Rivalidades y anatemas, sin diálogo institucional

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Las reuniones del presidente Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri para reclamar por compromisos no cumplidos por La Libertad Avanza, derivaron en una reunión del presidente Milei con legisladores del PRO y otros bloques minoritarios.

Las reuniones del presidente Javier Milei y el expresidente Mauricio Macri para reclamar por compromisos no cumplidos por La Libertad Avanza, derivaron en una reunión del presidente Milei con legisladores del PRO y otros bloques minoritarios.

Esta novedad política reunión del presidente con legisladores opositores – da muestras de que los mecanismos institucionales usuales fueron dejados de lado, es decir, los acuerdos políticos que normalmente se hacen por medio de los presidentes de los partidos políticos, los presidentes de bloques del Congreso o, eventualmente, por gestores informales de cada una de las fuerzas políticas; estos contactos quedaron reducidos a la figura presidencial como gestora y garante de los acuerdos posibles.

Cuando el presidente negocia en persona, inhabilita los mecanismos de equilibrios y contrapesos que existen en los órganos partidarios y bloques legislativos, que son los ámbitos de negociación política, porque, de lo contrario, ¿el ministro de Economía? ¿el presidente de un bloque legislativo? ¿Y el ministro del Interior, ministerio político, por antonomasia?

Esta sustitución de los mecanismos habituales de la negociación lesiona la convivencia política, porque se obviaron mecanismos institucionales que existen en todos los congresos, sean sistemas presidencialistas o parlamentarios, ya que lo frecuente es que el ámbito de negociación sean los parlamentos y se logren acuerdos que serán ejecutados por el Poder Ejecutivo, valga la redundancia.

La decisión de obviar los mecanismos institucionales se potencia con la presentación en un pleno del Congreso de la Nación – acción contemplada en la constitución solo para el 1 de marzo para la apertura de sesiones y presentación del plan de gobierno anual – del presupuesto anual.

Esta convocatoria inédita, se malquista con la tradición política argentina y lesiona la convivencia política, en razón de que el mensaje del domingo por la noche fue de renovadas diatribas hacia los legisladores y pedido de US$ 60 mil millones de ajuste a los gobernadores y anuncios de nuevos vetos a leyes votadas.

Estas operaciones políticas son producto de una visión elitista del poder político, en la cual se auspicia toda acción que fracciona a la oposición y concentra el poder político.

La rivalidad política

La fragmentación política es el hijo no deseado de la rivalidad política, ya que la hostilidad entre parecidos es el vehículo para el fraccionamiento y la división de las agrupaciones políticas. Siendo diferente a la polarización, es distinta a la diferencia ideológica o la tan mentada “grieta” entre dos bloques de poder, por ejemplo: kirchnerismo/antikirchnerismo, liberales/radicales, nacionalistas/liberales.

Las agrupaciones políticas y bloques legislativos disgregan los vínculos y relaciones entre sus miembros debido a la rivalidad. Luego, los que persiguen los mismos objetivos y opinan diferente, ya no son adversarios dentro de la misma agrupación política, sino rivales.

Entonces, la rivalidad denota una actitud distinta. Porque no se pretende ganarle a un adversario sino sustituirlo, invisibilizarlo y monopolizar una causa política que comparten en el mismo grupo político; para el que rivaliza y gana es imperiosa la desaparición del derrotado.

En este sentido, dos grupos en un bloque que tienen la misma ideología tornan inviables los acuerdos, porque uno de ellos se arroga la pureza en sus ideas y sus planteos son exasperados y crueles para los “traidores”, pero lo principal es que neutralizan las posturas que posibilitan un acuerdo.

Luego, cuando hay leales y traidores, estamos en presencia de una estrategia política que, vehiculizada por la rivalidad, genera la segmentación del ámbito legislativo y el fraccionamiento al interior de los bloques. Este es el escenario – de rivalidades al interior de las agrupaciones políticas – en que el presidente Milei está como único y excluyente interlocutor. El dicho “divide y reinarás”, nunca pareció explicar mejor esta situación.

La patrulla ideológica

Pero, para que esta estrategia – la rivalidad – prospere hay un elemento sustancial en esta combinación de eventos y es la puesta en funcionamiento de una antigua conocida: “la patrulla ideológica”, conformada por quienes tienen el censor ideológico y señalan a los “honestos” y a los “deshonestos” para con el proyecto político, es decir, a los “leales” y “traidores”.

Decíamos antigua conocida porque lo usaban los grupos de ultraizquierda como Montoneros o ERP, los grupos de inteligencia de la última dictadura militar argentina, en ambos casos encontraban el argumento para expulsarlo por renegado, cuando no por hacerlo desaparecer; en democracia, la patrulla kirchnerista señalaba a los verdaderos peronistas, también el nacionalismo conservador que sindica como “cipayos” a quienes renegaban de la patria, o la ultraderecha, donde los verdaderos liberales son los del Siglo XlX.

La mentada patrulla de control ideológico no busca la pureza de la ortodoxia, sino promover la persistencia del conflicto para elegir a los traidores y reemplazar a los rivales. El verdadero objetivo es eliminar a los rivales, para controlar por medio del disciplinamiento y el miedo. El rival es acusado, juzgado por la justicia mediática gubernamental y eliminado de la consideración pública, es decir, es “cancelado”, no existe y probablemente no se sepa más nada de él cerca de las esferas del poder. Este fue el destino de los exfuncionarios y de otros que, sin pertenecer al gobierno, fueron elegidos como enemigos públicos. Son traidores a la causa, decía el presidente Milei – única y excluyente opinión – cuando eran desterrados del gobierno o expuestos al escarnio público.

Ahora bien, el control ideológico de las ideas que son permitidas o no – de las cuales se jacta el presidente Milei – quebrantan la libertad de pensamiento e inauguran la rivalidad de “todos contra todos”.

Trama de rivalidad, en la que “la primera ley es que no hay ley” y prevalece el más fuerte; donde el más fuerte es dueño de la brújula ideológica – con poder no hace falta tener razón – y es el que orienta el control ideológico y señala a sus rivales políticos sindicándolos como traidores.

Como sabemos, la brújula nos orienta en el camino a seguir, pero cuando usamos una brújula para saber dónde estoy ubicado en cada instante, pierde sus atributos de guía y nos aleja de la meta a la cual pretendemos llegar. Con la negociación es parecido, si usamos a cada instante la rivalidad para aislar adversarios y mantener el poder, nos alejamos de la negociación que es la brújula que nos orienta hacia el diálogo y el acuerdo.

Por lo tanto, recuperar el uso de la negociación y el acuerdo para decidir – abjurando de la patrulla ideológica – en los ámbitos de pluralidad democrática donde cohabitan todas las ideas, es responsabilidad política de todos, no sólo del presidente Milei.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales