La guerra cultural en Estados Unidos

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Nunca en la historia estadounidense desde la guerra civil -entre 1861 y 1865- la sociedad norteamericana estuvo tan fracturada como hoy en dos grandes bloques antagónicos separados por sus diferencias de visión sobre los valores constitutivos de la nación. Esa polarización política está asociada entonces con una guerra cultural en pleno desarrollo.

Nunca en la historia estadounidense desde la guerra civil -entre 1861 y 1865- la sociedad norteamericana estuvo tan fracturada como hoy en dos grandes bloques antagónicos separados por sus diferencias de visión sobre los valores constitutivos de la nación. Esa polarización política está asociada entonces con una guerra cultural en pleno desarrollo.

En las sucesivas versiones de la historia oficial de la Unión Soviética publicadas anualmente durante la era de José Stalin la valoración de los personajes variaba según las necesidades políticas de cada momento. George Orwell, en su libro “1984”, consignaba que el lema del Gran Hermano, responsable de la “Policía del Pensamiento”, era que “quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado controla el futuro”.

Donald Trump dictó una orden ejecutiva, titulada “restaurando la verdad y la cordura en la historia de Estados Unidos”, para eliminar la financiación de programas que promuevan “narrativas divisivas” e “ideología inapropiada, divisiva o antinorteamericana”. La tarea quedó a cargo del vicepresidente JD Vance.

Según Trump en la última década existió un esfuerzo “concertado y generalizado” para reescribir la historia estadounidense reemplazando los “hechos objetivos” por una “narrativa distorsionada, impulsada por la ideología en lugar de la verdad”, que presenta bajo una “luz negativa” a los que considera los “principios fundacionales de Estados Unidos”.

El decreto comisionó a Vance, quien forma parte de la Junta de Regentes del Smithsonian Institution, un enorme complejo cultural de carácter público, para reestructurar las áreas de la institución, incluidos sus 21 museos (11 situados en Washington), numerosos centros educativos y de investigación, revistas y el Zoológico Nacional.

La decisión apunta a la reposición en los museos e instituciones culturales de las estatuas y monumentos de figuras emblemáticas del sur esclavista de la Confederación. derrotada en la guerra civil del siglo XIX , que fueron retirados o reemplazados tras la ola de repudio provocada por el asesinato del afroamericano George Floyd por la policía de Minneapolis en 2020 y del auge del movimiento Black Lives Matter (en español “las vidas de los negros son importantes”), cuya beligerancia generó una fuerte reacción en las corrientes conservadoras.

El decreto exige también mejoras en el Salón de la Independencia en Filadelfia que tendrían que materializarse antes del 4 de julio de 2026, a tiempo para la conmemoración del 250° aniversario de la firma de la Declaración de la Independencia, una fecha cuya celebración Trump aspira a transformar en un hito político fundamental de su tercer mandato.

Trump criticó el estado del Museo Nacional de Historia y Cultura Afroamericana, del Museo de Historia de la Mujer y del Museo de Arte Americano. Subrayó que “los museos de la capital de nuestra nación deberían ser lugares donde las personas vayan a aprender, no a ser sometidas a adoctrinamiento ideológico o narrativas divisivas que distorsionan nuestra historia compartida”.

Trump advirtió asimismo a los responsables de la construcción de un museo proyectado para honrar la historia de la mujer estadounidense que no haya ninguna referencia a las personas trans. Enfatizó que un museo de historia de la mujer tiene que celebrar a las mujeres y “no reconocer a los hombres como mujeres en ningún aspecto”.

Esta embestida contra las expresiones de la denominada “cultura woke” fue precedida por la ofensiva desatada por la administración contra las universidades públicas y privadas conocidas por sus tendencias “liberals”, una caracterización que en Estados Unidos es sinónimo de izquierdizantes, y especialmente contra aquéllas que dieron lugar a las manifestaciones antisraelíes por la guerra en la franja de Gaza.

