“El calor es vida, el hielo es muerte. Nada crece sobre el hielo. En un planeta dinámico el cambio geológico es una realidad”; afirma -con exactitud y poesía- el doctor Ricardo Alonso en su columna: “Lecciones globales del cambio climático”.
Confieso que leo sus columnas semanales con férrea disciplina sabiendo que voy a aprender siempre de cada una de ellas. Las considero pequeñas clases magistrales de alguien que es un erudito en su tema y que nos entrega su conocimiento, semana a semana, con una precisión científica irrenunciable y, al mismo tiempo, con una sencillez y una pasión notables.
Lo primero que pretendo es dejar de lado toda controversia sobre si el calentamiento global es una consecuencia de la actividad del hombre o si se trata de un proceso natural ajeno a nuestra actividad. Con cinismo, creo que a lo único que abona esta discusión es a tener argumentos a la mano para decidir si usar o no las gigantescas reservas fósiles equivalentes a trillones de dólares en beneficios, a cambio de la emisión de 3.000 gigatoneladas adicionales de dióxido de carbono. Más teniendo en cuenta que cualquier proyecto de reconversión energética es en extremo caro, lento – ¿ineficiente? -, y que obliga a priorizar recursos muy escasos en pos de resultados controvertidos. Por eso quiero dejar la discusión de lado; es una ecuación irresoluble cuya solución se develará con el tiempo. Ni antes, ni después.
Pero, una vez aceptado el hecho de que existe un «calentamiento global», ergo, un «cambio climático» asociado; la única discusión que me parece relevante y pertinente es cómo morigerar sus consecuencias y cómo evitar caer en atajos – ¿experimentos? – tecnológicos temerarios con resultados impredecibles.
Migraciones masivas
“Desde que el planeta Tierra se organizó como hoy lo conocemos, esto es con una litósfera móvil, una hidrósfera líquida, una criósfera sólida y una atmósfera gaseosa y oxidante, los climas evolucionaron y se adaptaron a las situaciones internas y externas” dice Alonso, de manera irrefutable. Sólo que todos los fenómenos geológicos y las catástrofes naturales derivadas de esas adaptaciones -incluso las más cercanas en el tiempo-, ocurrieron millones de años atrás; cuando no había seres humanos sobre el planeta.
Hoy el Ártico, la Antártida, los glaciares y las capas de permafrost que cubrían Groenlandia, Islandia, la región báltica y las estepas rusas están en proceso de deshielo. Y, si bien el nivel del mar subía a razón de tres milímetros promedio al año -lo cual no parece grave-; se aceleró a un ritmo de cinco milímetros al año en las últimas dos décadas y continúa aumentando. Se calcula que, entre los años 2070 y el final del siglo, se inundará gran parte de todas las costas del mundo, configurando una catástrofe humanitaria inimaginable.
La ACNUR (Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados) consigna que ya existen 122,6 millones de personas desplazadas por la fuerza de sus hogares y de su tierra por persecución política o racial, conflictos armados o violaciones a los derechos humanos. Este es el punto de partida. Un estudio predice entre 44 y 216 millones de personas en África, Asia, Europa del Este, América Latina e islas del Pacífico que deberán migrar en los próximos años por cuestiones climáticas.
Los enormes desafíos que impondrán estas migraciones forzadas son apenas un subconjunto de los desafíos que se avecinan.
Cerrando los ojos
A medida que las temperaturas globales sigan aumentando, son previsibles frecuentes e intensas olas de calor seguidas de fuertes tormentas tropicales. Por cada grado que sube la temperatura promedio, la atmósfera retiene un 7% más de humedad. Esto explica -en parte- las enormes precipitaciones de agua en tan poco tiempo como las que se están registrando en varias partes del mundo. Esto trae aparejado un problema adicional.
La temperatura y la humedad de la atmósfera, combinadas, si superan los 35°, el cuerpo humano pierde la capacidad de transpirar y de regular la temperatura corporal. Si esta situación se prolonga en el tiempo, deviene la muerte por hipertermia.
Incendios forestales; tornados; tormentas inmensas. Si todos estos eventos comenzaran a ser frecuentes y asolaran a varias poblaciones al mismo tiempo, ¿resistirá la infraestructura existente, los recursos físicos, económicos y/o financieros globales para asistir a todas las poblaciones afectadas? Por si solos, algunos eventos podrían devastar áreas enteras pero, combinados, podrían afectar y paralizar el funcionamiento de toda una región. Incluso de un país.
El «cambio climático producto del calentamiento global» es complejo por la cantidad de variables que involucra y por sus interacciones. Por ejemplo, el derretimiento de los cascos polares disminuye el albedo del planeta -la capacidad de reflejar la radiación solar-; lo que resulta en una mayor energía recibida y en un aumento de la temperatura global; que acelera el derretimiento.
