Si uno leyera nombres como “Instituto para el Futuro de la Humanidad”; “Proyecto Cerebro Humano”; “Foro sobre el Cerebro”; “Futuro Global 2045”; “Instituto de Investigación de la Inteligencia de las Máquinas; el “Instituto para el Futuro de la Vida”; “Instituto de la Extropía”, entre cientos de otros; uno imaginaría a un montón de seres en los márgenes de la ciencia; persiguiendo ideas extraídas de libros de ciencia ficción de segunda categoría pensados para un público entre ingenuo e ignorante ávido por consumirlos.
Sin embargo, detrás de estas instituciones, no sólo se hallan muchas de las más prestigiosas universidades sino, también, los mejores científicos del mundo; todos fondeados por los nuevos multi billonarios dueños de las empresas tecnológicas que han tomado control de la economía mundial -y académica- en los últimos 25 a 30 años. En una carrera desenfrenada por alcanzar y liberar todos los avances tecnológicos posibles a la mayor velocidad posible; los inversores, científicos e investigadores tienen las más llamativas agendas.
Por ejemplo, en 2013, la Unión Europea invirtió más de mil millones de euros de financiación pública del llamado “Proyecto Cerebro Humano”. Con sede en Suiza y dirigido por el neurocientífico Henry Markram, fue creado con el propósito de elaborar un modelo funcional de cerebro humano que, en el corto plazo, pueda ser simulado en una red neuronal artificial.
El neuro-ingeniero Ed Boyden -que dirige el grupo de investigación de Neurobiología Sintética del Instituto de Tecnología de Massachusetts (el icónico MIT)-; construye herramientas para cartografiar el cerebro; como paso previo a intentar descubrir cómo funciona.
Boyden -famoso por la creación de la optogenética; una técnica que permite activar o desactivar neuronas individuales en cerebros de animales vivos mediante la aplicación de fotones- desarrolló una herramienta radical: la “microscopía de expansión”. Esta permite “inflar” tejido cerebral utilizando un polímero que mantiene las proporciones y las conexiones intactas; un paso importante hacia esta “cartografía cerebral”.
“Computando” el cerebro
El nematodo Caenorhabditis elegans -un gusano cilíndrico transparente de aproximadamente un milímetro de longitud (muy apreciado por los neurólogos porque sólo tiene trescientas dos neuronas); fue el primer organismo pluricelular cuyo genoma fue secuenciado de manera completa. Ahora gracias a la técnica de Boyden, también es la única criatura cuyo cerebro también se ha “cartografiado”.
El equipo trabaja ahora en “traducir” la actividad neuronal observada en alguna forma de código informático. Si se lograra esto, el gusano “sería computable”, y su actividad cerebral podría ser emulada en un ordenador.
Thomas Hobbes, en 1655, escribió en su obra “De Corpore (Tratado sobre el cuerpo)”: “Para mí el razonamiento es cómputo. Y computar es calcular la suma de muchas cosas añadidas al mismo tiempo, o determinar lo que resta cuando se ha extraído una cosa de otra. Razonar equivale, pues, a sumar o restar”. El pensamiento ¿es “computable”?
Ser máquina
El transhumanismo es un movimiento que busca la liberación total de la biología. Hay otra forma de verlo; como una rendición total y definitiva ante la tecnología. La raíz del transhumanismo sólo se comprende desde la perspectiva de aceptar la premisa que “somos máquinas orgánicas”.
Marvin Misnky, considerado el padre de la Inteligencia Artificial, dijo: “El cerebro humano no es más que “una máquina hecha de carne”. En 1948, el matemático norteamericano Norbert Wiener -padre de la cibernética- afirmó que cualquier sistema, mecánico o animal, podía ser controlado usando los “estímulos adecuados”. “Todo puede ser controlado (…) La cibernética es la ciencia de la información y el control, sin importar si lo que se controla es una máquina o un organismo viviente”. Con esto, instaló la idea de que la conducta humana es “programable”; ergo, que funciona como un ordenador. “Creo que a finales de este siglo -escribió Alan Turing, en 1950-, uno podrá hablar de máquinas pensantes sin esperar que le contradigan”.
En el libro “El ordenador y el cerebro” -escrito en 1950-, John Von Neumann -uno de los eruditos más brillantes del siglo pasado-, hace una descripción exhaustiva de la arquitectura del cerebro y la de un hipotético futuro ordenador. Se pregunta, entre otras cosas, cuáles son los procesos lógicos que un ordenador debe realizar y describe cómo realizarlos. A partir de allí razona sobre cuáles son los procesos que operan en el cerebro humano y enumera los paralelismos con sus premisas anteriores. También se pregunta si es posible construir un autómata que se pueda auto replicar; diseñando un mecanismo que terminaría resultando increíblemente similar al descubierto por Watson y Crick, en 1953: el ADN que “duplica” la vida en los organismos biológicos.
