Jorge Cornejo Albrecht expone en la ciudad, una muy buena noticia para los amantes de la pintura y sus alcances. El viernes próximo, a las 20, se inaugura un Homenaje a su obra en el Design Suite Salta, en Belgrano y pasaje Castro. Declarado de interés cultural por la Provincia, y en adhesión al Abril Cultural Salteño, el espacio cuenta con la curaduría de Delia Cornejo y Hernán Ludueña Segre y se podrá visitar hasta octubre.
El encuentro con El Tribuno se concretó en esa esquina, un lugar muy especial para el artista. A metros estaba la casa de su infancia, y donde hoy se levanta el hotel había una carpintería, allí jugaba en un entorno muy familiar y de barrio. Eso pasaba en los 50. En la charla afloran esos recuerdos y también perspectivas acerca del mundo y del arte. La palabra cobra dimensión. “La metáfora siempre estuvo, eso de transitar, de ir son metáforas porque estamos aquí. Es así”, dice.
¿Por qué la pintura y por qué la metáfora?
Porque nací con ellas. Hay una expresión muy linda de Paul Gauguin… ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? En definitiva, son preguntas para dar alguna respuesta, pero no la respuesta acabada, porque el misterio es el que tiene la última palabra. Más allá de todo lo que se pueda expresar, siempre el misterio nos gana. Es un poco esa situación que se da. Y ya que se nombra artes plásticas, un nombre que no me gusta demasiado, ¿qué significa? Es la elasticidad que se logra de adentro hacia afuera. Y todo se canaliza, lógicamente, en mente, mano y un sentido. La metáfora me gusta, porque no me gustan las rigideces. Yo no soy un intelectual. Yo soy un pintor, un poeta.
¿Cuándo aparece la poesía?
La poesía viene junto con la pintura, junto con la escritura y viene junto con un montón de otras expresiones que se dan dentro del ser humano. Yo soy un hombre que, cuando fluye desde adentro, no pongo ninguna traba, ningún impedimento. A veces dicen vos sos mejor pintor que escritor, sos mejor poeta que tal cosa… Yo me acuerdo algo muy lindo de José Juan Botelli, el músico. Él me decía “mirá Jorge, nosotros somos iguales” -salvando distancia, lo digo-. “Somos polifacéticos, la expresión por la expresión misma”. A mí me gusta eso. No me gusta preparar absolutamente ninguna frase. Lo que viene viene y lo manifiesto. Esa es mi personalidad, es mi forma de ser. Aparte, con los años que llevo encima, imaginate, ¡las mil y una preguntas que me pude haber hecho en 56 años desde mi primera exposición!
¿Te acordás de esa exposición?
¡Cómo no! ¡Imagínate la emoción grande en el año 69 de hacer mi primera exposición!
¿Qué edad tenías?
Y bueno, yo nací en el 46… 23 años tenía… no soy bueno para la matemática. Pero te puedo decir, ya que surgió esta pregunta y hablando de metáforas, y en el sentido que no soy bueno para la matemática, que sí soy consciente de que de las 24 horas del día trabajo 84 en la pintura. ¿Te das cuenta? Es así.
¿Qué lugar ocupa Salta en tu trabajo?
Obviamente que ocupa el primer lugar, es mi cuna. Podríamos empezar por ahí. Yo siempre a mi arte lo manejé conocedor del mosaico, pero con proyección universal. No regional exclusivamente… Que eso se alinea un poco con lo que estábamos conversando, que cuando siento que viene, viene y va. Lo dejo fluir. Cuando yo digo el primer lugar, es con todo, es por su condición natural. Todo lo que encierra Salta. Y de ahí, por supuesto, el clima, el medio, el lugar donde se desarrolla tiene mucho que ver con el ser humano, con la percepción que tiene. Y bueno, yo soy muy respetuoso en ese aspecto, de que cada uno pueda expresar lo que sienta. Y dentro de las mil disciplinas que puede haber, que se manifieste…
Comenzaste a exponer a fines de los 60, viste crecer Salta…
Voy a venir un poquito para atrás. Me emocioné mucho con esta exposición porque estaba escrito que se iba a realizar acá. Y ahora te vas a sorprender con lo que te voy a decir. Yo salí a la calle y al mundo desde este recinto, de este lugar… Y volver después de tantos años al punto de partida. Te das cuenta de lo que puede significar para mí. Y aquí, a la edad de 6, 7, 8 años, yo jugaba donde estuvimos ahora, abajo, en el salón principal. Todo eso era la carpintería de Sánchez. Amigos míos…
¿Eran tus vecinos?
