Brasil, el Mercosur, y un probable giro copernicano

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Brasil ingresó en un atolladero político sin salida a la vista, un túnel cuyo final recién podrá avizorarse con las elecciones presidenciales previstas para octubre 2026.

La sentencia de la Corte Suprema de Justicia que permite avanzar en el procesamiento del expresidente Jair Bolsonaro, acusado de intentar un golpe de estado contra su sucesor, Luis Ignacio Lula da Silva, incrementa un clima de creciente incertidumbre, reflejado en indicadores económicos negativos y en encuestas que señalan un notable descenso en la imagen presidencial.

Este tercer mandato de Lula marca una notoria diferencia con los dos anteriores. Sin abandonar totalmente el pragmatismo característico de la política brasileña, que en su caso personal posibilitó su ascenso al poder y signó la heterodoxia de sus primeros dos períodos constitucionales, el veterano mandatario de 79 años parece ahora privilegiar su legado histórico por sobre su gestión de gobierno. Este Lula, tan preocupado por su mensaje a la posteridad, está hoy más inclinado hacia la izquierda que lo que la mayoría de la sociedad brasileña está dispuesta a tolerar.

Rafael Cortez, una analista de la BBC Brasil afirma que “el mensaje que Lula está transmitiendo es que la última parte de su mandato será más “petista” y menos “frente amplio”. Ese giro a la izquierda se patentiza principalmente en la política exterior. Brasil profundiza su inserción en los BRICS, la asociación económica que constituyó con China, Rusia, India y Sudáfrica y a la que adhirieron posteriormente entre otros Irán y Arabia Saudita, y mantiene una postura abiertamente antisraelí en el conflicto de Medio Oriente, en abierta confrontación con Estados Unidos.

A sus 79 años, José Dirceu, el legendario dirigente de la izquierda brasileña, un ex guerrillero entrenado en Cuba y regresado clandestinamente a Brasil en plena dictadura militar para culminar su trayectoria como un personaje clave del primer gobierno de Lula, una posición que tuvo que abandonar por una condena judicial por financiación ilegal de la política, reveló que el expresidente le solicitó que retornase a la actividad pública. Esta particularidad está unida a una gran incógnita. ¿Será Lula candidato a la reelección o tendrá que ungir a un sucesor? Este dilema, irresuelto en los grandes liderazgos, abre otro océano de inquietudes.

La figura de Lula, que trasciende por lejos las fronteras del Partido de los Trabajadores (PT) que fundara en 1979 y condujo desde entonces con guantes de seda pero con puño de hierro, es irrepetible. El “lulismo” es un fenómeno político más importante que el PT. Si Lula fuera nuevamente candidato a la reelección esa diferencia no influiría demasiado, pero sí su estado de salud, que ya le provocó un susto en 2024, lo obligase a dar un paso al costado la puja sucesoria sería ardua y el futuro liderazgo del PT nunca contará con el carisma que acompañó a su fundador y nada indica que pueda representar una carta ganadora para la competencia presidencial del 2026. Lula insiste en que se va a presentar a la reelección y suele bromear con que es capaz de vivir hasta los 120 años, pero dentro del PT hay sordas pujas sucesorias.

El candidato con más posibilidades es el ministro de Finanzas, Fernando Haddad, que mantiene la cuota de pragmatismo que sostiene al gobierno. El ala izquierda del PT hegemoniza el aparato partidario, pero carece de un candidato competitivo. Pero en la hipótesis de que Lula resolviera presentarse para un nuevo período, existe un problema adicional. En las tres últimas oportunidades en que se postuló para la primera magistratura, Lula eligió a un compañero de fórmula de perfil moderado. En la actualidad es Gerardo Alckmin, un clásico político de centro. Hoy esa variante le resultaría difícil. El PT querrá esta vez un candidato propio que en cualquier eventualidad asegure su continuidad en el poder. Paradójicamente, aunque por muy distintos motivos, Bolsonaro enfrenta un problema similar. Si, como todo indica, el proceso judicial lo inhabilita legalmente para una candidatura, tendrá que nominar un reemplazante. Descartada la variante familiar, que incluiría a sus hijos Eduardo, que seguramente correrá igual suerte judicial que su progenitor, Carlos y Flavio y a su esposa Michelle, una militante evangélica de sólida oratoria, la otra opción, más probable, sería Tarcisio de Freitas, gobernador del poderoso estado de San Pablo, con una imagen moderada, quien ya anticipó su intención de no competir con el expresidente y subordinarse a su decisión final.

