En su célebre El Arte de la Guerra, Sun Tzu sostiene “que la victoria puede ser creada”, en un axioma que, como otros que el militar chino ofreciera en ese clásico tratado de estrategia que data del siglo V A.C, sigue teniendo gran actualidad en el mundo de una política que ha abrevado durante siglos en analogías y metáforas militares. Lo que subraya Sun Tzu es que la victoria (y, por ende, también la derrota) no siempre depende de la superioridad numérica ni de la fuerza, sino también de otros factores que pueden controlarse, como la estrategia, la anticipación, el engaño, o la astucia.
Veinticinco siglos después de esos escritos del general y estratega de la antigua China, en política la “victoria” o la “derrota” siguen siendo realidades relativas susceptibles de ser creadas. Con los hechos siempre sujetos a interpretación, sin la existencia de verdades absolutas, y con una realidad que siempre se erige en función de unas percepciones cada vez más dominadas por emociones, las narrativas y dispositivos comunicacionales han adquirido una importancia creciente en esas batallas por el sentido de los hechos.
Lo ocurrido durante los últimos días es sin dudas un fiel reflejo de ello. Es que sería muy difícil que un análisis riguroso de lo ocurrido a partir del nuevo acuerdo con el FMI (el vigésimo tercero desde 1958) no proyectara la imagen de un gobierno que no solo fracasó políticamente al tener que recurrir al organismo fruto de una decisión forzada y de forma anticipada a las elecciones de octubre, sino también económicamente al agotarse un modelo que pretendía controlar la inflación a través de un dólar pisado y barato, manteniendo el cepo y quemando las ya inexistentes reservas (siempre con la expectativa de generar, además, externalidades electorales positivas).
Sin embargo, en esta realidad que se construye a través de un juego de percepciones en las que la racionalidad se tamiza por las cada vez más relevantes e intensas emociones, el gobierno dejó más que claro que el nuevo Acuerdo con el FMI opera como una suerte de relanzamiento de esa ola triunfalista, rayana con la euforia, con la que había cerrado el favorable 2024.
Pese a que el gobierno tiró por la borda las expectativas de llegar a octubre sin ajuste alguno en el tipo de cambio, con una inflación bajando al 1% mensual y una eventual eliminación del crawling peg, el presidente y su equipo apostaron a enmarcar el acuerdo con el FMI en una narrativa triunfalista, poniendo inicialmente toda la carga comunicacional en el anuncio del “fin del cepo” (por cierto, aún parcial), para luego, con el desarrollo de tres jornadas estables en el mercado cambiario, desatar los festejos -como literalmente mostró la foto del equipo económico difundida tras la rueda del lunes- y pasar a una comunicación más proactiva e incluso agresiva, centrada en amplificar el presunto éxito de la “liberalización” del tipo de cambio.
Y, en lo que ya se ha convertido en todo un clásico de los momentos celebratorios del oficialismo, lejos de aprovechar el momento de distención para exhibir moderación y exorcizar los inevitables márgenes de incertidumbre, acelera aún más con su narrativa agresiva, destemplada y cargada de diatribas y amenazas.
Javier Milei Junto a Luis Caputo luego de la reunion con Scott Bessent
Una vez más, los periodistas, economistas críticos y opositores fueron sus blancos preferidos, a los que en esta ocasión sumó el escrache a empresarios de consumo masivo y a laboratorios y empresas de medicamentos de capital extranjero. Incluso el campo, que había celebrado los anuncios, fue víctima de la provocación presidencial, que pareció querer forzarlos a la liquidación de divisas bajo la amenaza de mayores retenciones.
Es evidente que el gobierno entiende que, luego de la larga saga de errores no forzados, negligencias -como mínimo-, excesos de confianza y condicionantes internos y externos que desde el 23 de enero pasado (el discurso de Davos) hasta el viernes habían configurado un 2025 muy diferente al año anterior, con la “salida” del cepo y una liberación del tipo de cambio que tuvo por ahora un impacto devaluatorio moderado (10%), se abre una nueva etapa en la que vuelven a recuperar la iniciativa, la centralidad política y, por ende, el control de la agenda.
Así se comprende entonces la avidez y ansiedad del presidente por acelerar en las curvas, multiplicando diatribas y acusaciones por doquier, a la vez que -como alguna vez recomendara Steve Bannon, el primer estratega de Trump- procurando “inundar” la escena pública no solo con más anuncios y nuevas iniciativas, sino también con la generación de nuevas controversias y la apertura de nuevos frentes de conflicto.
Una estrategia de “inundar la zona” (Bannon dixit) que el gobierno percibe también como altamente funcional para una suerte de relanzamiento electoral: Milei se meterá de lleno en la campaña porteña, y seguramente sumará algún nuevo ataque a un Macri a quien ya ha acusado de “traición” y querer “cuidar los negocios” en la Ciudad, prepara una presentación en territorio bonaerense, donde continuará impulsando el quiebre del PRO y la incorporación de algunos de sus referentes a las listas libertarias, y volverá seguramente a confrontar con Cristina durante un nuevo impulso en el Senado al proyecto de “ficha limpia”.
Lo cierto es que Milei abrirá la semana enfatizando los éxitos de lo que el oficialismo vistió con relato libertario, como la tranquilidad y estabilidad cambiaria, la expectativa en lo que respecta a la acumulación de reservas, o la buena respuesta de los mercados. Y es probable que durante algunos meses el plan muestre relativa estabilidad, sobre todo si hay acumulación de reservas (aún sin alcanzar las ambiciosas metas comprometidas con el FMI) y si se rearma nuevamente un esquema de carry trade que haga atractivo para los exportadores pasarse a pesos para obtener más rentabilidad con nuevas y atractivas tasas.
Sin embargo, la incógnita de corto plazo sigue estando sobre el impacto inflacionario. Si bien el salto cambiario fue más moderado de lo esperado, la suba de marzo (3,7%) suma incertidumbre respecto al posible traslado de precios. Si bien por ahora la mayoría de los analistas coinciden en que el impacto es por ahora acotado, y el gobierno parece dispuesto a recurrir a métodos poco ortodoxos como la presión a las alimenticias, el “acuerdo” con las prepagas, o las amenazas al campo, se descuenta que habrá “correcciones” que impulsarán la inflación en los próximos meses hacia una franja que -según diversas estimaciones- podría estar en un 5 % mensual. En el contexto de un año electoral, no es en absoluto una incógnita menor: la baja inflación, en tanto promesa de campaña del 2023 que Milei consideraba cumplida, es su principal activo político- electoral.
La apuesta, como casi siempre en el universo libertario, es de alto riesgo. Los salarios reales y las jubilaciones continuarán cayendo y el gobierno no parece dispuesto a ceder a las presiones para readecuarlos, lo que a su vez impactará sobre el ya ralentizado consumo, afectando también la producción y amenazando el empleo. Un contexto que se profundizará en una Argentina que seguirá siendo muy cara en dólares, lo que podría afectar también la competitividad y reactivar nuevas expectativas devaluatorias.
Así las cosas, el gran interrogante respecto a las perspectivas de una recuperación económica que vaya más allá del mero rebote o la buena performance en algunos sectores permanece incólume, en un contexto global difícil, con nuevas presiones inflacionarias internas, la exigencia de un mayor ajuste en el gasto por parte del FMI (1,6% del PBI), y el resurgimiento de preocupaciones y demandas ciudadanas vinculadas al empleo, la corrupción, o la justicia, entre otros temas que parecen ajenos a la agenda libertaria.