Exacto. La casa de mis padres estaba al lado. Entonces, cuando yo salía de la Escuela Zorrilla, almorzaba y ya me venía a la carpintería de Sánchez a jugar al fondo. Los dueños eran Antonio y Julio Sánchez. Los dos con distintas personalidades, pero muy buenas personas. Y estaba también su hermana, que tenía un pequeño cuarto pegado a la puerta por donde entraban los camiones a descargar la madera. Ellos me permitían a esa edad ir a jugar al fondo, con la madera, con el aserrín. A entrar dentro de mis sueños… Así que para mí fue algo muy sorprendente volver a esa instancia. Mil veces entré y salí por ahí, por donde se va a exponer esta obra.
¿Y cuándo comenzó la pintura, el dibujo?
Dos años tenía cuando salía a pintar y a dibujar. Yo vivía en el campo, paralelo al Fuerte de Cobos estaba la casa de la finca donde vivían mis padres. Es todo un microclima que va hasta el Alto Perú. Inclusive, por ahí pasa el Camino Real. Fíjate vos qué casualidad, la finca se llama La Obra. Y los lugareños la llamaban La Obra. Y todos los parroquianos y toda la gente del lugar que trabajaba en la construcción de la obra decían “me voy a la obra”, a construir la casa. Esa casa la construye Arias Rengel, quien construye el Museo de la Florida 20. Ese era el mundo para mí. Tenía todo. Tenía los amigos que eran hijos de los empleados de la finca con los que jugaba. La habitación nuestra, de mi hermana, mi hermano y yo era en la parte alta porque la parte baja de la casa se ponían todos los utensilios y los enseres para los animales. Todo lo que hacía a los arados… elementos de trabajo. Y ahí estaba el escritorio. Y la casa familiar, arriba. Nosotros jugábamos en la galería interna de madera. Y soy el menor de los tres hermanos. Y tenía dos años y recuerdo que yo bajaba, iba al escritorio… En la entrada del escritorio, en la tierra, ahí jugaba, y les pedía los talonarios usados de lo que fuere y sobre eso dibujaba. Y el contador era el señor Aguirre. Y después estaba Ríos también, eran dos muchachos en ese momento. Y me regalaron un lápiz de esos doble faz, rojo y azul, y con eso dibujaba en los talonarios. Tenía todo… perro, tenía la acequia cantarina que pasaba cerquita de donde dormíamos arriba. Esa era la música de fondo. En la mañana, el trinar de los pájaros. Al atardecer, ya los grillos, ya los coyuyos, las luciérnagas… Los pirpintos que desaparecieron prácticamente de toda la zona esa. Los zorritos… y caballos, por supuesto. Así que lo agradecido que puedo estarle a la vida de haber tenido esa niñez. Y cuando nos vinimos a la ciudad, y ya te estoy hablando nuevamente a los 7, 8 años. Y que ahí ya salgo, y paso a Cebas, que se funda en la década del 60. Cebas significa Centro de Estudiantes de Bellas Artes de Salta. Y los cofundadores fueron Antonio Yutronich, Roberto Maheasi, íntimos amigos míos. Y a medida que fue pasando el tiempo, Yutronich me presenta en tres oportunidades cuando yo hago exposiciones. Y Maheasi cuando iba a casa, veía mis dibujos, se ponía en cuclillas. Y los ponía arrimaditos a la pared, contra el piso y los observaba. Y era algo fantástico lo que significó para mí todo eso. Aparte, ¿qué se hacía? Los sábados, por ejemplo… Bueno, hace poco falleció Hugo Roberto Ovalle, un amigo mío. Y también compartimos Cebas, con Miro Barraza y tantos otros. Estaba el gitano Rentería que comandaba el tema de las kermeses en la plaza Belgrano. Y como buen gitano era el que tenía la bola de cristal ahí en la carpa que se ponía en la plaza. Era una época maravillosa…
Creativamente también, supongo…
¡Imagínate vos lo que fue eso! Yo no me acuerdo bien, nunca he sido muy asiduo a los concursos, pero una vez participé en un concurso en el que saqué creo que el tercer premio. Dibujé con lápiz en un papel canson la fachada de la agencia Chevrolet, que quedaba más hacia el lado del mercado Güemes, hacia la Güemes, casualmente. Y dibujé los arabescos de arriba y los ángeles que había. Curiosamente, lo que es la mente, hace unos días tomo conciencia, estaba sentado acá, abajo, Porque yo, al perder la vista, compensé por otro lado. La intuición, la percepción. Y miré en diagonal a donde estaba la agencia y vi los ángeles arriba, los arabescos que había… y una obra que se va a exponer está relacionada con eso… Y yo recién los entrelazo. Hace dos o tres días estuve sentado ahí abajo. ¿Por qué? Porque nosotros nos reuníamos sobre todo a los pies de una tipa inmensa que tiene más de cien años, por supuesto. Ahí nos reuníamos los muchachos…
¿Cómo fue el proceso de armar esta muestra?
