Los desechos que dejamos atrás

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Existe una tendencia generalizada a pensar que tecnologías como internet, la nube, el minado de criptomonedas, la inteligencia artificial, el frenético mundo de las apps y toda la actividad que desplegamos a través de esa computadora móvil que usamos en la palma de la mano a diario -mal llamada “teléfono”-, son todas actividades etéreas que ocurren en mundos virtuales; desentendiéndonos así de los costos planetarios que todas estas tecnologías conllevan.

Existe una tendencia generalizada a pensar que tecnologías como internet, la nube, el minado de criptomonedas, la inteligencia artificial, el frenético mundo de las apps y toda la actividad que desplegamos a través de esa computadora móvil que usamos en la palma de la mano a diario -mal llamada “teléfono”-, son todas actividades etéreas que ocurren en mundos virtuales; desentendiéndonos así de los costos planetarios que todas estas tecnologías conllevan.

Cuesta verlo, pero la revolución tecnológica actual es -casi con toda certeza-, el proceso industrial más brutal y extractivo de la historia de nuestra civilización; mucho más que la Primera o, incluso que la Segunda Revolución; ambas basadas en la extracción y quema a gran velocidad de recursos naturales no renovables como el carbón, la primera; y el petróleo, la segunda. Esta nueva Revolución cambia la naturaleza de los recursos que se extraen y se queman, tanto como la velocidad. Como ejemplo, para la fabricación de un “teléfono inteligente” de 160 gramos se necesitan, en promedio, 70 kilos de materias primas provenientes de los cuatro rincones del mundo. Sólo entre los años 2011 a 2021 se vendieron 13.570 millones de unidades a nivel global, lo que significa casi un billón de kilos de materias primas en sólo una década. Además de los recursos necesarios para su producción -chips, baterías, plástico y las famosas “tierras raras” extraídas de zonas de enorme anarquía ecológica-; si se considera la cantidad de energía que se consume primero en la producción y luego, cada día, durante toda su vida útil; sumado a la poca reciclabilidad que tienen una vez descartados; el impacto ambiental de su fabricación, utilización y descarte; de verdad asusta.

Son interesantes los libros “Atlas de Inteligencia Artificial. Poder, política y costos planetarios” de Kate Crawford; “Mundo Material. Las seis materias primas que dan forma a la civilización moderna”, de Ed Conway; “Tierra de Desperdicios: El mundo secreto de la basura y la urgente necesidad de un mundo más limpio”, de Oliver Franklin-Wallis; y “Cobalto rojo. El Congo se desangra para que tú te conectes”, de Siddharth Kara. Sesgos aparte, todos ellos sirven para dimensionar el nivel de extracción y consumo global de recursos naturales, consumo energético y otras consideraciones económicas y geopolíticas que existen detrás de estas industrias. Muchas de las cuales, para peor, podrían acentuar aún más la inequidad y la explotación del ser humano. Es que el hombre, en esta nueva Revolución, será la materia prima más consumida de todas.

Extracción sin beneficios

Mucho antes de los primeros dinosaurios, Pangea se dividió en dos supercontinentes -Laurasia y Gondwana-, expulsando roca fundida desde las profundidades de la Tierra. Con el paso del tiempo, la roca líquida se enfrió y las fuerzas geológicas tallaron en Pico Sacro -cerca de la esquina noroeste de España; en Galicia-, un extraño pico cónico que se erige como un sombrero de mago. Hoy en día, Pico Sacro además de ser venerado como sitio sagrado y como portal al infierno cobra otro valor por una razón muy distinta: los depósitos de cuarzo resultantes de aquellos procesos geológicos antiguos son de los más puros del planeta; de casi un 99% de pureza.

El cuarzo obtenido es introducido en hornos a 1800°C y expuesto a poderosas corrientes eléctricas; convirtiéndose en cuarzo líquido primero y en cristales de cuarzo, después. Las láminas de silicio que se obtienen -indispensables para fabricar los cerebros de nuestra economía digital- son hasta 99,99999% puros; o sea que, por cada átomo impuro hay 10 mil millones de átomos de silicio puro. Esas láminas serán enviadas a “salas limpias”; lugares en los que comenzará la producción de chips que tienen estándares de limpieza y de control de pureza ambiental más rigurosos y exigentes que la mejor sala de terapia intensiva del mejor hospital de mundo.

