El rechazo de los pliegos de Manuel García Mansilla y Ariel Lijo en el Senado fue un traspié político muy serio, pero no irremontable, para Javier Milei. Principalmente, porque muestra que con voluntarismo solo no se gana.
La intransigencia frente a la realidad muestra la inexperiencia del núcleo de decisión, un triángulo en el que el presidente está acompañado por Karina Milei y Santiago Caputo. El resultado final no respondió al “principio de revelación”; lejos de mostrar el poder de “la casta” evidenció la inconsistencia de ciertas decisiones frente al “principio de realidad”.
El disgusto se hubiera ahorrado si, antes del mandar los pliegos, hace un año, buscaban una fórmula de acuerdo. Y el país hubiera ganado mucho si el Senado se hubiera pronunciado meses atrás. Porque lo que se votó fue, en los discursos, el rechazo a la designación por decreto. Ninguno de los que votaron por el rechazo evaluó seriamente las condiciones de los postulados. Y si no existía voluntad política para aprobar las designaciones, hubiera sido interesante que el Gobierno decidiera “barajar y dar de nuevo”. Retirar los pliegos y construir un acuerdo.
Es cierto, no se puede desconocer, el empecinamiento histórico del kirchnerismo por obstaculizar la gestión de los gobiernos que no controlan. Pero, ahora, la intemperancia fragmentó a todos los posibles aliados de un presidente huérfano de poder propio en el Congreso. Y, el jueves, esos aliados se unieron al kirchnerismo al que, de paso, contribuyeron a amalgamarlo, al menos, por unas horas.
La cuestión es que, probablemente, la Corte Suprema continúe con solo tres miembros, a menos que García Mansilla decida aferrarse a su designación por decreto que, a la luz de la votación en el Senado, tendrá una muy erosionada autoridad y puede dar pie a que planteen nuevos recursos contra futuros fallos de los que él participe.
El escenario global no es el ideal para tantas fracturas y fragilidades como las que exhiben todas las opciones políticas.
Consolidación del poder
Las turbulencias políticas internas deberían amainar lo antes posible. Al menos, para que la tormenta del mundo no nos arrastre.
El préstamo que el Gobierno solicitó al FMI ocupa el centro de la atención. Por una parte, muestra el gran dilema financiero que afronta el programa libertario, presionado para que sincere la cotización del dólar frente al peso como condición para lograr esos fondos, a su vez indispensables para sanear las cuentas del Banco Central. Pero una devaluación de la moneda podría generar inflación; y eso debilitaría el mayor patrimonio político obtenido por los libertarios en sus 16 meses de gestión.
La demora de avances perceptibles en una reactivación productiva, laboral y salarial, sumada a ciertas torpezas en el manejo político, están erosionando las expectativas de muchos votantes no libertarios que lo acompañaron en el balotaje con la expectativa de clausurar un ciclo de dos décadas de kirchnerismo. Hoy, es indispensable para el equilibrio político recomponer el acuerdo con el PRO, con las fuerzas ahora desperdigadas de Juntos por el Cambio y con las corrientes más cercanas, además de los distintos sectores y las instituciones públicas. Y ese es el único camino posible para que el gobierno pueda construir poder parlamentario propio, y para generar confianza en los mercados, en los inversores y en la ciudadanía.
Las promesas de transformación se sostienen con transparencia y picardía, sin confiar en que los triunfos son definitivos y que la opinión pública sea lo mismo que las baterías de mensajes direccionados que circulan por las redes. Ese sistema funciona para ganar algunas elecciones, pero es un engaño para quien lo convierte en un credo de gobierno.
Incertidumbre global
Milei exhibe su alineamiento excesivo con Donald Trump como la garantía del éxito de su proyecto. Lograr una decisión favorable de la junta directiva (board) del FMI para la gestión que encabeza el ministro Luis Caputo no está garantizada tampoco. No basta con las fotos junto al presidente norteamericano.
El tarifazo dispuesto por Trump genera una incertidumbre muy grande y podría alterar el orden internacional en una dirección imprevisible. Hay una guerra comercial declarada contra China e inspirada en el sueño de restablecer la excepcionalidad de los EEUU. Cerrar la economía puede resultar, en cambio, autodestructivo.
Trump no es un amigo demasiado confiable; es evidente que tiene otras prioridades que la suerte de Milei. De hecho, el tarifazo también castiga a nuestro país. Y en el board del FMI están representados China, Japón y los países europeos afectados directamente por el tarifazo y por la traumática metamorfosis republicana.
No se trata de invocar a las fuerzas del cielo, sino construir una visión inteligente de la realidad global y de las reglas de la política, nacional e internacional.
Trump y el tembladeral global
El mundo lleva ocho décadas de globalización, con algunas crisis financieras y conflictos de periferia, pero con una paz razonable, no absoluta, liderada por los Estados Unidos. Ahora, el presidente de la primera potencia mundial, Donald Trump ha decidido romper, de golpe, con esa globalización, con sus vecinos y, hasta ahora socios, México y Canadá, y se muestra resuelto a dejar librada a su suerte a una Europa, su aliado histórico, amenazada por el expansionismo del presidente de Rusia, Vladimir Putin y del terrorismo islámico.