El presidente Javier Milei quiere estimular la polarización electoral en 2025 con la fuerza que encarna Cristina Kirchner, y de ser posible, con ella misma como candidata principal. Está convencido de que ese ordenamiento lo beneficia en varios sentidos: el rechazo que según las encuestas despierta la señora da réditos a quien tenga en frente; de paso, la presencia de ella a la cabeza del justicialismo bloquea los procesos de renovación, con los que el peronismo suele cambiar periódicamente su piel y revitalizarse. La condición de polo alternativo al kirchnerismo refuerza, según la estrategia de Milei, la fuerza centrípeta que empuja hacia el oficialismo libertario a la mayor parte de los segmentos electorales que se encuadraban en Juntos por el Cambio, en primer lugar, el Pro, que ya inició ese movimiento a través de Patricia Bullrich.
Con suspicacia, desde el macrismo se interpretan estos despliegues tácticos como maniobras de colusión del oficialismo con el kirchnerismo. Adjudican a ese designio el desinterés libertario por aprobar el proyecto de “ficha limpia”, pensado para impedir que la señora de Kirchner pueda ser candidata a cargos electivos.
Pero, más allá de ese cálculo, la jugada de Milei parece más ambiciosa que lo que imaginan sus críticos liberales: está peleando por una hegemonía inequívoca, tarea que requiere satelizar a quienes, como aliados, compiten con su dirección. Un comentarista del espacio “republicano”, Jorge Fernández Díaz, reflexionó sobre el tema: “Fue a los republicanos a quienes más munición gruesa les descargó el presidente a lo largo de su primer año de gestión… ¿Descuenta que los republicanos ya no existen y jubilaron sus viejas convicciones, y que solo basta “domar” al republicanismo de superficie para cooptarlos de manera definitiva?”.
Milei soporta con poca paciencia esta inquietud del círculo rojo, que lo presiona para que se alíe con el macrismo, archive sus exabruptos verbales y lime las aristas de su batalla cultural. Dio su respuesta la última semana ante la platea de influencers de la Conferencia de Acción Política Conservadora: “No hay lugar para quienes reclaman consenso, formas y buenos modales. Las formas son medios, se las evalúa según su efectividad para alcanzar determinados fines. Y hoy someternos a la exigencia de las formas es levantar una bandera blanca frente a un enemigo inclemente. El fuego se combate con el fuego”.
Desde el éxito obtenido hasta aquí por sus medidas económicas y a partir de los vaticinios propios y de muchos analistas el presidente mira el horizonte desde un piso alto. Pasó sus primeros 13 meses de gobierno muchísimo mejor de lo que le auguraban sus adversarios y sus aliados más o menos circunstanciales e incluso mejor de lo que soñaban sus amigos y favorecedores. Desde que sorprendió con su victoria y ocupó el gobierno dando la espalda al Congreso y escarneciendo a los legisladores hasta aquí se ha convertido en punto de referencia obligado de un sistema político cuyas partes surcan el espacio desordenadamente y parecen necesitar ese eje para recuperar una órbita, sea atraídos por su magnetismo o repelidos por su energía.
Desde esas alturas, Milei se desinteresa de los acuerdos con opositores amigables o compañeros de ruta. Prefiere forzarlos a ayudarlo o someterlos al “principio de revelación” (figura que le permite reafirmar sus acusaciones contra quienes lo obstruyen como parte de la casta). “No nos interesa continuar con los famosos consensos de la política. Hemos venido a romper con ellos”, declaró ante los visitantes de derecha en el Hilton.
Aunque proclama su desinterés por los consensos, Milei no es un ingenuo y sabe que tiene que llegar a determinados acuerdos para gobernar. Antes de asumir, en una larga entrevista que le concedió a The Economist, el presidente se declaraba decepcionado ante ciertos anarco-capitalistas que, se quejaba, “dan opiniones sin tomar en cuenta las restricciones de la vida real. No se pueden dar recomendaciones sin tomar en cuenta las restricciones. El mundo es como es”.
Que el sector más fuerte del movimiento sindical haya decidido evitar medidas de fuerza indica que Milei no deja de lado todos los consensos posibles. A The Economist le adelantaba ya un año atrás: “No veo que haya un problema con los sindicatos. El tema es cómo se aborda la cuestión de los sindicatos. Si se quiere acabar con ellos, bueno, ellos se defenderán. Si se intenta entender lo que está pasando en el mercado laboral, es posible que haya alguna posibilidad de abordarlos de una manera que permita encontrar una solución…de consenso”. El que avisa no traiciona.
Así como el objetivo principal del primer año de Milei fue ganar la batalla contra la inflación, ahora el blanco es consolidar el año próximo la presencia institucional y política a través de la elección de medio término de 2025.
Cristina Kirchner preside el Partido Justicialista, mientras el peronismo histórico debate cómo hacer para recuperar su movimiento, que considera ocupado por sectores que responden a otra matriz.
Lo que evita hasta ahora una secesión es el espanto. No se apela al entusiasmo y a los ideales, sino al miedo. Una unidad y una obediencia así trabajadas no promete demasiado futuro.
* El autor es miembro del Centro de reflexión política Segundo Centenario