Dos semanas después de haber recibido el alta médica tras una prolongada internación por una doble neumonía, el papa Francisco volvió a mostrarse públicamente. Lo hizo este domingo en la Plaza San Pedro del Vaticano, donde sorprendió a los fieles al presentarse en silla de ruedas y con cánulas nasales de oxígeno. Aunque su aparición fue breve y no pudo hablar mucho -siguiendo las indicaciones de sus médicos-, fue suficiente para conmover a una multitud que lo recibió con aplausos, emoción y gritos de “¡Viva el Papa!”.
El Pontífice apareció luego de la misa por el Jubileo de los Enfermos, celebrada por el arzobispo Rino Fisichella, quien leyó una homilía escrita por el propio Francisco. El texto tenía un eje claro: la inclusión de los enfermos y personas frágiles en la vida social y espiritual de la comunidad. En palabras del Papa: “Queridos hermanos y hermanas enfermos, en este momento de mi vida comparto mucho con ustedes: la experiencia de la enfermedad, de sentirnos débiles, de depender de los demás para muchas cosas, de tener necesidad de apoyo”.
La presencia del Papa en la plaza no estaba anunciada oficialmente, lo que generó sorpresa entre los presentes, que disfrutaban de una jornada primaveral y soleada en Roma. La escena fue particularmente simbólica: un Francisco visiblemente debilitado, pero firme en su decisión de mantener el contacto con su pueblo.
Su mensaje, leído por Fisichella, fue íntimo y directo. “No es siempre fácil, pero es una escuela en la que aprendemos cada día a amar y a dejarnos amar”, escribió el Papa. Además, aseguró que la enfermedad, aunque dura, puede convertirse en un espacio para encontrar sentido y espiritualidad: “La habitación del hospital y el lecho de la enfermedad pueden ser lugares donde se escuche la voz del Señor”.
Desde su internación en el hospital Gemelli, el Papa había delegado las celebraciones religiosas a cardenales y obispos, quienes leyeron sus discursos en su nombre. Esta breve reaparición marca un gesto fuerte de cercanía con los fieles, pero también evidencia el delicado estado de salud del Santo Padre, de 87 años.
El Vaticano no confirmó aún cuándo retomará plenamente su agenda, pero esta salida a la plaza —aunque limitada— fue leída por muchos como un signo de esperanza. Una manera silenciosa pero potente de decir: sigo aquí.
El papa citó en el texto a su antecesor, Benedicto XVI, que en su encíclica ‘Spe Salvi’ (2007) planteó que “la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento” y que “una sociedad que no logra aceptar a los que sufren es cruel e inhumana”.
Francisco transmitió: “Es verdad, afrontar juntos el sufrimiento nos hace más humanos y compartir el dolor es una etapa importante de todo camino hacia la santidad”. Por eso llamó a la sociedad a “no relegar al que es frágil” como, advirtió, “lamentablemente a veces suele hacer hoy un cierto tipo de mentalidad”. El papa reclamó: “No apartemos el dolor de nuestros ambientes. Hagamos más bien de ello una ocasión para crecer juntos”.
Luego El Vaticano difundió el texto que tenía preparado para el Ángelus dominical: “Rezo por los médicos, enfermeros y trabajadores sanitarios, que no siempre tienen las condiciones adecuadas para trabajar y, a veces, incluso son víctimas de agresiones. Su misión no es fácil y debe ser apoyada y respetada”.
Francisco expresó su deseo de que “se inviertan los recursos necesarios para la atención y la investigación, para que los sistemas sanitarios sean inclusivos y atiendan a los más frágiles y pobres”.