La estrategia es simple; identificar a los grandes desorganizadores que han impuesto su caos contra nuestra necesidad de orden material y existencial, y nombrarlos. No a todos ellos esta vez, pero, al explicitar a algunos pocos, todos los demás se corporizan de inmediato: “los aplaudidores del default” -otra variante de “los degenerados fiscales”-; “los empresarios prebendarios”; “los gerentes de la pobreza”; los “planeros”; los “ñoquis”; los “periodistas ensobrados”; los medios en venta al mejor postor; algunos artistas y todos los que han vivido y pretenden “seguir viviendo de la teta del Estado”. La “Casta”. Y, con esta misma firmeza, ofrecer soluciones que revitalicen y resignifiquen estos traumas. La entronización del “Cepo al Estado” y del sacrosanto “Déficit Cero”. Suena a cierta nueva forma -distinta- de antigua “Ley de Convertibilidad”. Todos sabemos cómo terminó ese experimento.
Todo en código binario. Blanco-negro. Bien-mal. “Nosotros”-“ellos”; categorías donde “nosotros” es siempre constante y unipersonal (a lo sumo no más allá del “triángulo de hierro” que conforman él, su hermana y su “Ingeniero del Caos”); y donde “ellos”, en cambio, es una clase variable; difusa y en extremo expansiva. Nadie quiere ser “ellos”; tampoco sufrir el despiadado escarnio público. Siempre queda de un lado ese “nosotros” y del otro lado, la “casta”: un orden decadente que sufre de corrupción sistémica y que es culpable de todo lo malo que nos pasa.
Pero “casta” es tanto lo que causa daño, crea degeneración, subvierte categorías y valores sociales en su propio beneficio; como “casta” es también todo lo que obstaculiza, ofende, critica o intente imponer limitación alguna. “Casta” es todo “lo otro” por fuera de Milei que no se alinea a él. “Casta” es también una herramienta de victimización que elimina todo disenso. Si no se logra sacar adelante las reformas que el país necesita “para volver a ser una Nación próspera y soberana sobre la faz de la Tierra”, será por esa “casta” que sólo sabe poner “palos en la rueda”; por todos “esos miserables” que no representan a los argentinos de bien. Argentina se levantará por obra y gracia de la libertad, del empoderamiento de los sufrientes argentinos de bien y del Mercado; el único camino. “Esos son los dos caminos. Sepan ustedes, miembros de este honorable Congreso, que la decisión de qué lado de la historia quieren quedar es suya. Luego será la ciudadanía quien los coloque en la avenida de los justos o en la esquina de las ratas miserables que apostaron contra el país y contra su gente”. En el medio; nada.
La transmisión del domingo siguió la lógica implacable de un show político mediático que buscó imponer la agenda y pautar la comidilla diaria. Que fuera el domingo, en horario central y desplazando el inicio del programa de Susana Giménez, no fue casualidad; nada vale más que los símbolos. Milei es el “outsider” político que sacrifica su vida y que se hunde en la “mugre de la casta” para purificarnos a nosotros. Es el sensei de jiujitsu que usa las herramientas de su opositores para vencerlos -con sus armas- en su propio terreno; al verticalismo más verticalismo, al kirchnerismo más kirchnerismo. Es el “borracho del tablón” que menosprecia a todos en el propio Congreso como desde una imaginaria cancha de fútbol. Es el Mesías que enseña el camino de la Libertad invocando, a cada paso, a las Fuerzas del Cielo; cualquier cosa que sean estas “fuerzas”. Es el líder le habla “a su pueblo”; que lo “desintermedia”. Es la política uberizada.
Caos
Esta provocación constante nutre a las «pasiones tristes»: la ira, la indignación y el resentimiento. El caos comunicativo organizado fuerza a una reacción, siempre a la defensiva. La violencia institucional desde arriba derrama violencia social callejera, abajo. El batido y rebatido de las «pasiones tristes» sólo pueden permitir imaginar tiempos turbulentos; mayor polarización y violencia.
Con su discurso, Milei naturaliza la “necesidad” de destrucción de ciento veinte años de historia como la única forma de implantar lo que aún está por nacer. Sólo que, en esta destrucción generalizada, se erosiona y se destruye el valor del ser humano. Las personas fuimos «daños colaterales» de las ideología anterior y de su economía perversa -es verdad-; tanto como lo somos, ahora, de la ideología actual y de su economía sanadora en pos de las generaciones por venir; como ya veremos. Esta pérdida de valor no ocurre sin un enorme costo y gasto psicológico y social.
El discurso del domingo en clave política, aunque mucho de él “suene razonable”, debería asustarnos ya que es un llamado a poner a la sociedad en pie de guerra: “no he venido a liderar corderos sino a a despertar leones”. El discurso, en clave simbólica, debería espantarnos más todavía por el binarismo absoluto al que convoca. Me pregunto si nos queda capacidad para el susto o para el espanto. No lo creo. Pero, como siempre, espero estar equivocado.