Otra interacción. Casi un tercio del dióxido de carbono emitido es absorbido por las plantas mediante el proceso de fotosíntesis. Otro tercio es absorbido por el hielo de los cascos polares y de los glaciares; los mismos que se están derritiendo. Así, el hielo, no sólo no absorbe su cuota de dióxido de carbono, sino que, además, libera lo que había quedado fijado en él de épocas anteriores. El último tercio es absorbido por los océanos en sus capas superiores; lo que lo “acidifica” bajando su pH. Esto resulta en una menor cantidad de oxígeno en los océanos lo que modifica el ecosistema marítimo; provocando cambios en las corrientes marinas y en los patrones de lluvias y vientos de los continentes. No hay actividad humana más ligada al clima que la agricultura. Cambios en las temperaturas pico y sus promedios, así como en los patrones de precipitaciones, impactarán de manera directa en los rendimientos de los cultivos.
En sólo 50 años la geografía de los países, sus patrones climáticos y sus esquemas productivos podrían verse tan alterados que no comenzar a pensar en esto, ahora, es suicida.
Geoingeniería precaria
Esto nos lleva a la segunda parte del problema. Hay una presión creciente en la comunidad científica por implementar propuestas “simples” como inyectar azufre en la atmósfera o la instalación de grandes espejos que devuelvan los rayos solares en puntos estratégicos del planeta.
Estas iniciativas son sólo dos de una larga lista de ideas englobadas bajo el título de “geoingeniería”; esto es la manipulación a gran escala del planeta. Estos científicos afirman que se “podría revertir de forma eficaz el calentamiento global a un costo razonable sin necesidad de tediosas y dolorosas negociaciones internacionales; ni la necesidad de abandonar los baratos y cómodos combustibles fósiles”. A decir verdad, todas estas soluciones hacen a un lado, a propósito, consideraciones graves.
La “solución” de inyectar micropartículas de azufre, no tiene en cuenta que estas partículas desaparecerán de la estratósfera en una decena de años, en el mejor de los casos. Y que, de ir por este camino, las generaciones futuras deberán seguir inyectándolo hasta dar con una solución mejor; no hacerlo les implicará experimentar un cambio climático repentino y, casi con toda seguridad, catastrófico. ¿Se puede prever, acaso, que las generaciones futuras tendrán los recursos necesarios para mantener activo este proyecto y que lo podrán continuar hasta encontrar esa solución mejor? La misma objeción vale para los espejos estacionarios.
Ambas “soluciones” presentan otro problema. Aun cuando lograran reducir el calentamiento global y se lograra detener el aumento de la temperatura promedio global, no es razonable esperar que, de todas maneras, el clima no cambie. Las temperaturas ascenderán en algunas regiones y descenderán en otras, cambiando los patrones de precipitaciones y las condiciones climáticas de regiones enteras. No sólo no resuelve el problema, sino que, además, redistribuye las cargas y los impactos. ¿Quién decidirá qué zonas se beneficiarán y cuáles se perjudicarán; en caso de poder llegar a controlar eso y que no sea algo aleatorio?
La geoingeniería, como muchas otras ramas de la tecnología, está enceguecida con su potencial, tanto como Narciso estaba enamorado de su propia imagen al borde del lago. Parece haber poca gente pensando más allá del encandilamiento tecnológico.
La ceguera del horizonte temporal
De manera consciente o inconsciente estamos descansando en la esperanza de que las generaciones venideras sabrán encontrar la solución a los problemas que les dejamos.¿No deberíamos pensar y a actuar con una mayor sabiduría; con una menor ceguera temporal?
Eugène Ionesco dijo: “Las ideologías nos separan. Sólo los sueños y la angustia nos unen”. La ideología hace que nos enfoquemos en el lado equivocado de la pregunta; buscando señalar al “culpable” -el hombre con su conducta predatoria versus la naturaleza en otro ciclo de calentamiento natural-. Propongo, en cambio, que nos ocupemos en buscar cómo construir estructuras y ciudades resilientes al calentamiento global y trabajar en cómo morigerar sus consecuencias; sin caer en atajos tecnológicos temerarios que podrían resultar en un remedio peor que la enfermedad que buscan curar.
“El calor es vida, el hielo es muerte”. Me parece que nos debemos a nosotros y a las generaciones futuras descubrir cómo vivir en este planeta dinámico y cada vez más cálido; sin ideologías ni ideologizaciones. Sólo con el profundo deber moral que nos debemos a nosotros mismos y a aquellos por venir. ¿Seremos capaces? Espero que sí.