Hans Moravec, profesor de Robótica Cognitiva en la Universidad Carnegie Mellon publicó un libro (1988) llamado “El hombre mecánico: el futuro de la robótica y la inteligencia humana”, en el cual afirma que la Inteligencia Artificial superará a la humana y que las máquinas nos suplantarán en la carrera evolutiva. Se establece así la idea del hombre sólo como un eslabón biológico hacia una inteligencia sintética y una vida de silicio.
En los bordes de la ciencia ficción, Ray Kurzweil – ingeniero en jefe de Google, sumo pontífice de la teología tecnológica y ferviente creyente del transhumanismo más radical-, dice: “tras la gran fusión de la humanidad y la inteligencia artificial, la inteligencia resultante «empezará a saturar la materia y la energía que hay entre ella», lo cual, logrará «reorganizar la materia y la energía a fin de proporcionar un nivel óptimo de computación»; para extenderse hacia el infinito desde sus orígenes en la Tierra (…) El infinito vacío del universo -después de unos 14.000 millones de años de limitarse a sucumbir ociosa e inútilmente a la inexorable fuerza de la entropía-, resultará por fin de provecho, convertido ahora en un vasto mecanismo de procesamiento de datos”. El universo convertido en una gran máquina de computar. ¿De pensar?
Del carbono al silicio
Así como las aplicaciones que corren en nuestros “teléfonos” lo hacen sin importar su marca; la utopía transhumanista busca “liberarnos” del sustrato de carbono y mudarnos a uno de silicio. Como aquellos viejos alquimistas que querían trasmutar el plomo en oro; estos nuevos teólogos de la tecnología buscan “liberar” al hombre de sus condena biológica y mortal, y mudar su esencia al silicio infinito y sin límites.
Hablar de lograr un “sustrato computacional más adecuado” solo tiene sentido si primero nos concebimos como máquinas biológicas y luego, si aceptamos que “nuestro sistema operativo” corre en el hardware inadecuado. Máquinas orgánicas con inteligencias atrapadas en la materia equivocada; una disforia de sustrato.
El argumento más remanido hace hincapié en que las neuronas se activan doscientas veces por segundo; mientras que los transistores lo hacen a razón de miles de millones de veces por segundo. O que las señales eléctricas viajan a través de nuestro sistema nervioso a una velocidad de cien metros por segundo; mientras que las señales digitales pueden hacerlo a la velocidad de la luz. O que el cerebro humano tiene limitado su tamaño a la cavidad craneal; mientras que sería posible construir, algún día, procesadores informáticos del tamaño de planetas enteros si hiciera falta; a los cuales conectarnos. “Es posible que algún día nuestros descendientes exploten cuerpos celestes para construir máquinas que tengan un millón de millones de millones de millones de millones (o sea 1030) de veces la potencia de la mente humana”. Otra vez, Hans Moravec.
En “La condición humana”, Hannah Arendt reflexionaba sobre un artículo periodístico que hablaba “del encarcelamiento de los hombres en la tierra”. “Este hombre futuro -escribía Arendt-, que los científicos nos dicen que producirán en un plazo máximo de cien años, parece estar poseído por una cierta rebelión contra la existencia humana tal como se le ha dado, un don surgido de la nada (en términos laicos) que él desea intercambiar por algo que haya hecho él mismo”.
Creando el futuro
La mejor manera de predecir el futuro es crearlo. Toda esta gente está decidida a crear el futuro que ellos desean para ellos mismos. Todos ellos creen que podemos y que debemos utilizar la tecnología para erradicar el envejecimiento como causa de muerte. Que podemos y debemos utilizar la tecnología para potenciar nuestro cuerpo y nuestra mente. Que podemos y debemos controlar la evolución de nuestra especie. Que podemos y que debemos fusionarnos con las máquinas para reconfigurarnos, a imagen y semejanza de nuestros ideales.
“El hombre es un dios en ruinas”, escribió Emerson. Me cuesta decidir si todo esto es una tecno utopía o la más absoluta distopía tecno humanista. Quizás sea ambas. En verdad los futuros utópicos son, de una u otra forma, lecturas revisionistas de un pasado mítico que se busca recuperar.
Estas personas desean intercambiar lo que se nos ha dado -el don-, por algo mejor; por algo hecho por el hombre. ¿Funcionará? No creo que vivamos para verlo, pero, en realidad, ¿quién lo sabe?