Ernesto llora mucho y en silencio. Uno de esos llantos que hacen mover el pecho al compás de un hipo angustiado. Delante suyo, un plato con dos empanadas y una jarra plástica con agua. A su alrededor, la acumulación de personas, procesos y objetos que lo conmueven. Casi veinte compañeros de casa y de experiencias lo aplauden, alguno revolea una servilleta o un pañuelo en señal de festejo, más de una decena de tutores se suman a la ovación. Ernesto se mete hecho un bollito en el pecho del abrazo más cercano: esta es su última cena en este palacete del corazón de San Telmo al que llegó después de dormir en la calle, en pensiones y en hogares, y en el que pasó los últimos dos meses.
En algunas horas, cuando sea mañana, Ernesto se va a subir a un camión con rumbo a un campo de Mercedes pero sobre todo con rumbo a un trabajo registrado que le permita la autosuficiencia económica. Sus compañeros, varones de entre veintipocos y casi sesenta que transitan el mismo camino, lo “gastan”. Le dicen que aunque el camión que lo va a llevar a él, a su cama, su mesa de luz, su ropa, sus sábanas y sus toallas llegue a buscarlo a media tarde, saben que él se va a despertar a las cinco de la mañana para tomar sus mates de cada amanecer y para estar listo a tiempo. Se ríe Ernesto, y sigue dando las gracias, y la risa se le mezcla con el llanto.
En esa cocina que también es comedor hay una pizarra en la que están anotadas las actividades venideras del Proyecto Matías, una iniciativa de la Asociación Civil Ícona que consiste en que 18 personas que estaban en situación de calle o de vivienda muy precaria convivan y se capaciten hasta el 30 de septiembre con el objetivo de reinsertarse en el mercado laboral formal. Un mercado laboral formal cada vez más angosto, especialmente para la población de menos recursos, que es mucha en una Argentina en la que la pobreza alcanza al 52,9% de sus habitantes, la indigencia, al 18,1, y cuatro de cada diez puestos de trabajo son informales.
Pero volvamos al palacete de San Telmo. Durante dos meses, desde que esta casona de escaleras largas y algunas vigas sosteniendo el paso del tiempo abrió sus puertas el 1º de agosto, estos 18 hombres han recibido capacitaciones específicas y también de habilidades blandas para volver al mercado laboral formal. Han convivido entre ellos y con sus tutores, se han ocupado de las tareas de la casa y han dormido en una cama que se llevarán consigo, con sábanas, almohada y acolchado.
La cocina comedor funciona como el gran centro de reunión en esta casona en la que conviven los 18 seleccionados del proyecto Créditos: Matías Arbotto
Se ducharon en un baño cercano a esa cama, se pusieron ropa nueva que recibieron a través de donaciones y de rezagos de Aduana a las que las asociaciones civiles acceden a través de la Secretaría General de la Presidencia, y se conocieron. Algunos se hicieron amigos. Otros, incluso, extenderán la convivencia en un departamento que, entre varios sueldos de los trabajos que fueron consiguiendo, pueden costear. Es un cambio vital rotundo en un país donde 8,5 millones de personas no tienen aseguradas sus necesidades alimentarias básicas.
La pizarra en la cocina de esta casa que Ícona pidió prestada para llevar a cabo el Proyecto Matías da cuenta del día a día aquí. Están anotadas las capacitaciones con empresas como Toyota, Vía Argentina, frigorífico Gorina, entre otras. Está anotada la partida de Ernesto, la última cena colectiva, que será este lunes, y también una convocatoria para cuando cada uno ya esté “por las suyas”. “El primer jueves de cada mes, para los que queramos, estamos citados en una pizzería de Parque Chacabuco. Esta primera vez el menú fijo con pizza, gaseosa y helado van a ser 6.000 pesos por persona. Traigan hijos, novias, traigan a quien quieran”, convoca María Oneto, presidenta de Ícona.
“Creo que en algún momento el Estado se equivocó respecto de cómo abordar, o desde dónde abordar, las diversas problemáticas que implica la pobreza. Este proyecto intentó aislar una variable, la de la inserción laboral, y ocuparse de manera intensiva y con un tiempo previamente delimitado de resolver esa variable. Vinculamos a los participantes que fueron seleccionados con distintos actores del sector privado y ya hay 15 de 18 con alta de AFIP”, describe Oneto, que va y viene por la casa.
Negra, la perra que trajo uno de los participantes, sube y baja las escaleras, descansa un rato en un sillón, gira alrededor de la mesa a ver quién le convida un pedacito de empanada. Llegó hasta San Telmo desde la habitación que Damián, su dueño, ocupaba en una casa en Ramos Mejía, sin ningún servicio. “Ahora trabajo en blanco en un frigorífico en Lomas de Zamora y conseguí alquilar una habitación en Caballito, así que voy a vivir ahí. La Negra viene conmigo, ya pregunté en la casa y no va a haber problema, son perreros”, cuenta Damián.
Iván y Ariel, los primos de Isla Maciel que consiguieron un trabajo formal gracias al Proyecto Matías
“En algún momento se pensó en asistir a la población de menos recursos casi como poniendo una muleta de manera permanente, y creemos que no es así que se logran los mejores resultados. Muchas de las personas que están en calle pero de manera no cronificada, o quienes están en hogares o pensiones, tienen gran experiencia en el mundo laboral, pero necesitan un acompañamiento para reinsertarse. Y una vez que se reinsertan, a partir de ese salario formal pueden construir su autonomía económica. Creemos que esa es la vía para mejorar la situación”, describe Oneto, que fue funcionaria del Ministerio de Desarrollo Humano de la Ciudad entre 2020 y 2021 y que coordinó la campaña presidencial de Patricia Bullrich.
El proyecto se llama Matías porque Matías se llama el hombre en situación de calle con el que Oneto y sus hijos conversan desde hace unos cuatro años bien cerca de su casa, en Balvanera. Y aunque finalmente él no pudo ser parte de la iniciativa, su nombre y su historia inspiraron la idea que mantiene a esta casa en funcionamiento. Hay serenos cada noche, celadores durante el día y hasta después de la cena, un intendente que pasa todo el día en la casa, y uno o hasta dos tutores por cada uno de los participantes.
En la planta baja, a la que se entra por un portón de la calle Brasil, se instalaron las camas, las mesas de luz, los percheros y los paneles de calefacción que cada uno recibió al llegar. En algunos de los boxes conviven dos de los participantes. Al fondo hay un patio en el que a veces toma mate y a veces corre la Negra. En el primer piso está la cocina y el comedor, la habitación que se convirtió en una especie de estudio de grabación para el documental que lleva registro del proyecto, un living en el que la tele está prendida siempre que no haya capacitaciones, y la sala en la que la ropa donada está organizada por talle. De aquí se llevarán sus nuevas prendas los convivientes cuando termine la iniciativa.
Camila Estigarribia fue la encargada de evaluar a los postulantes que, a través de organizaciones sociales y religiosas y de hogares, llegaron al proceso de selección para atravesar la convivencia y las capacitaciones. “Las variables que contemplamos fueron: que se tratara de una persona en situación de calle o en una situación habitacional compleja, que no fuera una persona que estuviera atravesando una situación de consumo activa en este momento, porque se trata de un proceso de reinserción laboral y no de recuperación de adicciones, y que no estuvieran atravesando un proceso de salud mental comprometido”, explica.
Cada uno de los habitantes de la casa se irá con su cama, su acolchado, su mesa de luz, sábanas, toallas, ropa y un calefactor Créditos: Matías Arbotto
Iván Falero vive en un conventillo de dos habitaciones de dos por dos en la Isla Maciel. Comparte las habitaciones con su mamá y con dos hermanos. El baño es para su familia y varias más. Tiene 28 años y empezó a trabajar en cocinas como bachero. “Fui creciendo y llegué a cocinero, pero ya no iba a seguir creciendo en la gastronomía, y estaba ganando unos 200.000 pesos en negro”, le dice a Infobae en una de las salas de esta casa en la que vive hace casi dos meses.