Esto, en realidad, se lo debo a Hernán Ludueña y a Delia Cornejo. Porque ellos me sorprendieron un día con la propuesta. Porque yo he sido muy prolífero con mi pintura, y con mis libros también. Tanto es así que por eso me pasé más tiempo guardado en mi atelier, en mi estudio, que afuera. Te digo más, fui ilustrador y le hice la tapa a muchos poetas. Y te puedo nombrar a algunos de ellos. Carlos Hugo Aparicio, con “El silbo de la esquina”. Miguel Alejandro Carreras, con “Las ruinas que no son tales”. José Ríos, con “De este lado del río”. Y eso es maravilloso. Mantuve mucha relación con la Fundación Pablo Neruda. Mis libros están inclusive en Isla Negra. A lo mejor pocos saben este tipo de cosas. Pero lo cuento como una verdad. No creerme superior a nadie, ni mucho menos. Tengo más de 12 libros realizados, entre pintura y poesía. A ver, por ejemplo, mi primer enmarcador fue Lino Arroyo. Le hice la tapa de su libro a la hermana, a Lita Arroyo. A Juana Dib le hice casi todas las tapas de sus libros, los interiores. Le hice la tapa de su último libro, “El pasajero”. Para que veas cómo andaba en ese tiempo. Inclusive te digo más. Juana Dib mantuvo una buena amistad con Walter Adet. Yo he sido muy hermano del Gogo Adet, del Pila Adet. De Walter, por ahí no tanto, porque él era mayor. Pero teníamos la misma sintonía. Tanto es así que cuando él presenta en el Museo de Florida 20 su libro “Los oficios”, que tiene la tapa hecha por Ramiro Dávalos, es el rostro que hace Ramiro de Walter fumando la pipa. Y cuando me llegó el turno de que me firme el libro, Walter levantó la vista así y la bajó. ¿Y qué puso? Una percepción increíble relacionada con Vincent Van Gogh, con él y conmigo. Entonces, para mí todo este tipo de cosas son muy fuertes. Quiero que me entiendan. ¿Por qué? Walter Adet, en “El hueco” tiene un poema a Vincent Van Gogh hermoso. Muy sentido. Por supuesto, hay que estar en esa sintonía, y después cada uno va por donde quiere ir…
¿Qué significó Van Gogh en tu vida?
Significó muchísimo. Tuve la suerte y el honor de estar frente a cuadros originales de él. El mismo caso con Gauguin. Yo hago un libro que se llama “De Niza a Arles”, cuando hago una experiencia en Europa, que me invitan al sur de Francia. Eran todos aquellos pintores con los que yo mantenía una fluidez de espíritu increíble. Un grupo importante de impresionistas, expresionistas y pos-impresionistas. El caso mismo de Gauguin. Hago una experiencia en Europa, en el sur de Francia, de donde me vengo con 300 bocetos. Y los desarrollo y se condensan en ese libro. Ese libro, le digo yo a Gloria, mi mujer, termina cuando se presente en la Fundación Vincent Van Gogh de Arles. Y te vas a sorprender. Y me lo presenta un periodista salteño… En esa época ya tenía el libro terminado acá. Y me faltaba hacerlo presente en la Fundación Vincent Van Gogh de Arles. Porque yo he estado mucho tiempo ahí. He pintado todos los lugares que Vincent pintó. Y los desarrollé. Estaba de por medio el Mundial en aquel entonces. Hace 20, 30 años. Y bueno, así se dan las cosas en la vida. Pero para que se den, hay que ser insistente, hay que ser apasionado, no hay que claudicar. Hay que exigirse para lograr las cosas. Las cosas fáciles no sirven para nada. No llegan a ningún puerto ni suben ninguna montaña.