Henry Kissinger decía que “para donde se incline Brasil se moverá América Latina”. Brasil concentra hoy más de la mitad de la superficie, el territorio, la población y el producto bruto interno de América del Sur y, salvo con Chile, limita con todos los países del vecindario regional. Lo que ocurra políticamente en Brasil resulta entonces decisivo para el porvenir de América Latina.

Alberto Methol Ferré, un gran intelectual uruguayo, cuyo pensamiento influyó sensiblemente en el Papa Francisco y que llegó a ser secretario de la Comisión Episcopal para América Latina (CELAM), decía que “América Latina es Iberoamérica” y que, por lo tanto, “sin Brasil no habría América Latina, sino sólo Hispanoamérica”. Para Methol Ferré, fallecido en 2009, el siglo XXI está signado por la existencia de los “Estados continentales”, entre los que por su dimensión geográfica, demográfica, económica y política incluía a Estados Unidos, China, Rusia, la India y la Unión Europa. Por ese motivo afirmó que “el MERCOSUR inicia una revolución aún mayor que la de la independencia”, y que su creación en la década del 90 era “la vía para el estado continental nuclear de América Latina”.

El actual embajador uruguayo en la Santa Sede, Guzmán Carriquiry, discípulo de Methol Ferré y también antiguo amigo de Francisco, quien se desempeñó durante un extenso periodo como secretario de la Comisión Pontificia para América Latina, reconoce que “Lamentablemente el MERCOSUR, proyecto histórico fundamental desde una alianza argentino, brasileña y chilena único eje de conjugación, atracción y propulsión a nivel latinoamericano, se ha ido empantanando”.

Esa parálisis del MERCOSUR coincide con el vigoroso ascenso de la Alianza del Pacífico, motorizada desde 2012 e incentivada con la explosión del crecimiento de China, que trasformó al Océano Pacífico en el eje del comercio mundial. Esta iniciativa nuclea a las economías más abiertas y competitivas de América Latina. México, Colombia, Perú y Chile, que fueron sus cuatro socios fundadores, tienen por separado acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Chile y Perú tienen suscriptos tratados similares con China.

El contraste entre el estancamiento del MERCOSUR y el dinamismo de la Alianza del Pacífico reside precisamente en los desiguales niveles de apertura de sus respectivas economías. El MERCOSUR y la Unión Europea son los dos bloques regionales económicamente más cerrados del mundo y las crisis que ambos atraviesan reconocen esa misma causa.

La apertura del MERCOSUR, planteada desde hace años por Uruguay y Paraguay, los dos países del bloque con menor nivel de industrialización, cuenta ahora con el respaldo de la Argentina y encuentra su principal obstáculo en el gobierno de Lula, presionado por la izquierda del PT y por un sector del empresariado brasileño. En cambio, la derecha brasileña, con Bolsonaro al frente, condena las prácticas proteccionistas.

Ese contraste transforma a la elección presidencial en un punto de inflexión en el escenario regional. La posibilidad de un triunfo del “bolsonarismo” en 2026 facilitaría una convergencia con el gobierno de Javier Milei en la Argentina y la acción desplegada por Donald Trump en Estados Unidos, emparentados políticamente con el avance internacional de la “derecha alternativa”. En términos de mediano y largo plazo, esto permite imaginar un giro copernicano en el escenario regional, una mutación signada por la flexibilización del MERCOSUR y su confluencia con la Alianza del Pacífico, lo que a través de México y su condición de socio del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (ex NAFTA) podría ser una vía de superación de los conflictos arancelarios desatados por Trump y el inicio de una inédita convergencia económica en el hemisferio americano, desde Alaska hasta Tierra del Fuego.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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