“Vengo de un mundo que es bastante desordenado y de vivir por ahí más impulsivamente. Yo soy una persona muy inquieta, quiero seguir trabajando y creciendo. Acá conviviendo con más personas y asistiendo a las capacitaciones creo que mejoré mi comunicación, mi vocabulario y también aprendí cosas nuevas para el mundo del trabajo”, cuenta. Empezó a trabajar en una planta que presta servicios de certificación de seguridad a otras industrias, en Chacarita. “Estoy en blanco y cobro 800.000 pesos. Mi situación cambia muchísimo, porque además es un ámbito laboral en el que acabo de empezar y tengo para crecer”, cuenta. Cree que ese salto económico y de rubro le va a permitir otras posibilidades habitacionales para él y su familia. “Me enteré de que existía esta propuesta, me bañé, me puse una camisa, unos zapatos y vine”, resume, y sonríe. Su escenario es distinto que cuando despuntaba agosto.
Su primo, Ariel Gómez, también vive en la Isla Maciel. Su hijito de 8 años, Samuel, cruza el Riachuelo gracias a los servicios de un botero: es alumno de la escuela de La Boca a la que también fue Ariel, que empezó a trabajar en la misma planta que Iván. “Yo trabajaba para una colchonería de las grandes. Repartía colchones, me pagaban 25.000 pesos por día. Algunas semanas me llamaban tres días, a veces todos los días, y había semanas que no me llamaban. Era muy inestable y todo en negro. Ahora voy a poder darle más posibilidades a mi hijo”, reflexiona. Tiene la camiseta de San Telmo puesta, y va a la cancha de Dock Sud a alentar esos colores cada vez que puede.
Tiene un sueño: crecer como artista de música urbana. Incluso logró la ayuda de los documentalistas que registran el Proyecto Matías para que lo acompañaran a la Isla a grabar el video de una de las canciones que compuso. Allí flamean las banderas con las caras de los jóvenes del barrio que ya no están: “Que Dios bendiga a los míos”, se llama el tema.
Ariel cambió un trabajo informal en el que ganaba alrededor de 200.000 pesos mensuales por uno registrado en el que cobra 800.000 pesos Créditos: Matías Arbotto
En la casa, algunos consiguieron trabajo en fábricas de pastas en las que se ocupan de amasar, otros están aprendiendo a hacer los controles que requiere una certificación de seguridad, otros tienen un empleo rural o atienden la boletería de una empresa de micros en la terminal de Retiro.
“Acá quisimos enfocarnos en poner en contacto a quienes fueron seleccionados para estar en la casa con el sector productivo. De entrada entendieron que el objetivo de esta iniciativa tenía que ver no con el asistencialismo sino con la reinserción laboral. Pensamos en una casa en la que accedieran a bienes nuevos y con los que van a quedarse al salir de acá porque eso dignifica mucho. Y también supimos que tenía que ser una casa de puertas abiertas, es decir, pueden entrar y salir cuando quieren. No tienen que cumplir un horario y pueden ir a visitar a quien quieran”, describe María Oneto. Los tutores son voluntarios; los celadores y serenos son rentados.
Aunque cada uno de los 18 seleccionados para el proyecto tuvo un seguimiento individual a través de sus tutores, hubo capacitaciones generales para apuntalar el sostenimiento del empleo. “Explicamos, por ejemplo, que si un día van a llegar tarde o no pueden ir tienen que avisar a un superior, no alcanza con avisar a un compañero. Y que siempre en la negociación salarial hay que saber distinguir el bruto del neto”, cuenta la titular de Ícona. Durante estos dos meses ayudaron también a gestionar DNIs que no habían sido renovados desde la niñez, o documentación migratoria para ciudadanos nacidos en otros países.