Hablando de montañas, me contabas de un poema especial…
En los años 70, años muy conflictuados para Argentina, yo caminaba por una calle oscura, y se me acercan cuatro muchachos barbados. Y me sorprendo un poco, y me dicen “disculpe señor, nosotros somos montañistas, y hemos rescatado del diario El Tribuno un poema suyo, que se llama ‘Eres la Montaña’. Cuando nosotros hacemos cumbre, sacamos el poema y lo leemos”. Y uno de los muchachos con el cual logré una gran amistad fue Luis Aguilar, montañista, que me pide, más adelante ya “Jorge, mañana es el 5 de agosto, el día del montañista, quiero, si sos tan amable, que nos leas el poema a todos los montañistas”. Ellos estaban haciendo una exposición de los elementos que llevaban para ascender a las montañas, a las altas cumbres. Y así que, en donde hoy funciona el Museo de Arte Contemporáneo, arriba de un atrilcito con la bandera argentina nuestra atrás, leo el poema. Una emoción tremenda para todos los que estábamos ahí, porque te das cuenta, ellos tan agradecidos a lo que yo había podido expresar en ese poema… Es muy fuerte para mí… ciertas cosas que te estoy así transmitiendo. Me emociono como en ese momento.
Dentro de tu obra, ¿podés marcar etapas, momentos?
Estarás viendo que me estoy sonriendo y te digo lo siguiente… Henri Matisse, el pintor, no llevó un orden cronológico de sus pinturas. Y viene un amigo y lo entusiasma para que haga un libro sobre su pintura. Que le pase todos los datos y otras personas iban a darle curso. Entonces, no quería saber nada Matisse, pero el amigo lo convence. El libro se llama “Reflexiones sobre el arte” de Henri Matisse. ¿Qué le dice Matisse? “Está bien, adelante con el libro, pero lo único que le voy a pedir que no sea un libro ajustado cronológicamente, que sea un libro con su soltura dentro de las opiniones que yo voy a transmitir”. En el caso mío pasa un poco lo mismo. Al no llevar un orden cronológico, riguroso, si bien es cierto dentro del currículum está todo establecido y está más o menos organizado, yo como pintor prefería estar pintando a estar pensando ese tipo de cosas. Y si me preguntás cuántos cuadros realicé, te estaría mintiendo si le pongo algún número. Inclusive más. Por lo general, cuando alguien adquiere un cuadro mío, no pregunto quién lo adquirió. Y a veces voy a algún lugar y miro algún cuadro que hay, y lo observo y digo, pero ¿de quién es el cuadro este? Y es mío. Esas cosas a mí me fascinan, me motivan. Yo pinto, yo soy pintor y, con esta exposición, que haya gente que a esta altura de mi vida sigue interesada en mi obra es importantísimo.
Delia Cornejo y Hernán Ludueña Segre, los curadores de la muestra, junto al pintor.
¿Muchos de los cuadros se exponen por primera vez?
Todas las exposiciones desde el año 69 fueron cuadros únicos. Nunca repetí. Ahora son cuadros que estaban escondidos vaya a saber dónde. Pero dentro de mi territorio estaban. No en manos de otros. De mi pertenencia… Mis hijos tienen muchos cuadros también, obviamente. Pero estos estaban ahí escondiditos, esperando. Y hay algo muy lindo ahí, porque todo parece que se entrelaza. Estoy muy contento y me emociono. Yo soy muy transparente en la vida, en cada acto. Y cuando era chico era muy tímido. Y volviendo, al tiempo de Cebas, a los años 60 para adelante. Después de estar en Cebas, los sábados, la reunión era en la sanguchería de Bigote Mercado. ¿Y dónde quedaba? Aquí, al ladito del hotel. El ámbito conocido desde los 7, 8, 10 años. Y se cruzaban los poetas, los escritores, los músicos del Cebas, en fin. Manuel Castilla, José Ríos, Jacobo Regen, la gama de poetas… Y yo iba a comer por ahí un sanguchito y me sentaba lejos y de allá los miraba. Los observaba. Imagínate, yo tenía 8, 10 años y ellos ya eran hombres mayores, en el buen sentido de la palabra, y en la misma actividad. Los miraba, pero nunca nunca me dejé superar por esa ansiedad de venir a ver a ninguno de ellos. Y la vida nos entrelazó, nos unió, una unión inquebrantable. José Ríos, Raúl Aráoz Anzoátegui…
Ese tiempo de Salta, de músicos, poetas, pintores confluyendo, compartiendo, ¿ya no está?
