de mamás, hermanas y novias que tenían familiares montoneros, diciendo que no querían que sus hijos hicieran eso, que por favor los rescataran. Fueron tres o cuatro cartas que se las quedó la policía.

La vida después

Ella acarreaba un doble dolor. A la pérdida de un ser querido se sumaba el de la traición, lo que la llevó a perder la confianza en la gente. Cuestión que le cuesta superar hasta el día de hoy.

Además, admite que la culpa la persigue desde entonces, siente que ella fue parte de la muerte del padre y que, en el fondo, él murió por ella.

El general asesinado, en una de las fotografías más difundidas cuando ocurrió el hecho

Sintió que su vida se había acabado. Sin casa, sin sus cosas, con su madre muerta en vida, que hasta había pedido que la matasen. Nunca volvió a ser la misma.

Si en la casa no había nadie, desde el atardecer se sentaba en una silla y allí permanecía hasta que llegaba alguien. Experimentó un miedo que nunca antes había sentido, y pasaba las horas pensando si hubiera hecho las cosas de determinada manera. Temió enloquecer. Debieron darle medicamentos porque no podía conciliar el sueño, que llegaba cuando amanecía. Desde entonces mantiene el mismo hábito: duerme con la luz encendida.

Con el seguro de vida de Cardozo, su viuda reacondicionó la casa. Reconocieron que nunca, ni del Estado ni del Ejército, los llamaron ni para darles las condolencias. Que la única vez que alguien se contactó fue cuando se cumplieron 30 años del atentado: fueron los compañeros de Cardozo que hicieron un homenaje, pero a título personal.

Semanas después del atentado, llegó el novio de Chile y le propuso casarse e irse a vivir allá. Ella accedió en la inocencia de que la distancia mitigaría los recuerdos y el profundo dolor que sentía. La mamá la apoyó porque también temía por su salud mental.

En marzo de 1977, una de sus amigas del profesorado le dijo que pusiera la televisión. Habían matado a Ana. El 4 de enero a media mañana cuando transitaba en un auto junto a Roberto “Beto” Santi por San Justo, se encontraron con un retén del Ejército, del que lograron escapar, luego de matar al soldado clase 1955 Guillermo Dimitri. Ana María quedó malherida. Un médico montonero recomendó llevarla a un hospital para salvarle la vida, pero ella no quiso, ya que caería en poder de las autoridades. Acompañada por Santi, falleció. A la mañana siguiente rociaron su cuerpo y la casa con combustible e incendiaron el lugar.

Madre e hijas. Fueron ellas la que la convencieron de que era tiempo de que se conociera lo que realmente había ocurrido hace ya 49 años

Uno de los compañeros del soldado Dimitri -que pertenecía a la Compañía de Comunicaciones 10- aseguró que había sido ella la que había disparado. La mamá del conscripto, Veneranda Zordan, solicitó ese mismo año una pensión, pero en 1980 el Ejército se la negó.

Perdón y justicia

Chela descubrió que cuando se enteró de la muerte de Ana María, le dio pena, y entendió que la había perdonado. Confesó haber pasado por un intenso proceso que había empezado con un profundo odio, pero con el correr del tiempo tomó conciencia que eso le estaba arruinando la vida, que no lo quería ni para ella ni para sus hijos. Comprendió que, en el fondo, no la perdonaba a ella, sino a sí misma, y eso la ayudó mucho.

El escuchar una sirena la sigue paralizando, y la llevan a aquella madrugada cuando en la puerta de su edificio se agolparon patrulleros, ambulancias y camiones de bomberos. Su pensamiento es el mismo, y es que no haya pasado nada en su casa.

Extrañaba mucho Buenos Aires y sentía sola, y mientras pudo hacía viajes para estar con sus afectos. Cuando la familia se agrandó, se fue haciendo difícil. De todas formas, se consuela con que en Chile vive tranquila, porque nadie conoce su pasado trágico. Con las únicas personas que habló del hecho durante todos estos años fue con sus hijos.

Daniela, su hija mayor, agregó que Ana María provocó un daño que se transmitió de generación en generación. Contó que cuando se iban sus amigas que invitaban a la casa, miraban debajo de la cama y que, hasta casarse, era usual dormirse con la luz encendida.

No hace mucho tiempo que decidió hacer terapia, que antes debió ocuparse de su familia. Se ganó la vida trabajando como administrativa en una clínica y le alcanzó para criar a tres hijos, en los tiempos en que se había separado de su marido.

Su mamá vivió 27 años más. Si bien sus nietos la alegraban, aseguran que nunca más fue feliz.

Chela conserva el reloj de su papá que se paró en el momento del atentado y un álbum con recortes de la época, pero confiesa que los mejores recuerdos los guarda “acá”, y se señala el corazón.

Su vida en el teatro

Estuvo en Buenos Aires en un viaje casi relámpago para asistir a la función de la obra No Matarás (del otro lado), que cuenta la historia de un militante montonero que recuerda el atentado a Cardozo, y donde sus familiares y compañeros de militancia lo acompañan en una noche “de locura y muerte”.

Esta obra es una idea de Alejandro Diego, veterano de Malvinas, cuya historia fue conocida cuando el presidente Javier Milei, de quien es amigo, le entregó personalmente la medalla que lo acredita como ex combatiente, cuya pieza original había perdido en un robo.

Diego considera que faltaba conocer la historia de los demenciales años setenta desde otra óptica, mostrando la cara cínica y manipuladora de los montoneros. Quiso la casualidad que diera con Chela y que se abriera a contar su historia. Es así que el atentado es el hilo conductor de la obra.

Ella concurrió con sus tres hijas y confesó que casi le da un infarto cuando, de pronto las luces se apagan y se recrea el sonido de la bomba de esa noche de hace 49 años, y se sorprendió por el increíble parecido de las actrices que la personifican a ella y a Ana María.

La obra, cuya idea es de Diez, la dirección de Osvaldo Peluffo y que toma como punto de partida las cartas de Oscar del Barco, se exhibe los sábados a las 20 horas en el Teatro El Ojo, Perón 2115.

Chela dice que aún sigue esperando justicia, que se debe buscar la verdad, que de ambos lados se sufre, pero que es imperativo conocer la historia completa. Protesta porque Ana María aparece como una heroína y su nombre figura en una baldosa en la puerta del Normal, mientras que La Escuela Superior de Policía, fundada en 1935, que llevaba el nombre de su papá, en 2011 se lo cambió por la del comisario general Enrique Fentanes, un profesor de dicha institución.

Se consuela con los lindos recuerdos que atesora, buscó las canciones que escuchaba con su papá; se lamenta que en uno de esos cassettes, accidentalmente, había quedado grabada la voz de él, pero que el paso de los años lo terminó deteriorando, como la confianza y la esperanza de aquella chica adolescente que la traición y el sinsentido la dejó sin papá y le cambió la vida para siempre.

Fuente: https://www.infobae.com/tag/policiales

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