Aquí debe estar la mayor responsabilidad del presidente de Boca, quien se esforzó por concretar un buen mercado con refuerzos que parecían a la altura de los desafíos de un año pleno de competencias. Gago fue una elección de Riquelme. Lo fue a sacar de un club mexicano donde tenía contrato y del que tuvo que salir de un modo poco elegante, y controversial.
Él se jugó por que este DT encontrara el fútbol al que Román siempre aspiró y le dotó el plantel de nombres llamativos, aunque sin mucho tiempo para armar el rompecabezas y con exigencia de resultados casi inmediatos.
Pero Boca cayó en esta situación porque el equipo, ya con Gago en la parte final de la temporada anterior, no consiguió clasificarse a la fase de grupos y estuvo hasta la última fecha para asegurar la chance de estas fases previas. Y en esa etapa, ya había síntomas que en el arranque de 2025 sigue arrastrando el equipo.
Falta de identidad, desorientación, desconcierto y escasa confianza entre los jugadores, ausencia de ascendiente natural de un entrenador que cambia piezas todo el tiempo, que les altera la brújula a los jugadores moviéndolos de lugar y función en la cancha, poniéndolos un día de titular y al otro en la platea.
Está por verse si todos los que llegaron estarán a la altura de Boca; a esas figuras las tiene que gestionar el cuerpo técnico, que no consigue que parezcan un equipo y que es mirado de costado hasta por cómo se le lesionan a cada rato.
El final de Gago el martes, distraído y sorprendido con el cambio de arquero y la designación de pateadores y con un discurso y hasta un lenguaje corporal muy poco empáticos con la amargura y la bronca de la gente minutos después de la eliminación, lo empujan al borde de la cornisa y ponen en entredicho la lucidez de la apuesta que hizo Riquelme por él.
Gago consuela a Velasco, después de que tuvo que patear el último penal (REUTERS / Gonzalo Colini).
El DT, durante la tanda de penales (Instagram).
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