La violencia y el maltrato deben denunciarse siempre; los responsables son imputables civil o penalmente. Los abusos, directos o indirectos, pueden ser: físicos, psicológicos, financieros, violación de derechos básicos y abandono. Las víctimas están, en general, sujetas a más de un tipo de abuso y con varios y frecuentes incidentes.
Hoy es noticia reiterada hasta el cansancio en todos los medios de comunicación de las tropelías, abusos, maltrato y violencias de todo tipo llevadas a cabo, desde pobres ciudadanos del país profundo y hasta personalidades de relevancia en el plano político.
“El hombre es lobo para el hombre”, escribe Thomas Hobbes. Esta frase calumnia por demás al lobo. El lobo y el hombre poseen el instinto de matar, pero el lobo mata para saciar el hambre y no para satisfacer sus ansias de dominio o sus impulsos agresivos. Además, el lobo no se degrada hasta el punto de formular una cínica teoría para justificar sus crímenes.
En Argentina, cada vez con extrema violencia castigan a las víctimas de toda edad y condición. Hace tiempo que los medios masivos de comunicación social muestran en forma descarnada las vicisitudes, el desamparo y la indefensión de nuestros compatriotas cuya realidad tiene poco o ningún eco en las instituciones y sus funcionarios responsables para solucionar sus problemas o protegerlos de alguna manera.
Todas las formas de violencia y malos tratos llevan implícita una vulneración de los derechos de las personas.
Gran parte del imaginario popular y la sociedad misma se maneja habitualmente con estereotipos negativos. La indefensión de las personas y las consecuencias a las que se ven sometidos por la violencia ejercida a manos de delincuentes o de encumbrados ciudadanos desprovistos de escrúpulos y cargados de inusitada brutalidad en los actos que cometen, todo esto produce una generalizada sensación de temor y de angustia.
Estos actos de barbarie, cada vez más frecuentes, imponen la apreciación de que se trate de una clara evidencia de la extremada degradación en que están cayendo algunos sectores o grupos de nuestra sociedad y hasta personas jerarquizadas.
La impresión causada por esas agresiones delictivas o extemporáneas se vuelve especialmente terrible por el sencillo hecho de que sus víctimas son personas desprevenidas, indefensas, sometidas y engañadas; se ensañan brutalmente con ellas con el fin de que ni siquiera se resistan y no revelen o denuncien sus padecimientos.
Esta cobarde ferocidad de los atacantes parece no tener límites, pues incluye torturas o severos castigos físicos, amenazas de todo tipo y, en muchos casos, llega al asesinato.
Esta modalidad delictiva segó la vida de muchas personas. Puñetazos, golpes con objetos contundentes, impiadosas torturas y alevosas cuchilladas, cuando no graves malestares provenientes de la tensión nerviosa propia del asalto, han puesto fin a la existencia de esas conductas abusivas por la cobarde actitud de quienes las agreden amparándose en las ventajas que les conceden la certeza de salir impunes de ese trance, su superioridad física y el número.
Sólo es denunciado el 30% de los delitos cometidos, pero la sensación es que la inseguridad está afincada en casi todo nuestro territorio nacional. En tiempos pasados y salvo contadas excepciones, los delincuentes y los psicópatas trataban de no dañar a sus semejantes, ahora, da la impresión de que hay un particular ensañamiento como fruto previsible del perverso quehacer de mentalidades embotadas por torcidas ambiciones y por el uso indebido de drogas.
Es imprescindible que las fuerzas de seguridad y policiales, la Justicia y la sociedad toda intervengan en forma más eficiente con toda convicción para revertir esta preocupante realidad.