No se da, lamentablemente. Me puedo equivocar, no quiero tampoco ser injusto, porque hay muchachos con muchas condiciones. Pero, antes éramos menos. Surgió Cebas y fue el gran entusiasmo, porque era una escuela mucho más liberal de lo que era la Tomás Cabrera, que era más ajustada, más clásica, dentro de lo que venía siendo el arte en sí. Entonces, se arrimaba mucha gente, inclusive con alguna necesidad de, entre comillas, ser considerada alguien dentro del espacio, dentro del paño poético, dentro del paño pictórico. Pero hubo muchos que quedaron en el camino y los otros, los que llegaron, son los que perseveraron. Esto lo puedo asegurar: esto no se construye de un día para otro. Y hoy en día, el tremendo error que se comete es que pareciera ser que todo tiene que encajar dentro del ya, porque si yo te estoy sacando a vos dos minutos más, es como que estoy pensando y ya me pongo nervioso, porque le estoy robando tiempo a este muchacho. Pero resulta que no se toma conciencia de que la vida, en todos los órdenes, es renunciamiento, porque vos para estar acá, tenés que dejar atrás un montón de cosas, yo también tengo que dejarlas. Pero hoy en día pareciera ser que, como todo tiene que encajar dentro de ya, se navega sobre la superficie, no se profundiza. Antes, el poeta, el pintor, eran como esos capitanes de barco que morían con el barco cuando se hundía, no se salvaban. Y eso, sobre todo, en el caso de la generación, por ejemplo, de Walter Adet, de Jacobo Regen y tantos de ese grupo… Era entregar todo. Y, bueno, uno pudo, entre comillas, ser parte de eso…
Muchos poetas en sus libros tenían la obra de los plásticos. El libro que queda en papel de los 60, los 70, los 80 tiene ilustraciones, tiene un universo y una textura única, porque ustedes, desde el lugar del pintor, están contribuyendo a ese diálogo…
No se da, lamentablemente, y te vuelvo a decir, yo no quiero ir contra nadie, los tiempos cambian. Viste que está la palabrita esa, que es un absurdo total a mi modesto entender, “aggiornarse”. ¿Vos ves que yo me voy a aggiornar? Ahora, soy muy respetuoso de las nuevas generaciones, de todo esto, pero me crispa esta situación donde todo va tan rápido, si entran a mirar una exposición de pintura, se ve sin mirar y se mira sin ver, y después salen y opinan cualquier cosa y no se detuvieron dos segundos en un cuadro…
Si tuvieras que contarle a un chico qué es pintar, ¿qué le dirías?
Osvaldo Guayasamín, pintor ecuatoriano, “ave blanca que vuela” significa su nombre, cuando decide ser pintor y quería ir a una escuela de arte le dice al padre: “Papá, yo quiero aprender pintura”. Y el padre le dice “pero hijo, ¿para qué vas a ir a una escuela de arte para agarrar una brocha y dar un brochazo en la pared?”. “No, papá, yo quiero ser pintor de cuadros”, le explica. Ahora, otra cosa, las madres que vienen y me dicen mi hijo tiene condiciones, yo les digo siempre: lo peor que se puede hacer… porque claro, la criatura agarra un lápiz, empieza a exteriorizar, y exterioriza, y a lo mejor hace un brazo de dos metros y una cabecita de un centímetro, pero está bien que así sea, que no le diga nada, porque a medida que va pasando el tiempo, se va organizando interiormente, mentalmente, y va buscando. Y a través de la observación va equilibrando las dimensiones y va poniendo cada cosa en su espacio… Picasso solía decir “aquel que piense que el arte envejece se equivoca, que no se dedique a la pintura”. Y cuando le preguntaron sobre el arte, que describa el arte, él dijo: “No sé lo que es el arte, si lo supiera, no se lo diría a nadie”. Y hay expresiones buenísimas dentro de la poesía. Antonio Machado dice: “El arte es largo y, además, no importa, vivir ya es suficiente”. Y estaba definiendo el arte.