Un ataque inesperado que obliga a estar alerta

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Un atentado, siempre, es un hecho grave, incluso aunque las víctimas solo sufran heridas leves y los daños sean menores. Son ataques que alteran la paz interior de un país.

Un atentado, siempre, es un hecho grave, incluso aunque las víctimas solo sufran heridas leves y los daños sean menores. Son ataques que alteran la paz interior de un país.

La “carta bomba” que estalló en el despacho del presidente de la Sociedad Rural Argentina, Nicolás Pino, tenía, evidentemente, baja carga de pólvora y sus efectos fueron menores, simplemente porque la secretaria Pamela Souza abrió el paquete por el lado superior y la explosión se expandió en la dirección contraria a su cuerpo. Por eso, y porque no había nadie frente a ella en ese momento, ninguna persona recibió quemaduras que pudieran llegar a ser letales. Otra cosa hubiera sido si la explosión impactaba de lleno en alguno de los presentes.

Un explosivo más poderoso hubiera destrozado toda la oficina.

Las conjeturas acerca del origen o las motivaciones del atentado proliferaron, pero la única certeza es que quien lo pensó y planificó busca sembrar pánico. La baja intensidad del ataque puede ser señal de improvisación o impericia, pero también, de que se trata de una señal de advertencia.

Hasta ayer por la tarde solo había un detenido, registrado en las cámaras de la receptora de correo privado donde este hombre entregaba la carta explosiva. Aún es prematuro aventurarse sobre si actuó solo o pertenece a un grupo que pueda intentar otro atentado, esta vez, letal.

El caos en sí mismo es un instrumento político. Sirve muchas veces para amenazar desde las sombras a un gobierno. Sirve, también, para justificar medidas extremas o provocar una declaración de emergencia. Se trata de un instrumento con larga historia.

Es claro que, en un gobierno polarizado, como el actual y como lo fueron los cuatro períodos kirchneristas, esta o cualquier otra maniobra parecida puede ser interpretada como una forma de boicot.

Pero también es necesario tener presente una característica de este tiempo: en las redes sociales o a través de comunicaciones privadas, un aventurero solitario o un grupo de fanáticos pueden encontrar clases prácticas de cómo armar un explosivo, con instrucciones para el envío incluidas.

El hecho que el destinatario de este atentado haya sido el presidente de la Rural invitó a sospechar del activismo ambiental o del movimiento vegano, que en los últimos tiempos han protagonizado, en el país y en el mundo, episodios violentos y con una fuerte carga de provocación. Sin embargo, en estos casos, los manifestantes no suelen utilizar elementos potencialmente mortales y se esmeran en que quede en claro su identidad.

Como sea, se trata de un episodio que exige enorme responsabilidad de parte de los ministerios de Seguridad y de Defensa – un atentado muy parecido se registró hace poco en la embajada de Ucrania en Madrid -, y especialmente, impone la urgencia de una verdadera profesionalización de la Agencia Federal de Inteligencia, un organismo que en las últimas décadas acumuló innumerables fracasos y enorme desprestigio.

Ningún país puede funcionar sin servicios de Inteligencia, pero estos no pueden estar consagrados a hurgar en la vida privada de las figuras públicas, simplemente para contar con el “carpetazo” como instrumento de extorsión. Por el contrario, su función es la de construir una información actualizada sobre el clima social y sobre los síntomas de crisis que, eventualmente, pueden alterarlo.

No estamos ante un retorno de los ’70, como se insinuó. La aparición del pasado con el rostro de Mario Firmenich no es más que eso: pretérito perfecto que solo puede resultar atractivo para algún trasnochado. El crimen organizado, el terrorismo internacional y las bandas dedicadas al ciberdelito son las verdaderas amenazas. Y están avanzando por todo el continente.

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Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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