Una historia con historia

Una razón estructural de la excepcionalidad estadounidense es que, a diferencia de Europa, Estados Unidos fue el primer gran país capitalista sin un pasado feudal. Esa diferencia explica por qué en Estados Unidos, que nació capitalista y liberal, la tradición conservadora no sea opuesta al ideario del liberalismo ni a la utopía de la innovación y el progreso. Los conservadores norteamericanos reivindican la cultura de los primeros pioneros que venían del viejo continente para construir un futuro mejor.

El conservadorismo estadounidense tiene una dimensión religiosa. John Micklethwait y Adrian Wooldridge, autores de “Una nación conservadora. El poder de la derecha en Estados Unidos”, publicado en 2004, afirman que “en ningún otro país la derecha se define antes por los valores que por su posición de clase. El mejor índice para saber si un estadounidense vota a los republicanos no es su nivel de renta, sino la frecuencia con que él o ella concurren a la iglesia”.

Un estudio de la consultora Pearch sobre la religiosidad mundial consigna que más del 90% de los estadounidenses creen en la existencia de Dios, contra un 70% de los británicos, un 60% de los franceses y el 50% de los suecos. El 60% de los estadounidenses asiste a la iglesia con frecuencia y admite que la religión cumple rol “muy importante” en su vida personal.

En un artículo publicado en “Time”, el escritor conservador Christopher Caldwel señalaba que” los europeos son materialistas: la Unión Europea tiene un perfil bajo en temas estratégicos porque fue diseñada por burócratas obsesionados por el comercio y el dinero. A los europeos les importa más que a nosotros el placer físico, trafican con la excitación sexual, a juzgar por los contenidos de los programas nocturnos de televisión. En opinión de muchos norteamericanos es difícil mantener las tradiciones familiares en una región en la que tanta gente elige no tener hijos, es difícil cuando menos del 20% de los europeos va a la iglesia”. En términos políticos, esta concepción cultural conservadora, cuyo mayor abanderado y principal núcleo organizativo es el movimiento evangélico, implica la defensa de la familia tradicional, el combate contra el aborto y el rechazo a la permisividad “woke” con la minoría LTGB.

Este conservadorismo de raíz religiosa está articulado con una visión filosóficamente liberal, que exalta la supremacía del individuo y la iniciativa privada sobre el intervencionismo estatal. Los conservadores perciben al Estado como un mal necesario cuyas atribuciones hay que limitar en todo lo posible, incluidos la seguridad, la salud, la educación y la previsión social. Esta postura contrasta con el mito de la “Gran Sociedad”, impulsada por el Partido Demócrata, versión estadounidense del Estado de Bienestar europeo.

Pero esa reivindicación de la libertad individual no se agota en la esfera de la economía. Incluye la defensa de la libre portación de armas, un derecho consagrado en la segunda enmienda de la Constitución, fundado en que el derecho de los ciudadanos a armarse en defensa propia es una garantía no sólo para la defensa de su vida y su propiedad contra otros particulares sino también contra los posibles abusos del Estado.

Esa aleación entre valores conservadores y liberales se complementa con un tercer elemento característico: una visión nacionalista, basada en la idea del “destino manifiesto”, explotada por Trump con sus consignas de “America First” y de “Make America Great Again” (MAGA), que refleja una convicción extendida en la población estadounidense, como se exhibe en un respeto sacramental por los símbolos patrios como la bandera o el himno nacional y en el culto a los veteranos de guerra.

Dentro de ese nacionalismo cultural afloró en las últimas décadas una tendencia inédita, centrada en la defensa de la población nativa contra la inmigración ilegal, en particular de origen mexicano y centroamericano, cuyo crecimiento modifica la estructura demográfica y es visualizado por una amplia franja de la opinión pública como una amenaza a la seguridad ciudadana y hasta a la propia identidad nacional. La revisión oficial de la historia estadounidense es la certificación de que para Trump el éxito en esa “batalla cultural” forma parte del legado con que aspira culminar su segundo mandato y, si fracasa en su propósito de presentarse para un tercer período, abrir el camino para su reemplazo por JD Vance, un intelectual católico que constituye la expresión emblemática de un futuro “trumpismo ilustrado”.

* Vicepresidente del Instituto de Planeamiento Estratégico

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales