A poco que el General San Martín fuera designado Jefe del Ejército del Norte a fines de 1813, debió tomar una decisión difícil pero ejemplar: firmar de puño y letra el “Cúmplase” de una condena a muerte. Era la del temido coronel español Antonio Landivar, lugarteniente de Goyeneche y a quien le garantizó el derecho a la defensa pese a los horrorosos crímenes que había cometido ese militar.
Cuenta Bartolomé Mitre en “La Historia de San Martín” que el general Manuel Belgrano, después de la derrota de Ayohuma (14/11/1813), y antes de evacuar el territorio del Alto Perú en diciembre de ese año, dejó como gobernador de Cochabamba y comandante general de las armas patriotas a retaguardia del enemigo, al coronel don Juan Antonio Alvarez de Arenales.
Y así es que durante su permanencia en el Alto Perú, Belgrano había tomado prisionero en Santa Cruz de la Sierra al coronel español Antonio Landivar. Era este forajido, uno de los militares más despiadados que ejecutaba, a diestra y siniestra, las venganzas de Goyeneche, razón por la cual el General le mandó a formar causa “no por haber militado con el enemigo en contra de nuestro sistema, sino por las muertes, robos, incendios, saqueos, violencias, extorsiones y demás excesos cometidos contra el derecho de la guerra.
En la investigación, reconocidos los sitios en que se cometieron los excesos, levantados los cadalsos por orden de Landivar, se comprobó la ejecución de 54 prisioneros de guerra, cuyas cabezas y brazos habían sido cortados y clavados en las columnas de los mojones del camino. El acusado –un pionero en acogerse a la “obediencia debida”- declaró que solo había ajusticiado 33 individuos contra todo derecho, alegando en sus descargos haber procedido así por órdenes terminantes de Goyeneche, las que exhibió originales”.
De todos modos y como para que no quedaran dudas del justiciero proceder, Mitre transcribe en su obra ya citada, algunas de las órdenes dadas por Goyeneche. Una de ellas: “Potosí, 11/12/1812. Marche usted –dice- sobre Chilón rápidamente y obre con energía en la persecución y castigo de todos los que hayan tomado parte en la conspiración de Valle Grande, sin más figura de juicio (sin derecho a la defensa) que sabida la verdad militarmente”.
Otra: “Potosí, 26/12/1812. Tomará usted las nociones al intento de saber los nombres de los generales caudillos y los que les han seguido de pura voluntad, aplicando la pena de muerte a verdad sabida sin otra figura de juicio (sin derecho a la defesa). Defiero a usted –agrega- todos los medios de purgar este partido de los restos de la insurrección que si es posible no quede ninguno”. El 5 de diciembre de 1813 se reitera idéntica orden, y a 11 del mismo mes y año, respondiendo al coronel Landivar, le dice Goyeneche: “Apruebo a usted la energía y fortaleza con que ha aplicado la pena ordinaria a unos y la de azote a otros, le prevenga que a cuantos aprehenda con las armas en las manos, que hayan hecho oposición de cualquier modo a los que mandan, convocado y acaudillado gente para la revolución, sin más figura de juicio que sabida la verdad de los hechos y convicto de ellos, los pase por las armas. Apruebo la contribución (dineraria) que acordaba imponer a todos los habitantes que han tomado parte en la conspiración, o la han mirado con apatía o indiferencia”.
Por último, en varios otros oficios, tanto Goyeneche como su segundo, el general Juan Ramírez Orozco, escriben a Landivar: “Solo creo prevenirle que no deje un delincuente sin castigo a fin de fijar el escarmiento en los ánimos de esos habitantes”.
La defensa
“En vista de esos descargos hechos por Landivar, la defensa fue hecha con toda libertad y energía por un oficial de Granaderos a caballo, quien refutó con argumentos vigorosos las conclusiones del fiscal de la causa, invocando el principio de fidelidad que debía a sus banderas aun cuando fuesen enemigas, y la inviolable obediencia que debía a sus jefes, tratando de ponerlo bajo la salvaguardia de los prisioneros de guerra”. Tal fue la causa que con sentencia de muerte le fue elevada a San Martín el 15 de enero de 1814, y que ese mismo día mandó a ejecutar, escribiendo de su puño y letra “Cúmplase” y sin previa consulta al gobierno, como era de regla.
Al justificar la necesidad y urgencia de este proceder, San Martín escribió al gobierno: “Aseguro a V.E. que a pesar del horror que tengo a derramar la sangre de mis semejantes, estoy altamente convencido de que ya es absoluta necesidad hacer un ejemplar de esta clase. Los enemigos se creen autorizados para exterminar hasta la raza de los revolucionarios, sin otro crimen que reclamar estos los derechos que ellos les tienen usurpados. Nos hacen la guerra sin respetar en nosotros el sagrado derecho de las gentes y no se embarazan en derramar a torrentes la sangre de los infelices americanos. Al ver que nosotros tratábamos con indulgencia a un hombre tan criminal como Landivar, que después de los asesinatos cometidos aun gozaba de impunidad bajo las armas de la patria, y en fin, que sorprendido en un transfugato y habiendo hecho resistencia, volvía a ser confinado a otro punto en que pudiese fomentar como lo hacen sus paisanos, el espíritu de oposición al sistema de nuestra libertad, creerían, como creen, que esto más que moderación era debilidad, y que aun tememos el azote de nuestros antiguos amos”.
“Este grito vibrante del criollo americano –dice Mitre- resonó por largos años por los campos de Salta y repercutió en las montañas del Alto Perú, obligando a los antiguos amos a reconocer a los revolucionarios como a soldados regulares y a tratarlos como a individuos amparados por el derecho de gentes”.
La guerra del Alto Perú
El proceso Landivar da una idea del modo como se hacía en aquella época la guerra en el Alto Perú. Verdad es que las guerrillas sueltas, que por la independencias que obraban unas de otras, se denominaban republiquetas, respondían a su vez con tremendas represalias y marcaban su trayecto con cabezas cortadas y clavadas en altas picas a la orilla del camino que debían recorrer los realistas. Según la expresión de un historiador contemporáneo, “la guerra tomaba cada día un aspecto más horrible; pero las escenas de sangre ya a nadie aterrorizaban. Cinco años de combates y suplicios acostumbraron a los habitantes del país a ver con serenidad las calamidades de una lucha encarnizada: nadie tenía temor a verter su sangre, y todos deseaban derramar las de sus contrarios”.
El “Cúmplase” de San Martín, ordenado luego de un juicio ajustado a derecho, fue sin dudas un mensaje para los dos contendientes, pues ambos debían respetar las normas de la guerra. Lamentablemente, muchas veces a lo largo de nuestra historia, a los argentinos más nos cautivaron los mensajes de los Goyeneche y los Ramírez que los de nuestros próceres como San Martín, Belgrano y Güemes.