“Esta experiencia la enfocamos en varones porque son mayoría en situación de calle y también en algunos hogares o paradores. A la vez, abordando sus escenarios podés mejorar un escenario familiar más grande, y no teníamos la infraestructura para que vinieran a quedarse niños, que habitualmente quedan a cargo de las mujeres”, cuenta Oneto, que proyecta impulsar una agencia que sirva de enlace entre el sector productivo y mujeres y varones en situación de calle o de alta vulnerabilidad habitacional.
Marcos vivía en situación de calle y se reinsertó en el trabajo formal a los 56 años
“El único gran objetivo de este proyecto es que los participantes salgan a un nuevo trabajo y, por lo tanto, a una nueva vida”, suma la presidenta de Ícona, que también es abogada. Cada tutor seguirá a la persona que acompañó hasta el 31 de diciembre, más allá de que el “egreso” de la casa sea este lunes. Además, la sede de la asociación civil funcionará como una especie de “centro de día” durante algunos días.
“Yo decidí que voy a vivir solo. Estuve recorriendo mucho la zona en la que conseguí trabajo, que es San Justo, La Matanza. Finalmente logré alquilar algo en Rafael Castillo. Vengo de un hogar en el que la convivencia con algunas personas me llevó a entrar en cosas de las que prefiero no hablar y de las que por suerte y por este proyecto ya pude salir. Por eso prefiero vivir solo ahora, porque no quiero volver a quemarme la cabeza”, le cuenta a Infobae Bassem Hatoum, que nació en Líbano, tiene 45 años y vive en la Argentina desde los 14.
Su último trabajo, hace unos seis meses, fue el de custodiar camiones que trasladaban mercadería. Ahora va de madrugada a la fábrica de pastas en la que se especializa en la masa de empanadas y tartas. “Lo que conseguí en la casa, además de nada menos que un trabajo, fue la confianza que necesitaba para ponerme en mejores condiciones. Me faltaba esa fuerza en el último tiempo, y lo conseguí viniendo a esta casa y conectándome con el equipo y con los otros habitantes de la casa”, cuenta Bassem.
Lucas Iraola, empresario del rubro tecnológico, es uno de los tutores que acompañan los procesos individuales. “Lo que aprendí en esta experiencia es que muchas veces ves a una persona en una situación de calle o en un escenario muy precario y podés pensar que es un caso perdido. Y sin embargo detrás hay historias con mucha experiencia en el mundo laboral, muchas herramientas ya construidas, pero que ahora mismo, cuando están en una situación de tanta vulnerabilidad, lo que necesitan es acompañamiento en un escaloncito no muy grande pero muy importante, que es el de volver a ganar confianza y acercarse a un mundo laboral que les otorgue mejores oportunidades que las que tenían hasta esa instancia, si es que tenía”, describe.
María Oneto, titular de la Asociación Civil Ícona e impulsora del Proyecto Matías Créditos: Matías Arbotto
Marcos Pérez, de 56 años, es uno de los que subió ese escaloncito en los dos meses que pasó en San Telmo. Durante décadas fue chef de la Sociedad Rural Argentina. Trabajó en la exposición de cada invierno, y también en temporadas de verano en la Costa Atlántica y de invierno en Bariloche. Nació en Santiago del Estero y, en los últimos años, vivió en la calle y también en hogares de organizaciones religiosas. Perdió contacto con sus dos hijos.
“A mi edad pensaba que ya iba a ser dificilísimo reinsertarme en el mundo del trabajo”, cuenta. Su sobrecalificación también podía ser un obstáculo para “volver a empezar”. “La convivencia, tener un lugarcito con las cosas sin miedo de que alguien pueda llevarse algo y recibir capacitación y acompañamiento fue muy importante”, explica. Desde el 1º de octubre será el jefe de cocina de un sanatorio porteño. Y cambiará San Telmo por Caballito. “Me mudo a un departamento con otros tres muchachos de acá. Vamos a pagar todos los gastos los cuatro, en partes iguales”, dice Marcos. Del bolsillo del pantalón saca la llave del departamento al que se mudará en pocos días. Y sonríe grande, con toda la boca y también con los ojos: le cambió la vida, y lo sabe.