En 2013 escribí “El nuevo autoritarismo en América Latina”. Describo allí un régimen formalmente democrático, en el que el gobierno es producto de elecciones libres y justas. Una vez allí, sin embargo, este modifica las reglas de juego—léase, la constitución—para prolongar su estadía en el poder. De un periodo a dos, de dos a tres, y de ahí a la reelección indefinida. En el tiempo, las elecciones comienzan a ser amañadas, resultando en perpetuación.
Sin alternancia, la democracia ya no es tal. La discrecionalidad y la suma del poder público se concentran en el jefe del Ejecutivo. Toma forma una autocracia personalista y a la vez de partido único; de facto, no de jure, sino en los hechos. El libro de texto de este orden político para el resto de la región no fue Cuba sino Venezuela, muchos lo estudiaron y lo aplicaron. De ahí que la democratización de Venezuela no sea sólo para Venezuela.
En relación a esto, en 2014 escribí “La desmemoriada izquierda latinoamericana”. Destaco el papel fundamental de la izquierda en las transiciones de los años ochenta en Sudamérica, una vez que los derechos humanos se instalaron en el centro de la agenda progresista. Ello en contraste con las respuestas—o las no-respuestas—a las protestas de 2014 en Venezuela: el silencio, la confusión, el balbuceo sin sentido, o bien la justificación de la represión en Caracas, San Cristóbal y otras ciudades. Suena conocido, pues lleva décadas.
La mayoría de los países de la región estaban gobernados por supuestos progresistas. La crisis de legitimidad del chavismo-madurismo los sorprendió en su propia crisis. Pues esa “nueva izquierda” que tanto había criticado al neoliberalismo y las privatizaciones, se convirtió en la copia de la “vieja derecha militar”: ambas han privatizado el poder.
Ello clausura espacios de compromiso y negociación, dificultando la gobernabilidad. La política suma cero, el poder de unos es el no-poder de los otros. Esa es la verdadera erosión democrática de América Latina. Por ello, la caída de la dictadura de Maduro es necesaria para el auténtico progresismo, el que expande derechos para todos, hoy secuestrado por el autoritarismo criminal-bolivariano.
Boric es la honrosa excepción, quizás el único exponente de una izquierda que no ha sido cooptada. Es que, claro, Boric es el jefe del Estado chileno, país al que Maduro envió al Tren de Aragua para asesinar a un oficial naval allí asilado; un acto de agresión y una vulneración de soberanía. Por eso también Venezuela.
En 2017 escribí acerca del multilateralismo bolivariano: “Al rescate del hemisferio” es el título, dada la necesidad de desmantelarlo, justamente. El texto repasa la creación de ALBA en 2004, Petrocaribe en 2005, Unasur en 2008 y completado en 2011, y CELAC en 2010.
Me referí a esta “sopa de letras” como el producto del petróleo por encima de 100 dólares el barril y, como tal, diseñada para servir el interés del principal proveedor de dicho recurso y supervisado por la dictadura cubana, autocracias vinculadas al narcotráfico y otros crímenes, muy experimentadas en corromper tomadores de decisión en el resto de América Latina y más allá.
Piénsese en el efecto cascada que ha tenido este multilateralismo autocrático con amplios recursos. La caída de la dictadura de Maduro es urgente para re-encauzar la integración hemisférica por canales democráticos, que ya existen y son históricos, pero son siempre descalificados por el castro-chavismo pues exigen democracia y protección de los derechos humanos.
En 2018 escribí “El yihadismo en América Latina”. El texto recuerda el atentado a la AMIA en 1994 y discute la penetración de Hezbollah, agente para-estatal de la República Islámica de Irán, en el resto de la región a partir de esa fecha. Examina, en ese sentido, el fatídico Memorándum de Entendimiento con Irán con el cual Cristina Kirchner intentó revocar las alertas rojas de Interpol, una suerte de encubrimiento de los terroristas.
En su momento, varias investigaciones periodísticas habían arribado de manera independiente a similar conclusión: el acuerdo se diseñó entre Teherán, Buenos Aires y Caracas, habiendo sido forjado en el despacho del mismísimo Hugo Chávez. Ya entre 2008 y 2009, miles de pasaportes venezolanos habían sido negociados en embajadas de Venezuela en el Medio Oriente, muchos de ellos terminando en manos de terroristas.
La extensión latinoamericana de la política exterior iraní quedó así garantizada gracias a la dictadura chavista. La presencia de Hezbollah es notoria en la Triple Frontera de Paraguay, Brasil y Argentina; en Iquique, Chile; en Maicao, Colombia; y en Trinidad y Tobago, entre otros lugares de baja densidad estatal e intenso comercio y tránsito de personas.
A través de Venezuela, el yihadismo ha creado joint ventures con el narcotráfico y el lavado en el hemisferio occidental. La dictadura le ha abierto la puerta no sólo al terrorismo de las FARC disidentes y el ELN, también al terrorismo extra-regional. Contra todo terrorismo en la región, necesitamos democracia en Venezuela.
En 2022 escribí “La victoria de Ucrania: paz y seguridad en las Américas”. Allí caracterizo la guerra como un conflicto sistémico, por la cohesión de Europa y sus instituciones, y a la vez civilizatorio, por los principios occidentales y sus formas políticas, la democracia. Pero todo ello más allá de Europa, señalo, pues también está en juego en las Américas.
En diciembre de 2021, en vísperas de la invasión, Putin amenazaba con desplegar efectivos y equipamiento militar a Cuba y Venezuela para presionar a Estados Unidos a aceptar la presencia de cien mil tropas rusas en la frontera con Ucrania. Una amenaza redundante, pues en Cuba hay militares rusos desde la Guerra Fría; en Venezuela desde 2018, con bases operativas en Valencia, estado Carabobo, y Manzanares, estado Miranda; y en Nicaragua desde junio de 2023.
Desde el inicio de la guerra en Ucrania, la presencia militar rusa en dichos países ha aumentado considerablemente. O sea, la dictadura venezolana ha puesto al hemisferio en el teatro de operaciones de una guerra que tiene lugar en Europa, al tiempo que continúa militarizando la región con tropas y equipamiento rusos. La guerra es crucial para la región, no puede ser neutral, pero su voz debe ser política. No tiene nada que ganar convirtiéndose en un frente de batalla. También por la paz y la seguridad de las Américas, Maduro debe caer.
He traído algunos textos al pasar para retratar esta última década de dictadura en Venezuela, la cual lleva un cuarto de siglo en total. Apoyar la democratización de Venezuela es un acto de empatía y una posición normativa. En las Américas, sin embargo, la caída de Maduro no es solamente por Venezuela.