En el siglo XX, la grieta era económica, entre capitalismo y comunismo. La representaban los Estados Unidos y la Unión Soviética.
En el siglo XXI, la grieta global es cultural. Los dos grandes rivales -Estados Unidos y China- son capitalistas, pero uno es democrático y republicano, con alternancias políticas y variedad ideológica, mientras que el otro es vertical, unipartidario y autoritario.
La fortaleza del “poder oriental” es su unicidad. Con alguna perdida de volumen y velocidad, crece sin cesar y expande su frontera a través del comercio y las alianzas geopolíticas -los BRICS-.
El “poder occidental”, en cambio, sufre su propia grieta entre el republicanismo democrático y el autoritarismo populista. Esta “batalla cultural” se reproduce en Estados Unidos, la Unión Europea y Latinoamérica.
Lo vemos en las elecciones norteamericanas, las europeas y las que ocurren en nuestra región. En México se consolida el modelo autoritario. En la UE crece la derecha dura pero se mantiene mayoritaria la opción de centro derecha. En Brasil, Chile y Uruguay, acabamos de ver un péndulo que se corre a la derecha, pero, siguiendo el ejemplo uruguayo, se consolida al centro.
En los EE.UU., mas allá de las diferencias entre los candidatos, los antecedentes históricos reafirman la confianza en la solidez de las instituciones republicanas y la libertad de prensa (siempre, el gran fiel de la balanza).
Nuestra gran debilidad consiste en la insatisfacción de las clases medias, que se expresan indignadas ante el escaso crecimiento, la excesiva concentración del poder económico y las amenazantes inmigraciones.
Igual que en las décadas de los años 20 y 30 del siglo pasado, resurge la tentación de los mensajes mesiánicos que pretenden afirmar una verdad única, que se opone a nuestras mejores tradiciones occidentales, pero las defiende desde una supuesta modernidad mediática, con gran eficacia comunicacional.
Tenemos que apostar a la solidez de nuestra cultura y el equilibrio que tanto esfuerzo nos costo alcanzar.
El gran desafío es demostrar que la Agenda de la Libertad se defiende desde la diversidad y el respeto al otro, aunque no nos guste lo que piense.
Nosotros, en Argentina, hemos conocido los malos resultados del populismo democrático, de las dictaduras militares y de la moderación irresoluta. No deberíamos equivocarnos. Podemos y debemos construir una alternativa sensata que consolide nuestras, todavía, débiles instituciones.