La cadena de suministro del silicio es sólo un ejemplo de un mundo desconocido y frágil que abarca a gigantes industriales anónimos pero masivos y globales que, además, constituyen cuellos de botella aterradoramente estrechos. Hace poco un buque que atravesaba el Canal de Suez detuvo el tránsito marítimo por semanas, alterando por completo el comercio marítimo mundial. ¿Qué pasaría si, por ejemplo, la única ruta que baja de esta mina se interrumpiera por un desplazamiento de tierras y se impidiera el suministro de silicio por meses?

Además del silicio, existen otros cinco recursos naturales sin los cuales nuestro mundo moderno sería inviable: sal, hierro, cobre, petróleo y litio; tanto como otros minerales indispensables. Por ejemplo, el cobalto es parte de casi todos los dispositivos recargables que existen, ya que se utiliza para fabricar el extremo positivo de las baterías de litio.

Cada vehículo eléctrico requiere de 10 kilos de cobalto; 1.000 veces la cantidad que se necesita para un teléfono inteligente.

La mitad de las reservas mundiales de cobalto se encuentran en Katanga, en el sur de la República Democrática del Congo (RDC), lo que coloca a esta región en el centro de la transición energética global. La fiebre del cobalto allí desatada es otro capítulo en una antigua historia de explotación en la que, en los últimos dos siglos, la RDC ha sido un centro no solo del sangriento comercio de esclavos humanos sino también de la extracción colonial de caucho, cobre, níquel, diamantes y uranio, entre otras cosas. A cambio, los 100 millones de habitantes de la RDC han quedado con pocos beneficios duraderos y el país aún languidece en la parte inferior del índice de desarrollo de las Naciones Unidas.

La basura no miente

¿Cuánto tiempo dura, en promedio, cualquier dispositivo electrónico?

La vida útil de nuestros dispositivos es apenas un parpadeo. Según Oliver Franklin-Wallis, los desechos electrónicos son sólo una parte de los 2 mil millones de toneladas de residuos sólidos que producimos cada año.

En 1973, académicos de la Universidad de Arizona, dirigidos por el arqueólogo William Rathje, hicieron de “garbólogos” (*) . “La basura podría decirte más sobre un vecindario, lo que la gente come y cuáles son sus marcas favoritas; que la investigación de consumo más avanzada, y predecir la población más exactamente que un censo”, afirma Rathje. “A diferencia de las personas, la basura no miente”.

Otro hallazgo fue descubrir que el contenido de los vertederos no se descompone tan rápido como creemos. Al tomar “muestras geológicas” de estos vertederos, se vio que, incluso décadas después, nuestros desechos permanecen como un museo morboso: “Las cáscaras de cebolla seguían siendo cáscaras de cebolla, los extremos de las zanahorias seguían siendo extremos de zanahorias. Recortes de césped que podrían haber sido tirados poco tiempo atrás salían de voluminosas bolsas negras de basura y hojas, todavía atadas con alambre retorcido”.

Al navegar por la intersección entre el avance tecnológico y la sostenibilidad ambiental, enfrentamos el enorme desafío de tener que poder ser capaces de desarrollar modelos menos extractivos y de adoptar sistemas de descarte de residuos “más amigables” con el medio ambiente. Sólo con una perspectiva holística e integral podremos mitigar los enormes impactos ambientales que produce la industria tecnológica.

El gran desafío

En la antigua Roma, los desechos de los retretes públicos se diluían con las aguas residuales de fuentes y baños de la ciudad, requiriendo un sistema complejo de alcantarillado subterráneo que terminaba en la Cloaca Máxima, la que tenía su propia diosa: Cloacina. Para la era victoriana, la economía circular de los desechos llegó a su fin. El trabajo lúgubre pero ecológico de convertir el excremento humano en fertilizante para granjas se hizo obsoleto por la adopción del inodoro con descarga; el que bombeaba los desechos a los ríos, matándolos. Karl Marx identificó a este proceso como el comienzo de una “ruptura metabólica” que, más tarde, alimentada por el desarrollo de los plásticos desechables, convirtió un ciclo sostenible de reutilización de residuos en una cinta transportadora directa de productos no reciclables desde la ciudad hacia el medio ambiente.

A medida que los científicos del clima anticipan que el calentamiento global superará con holgura el límite autoimpuesto de 1,5°C; quizás sea momento de comenzar a abordar sistemas de producción de manera sistémica e integral; tal que la solución a un problema no agrave otro. Sólo el hecho de cambiar una parte de la cadena productiva o de consumo a tecnologías “sostenibles”, “verdes” o “limpias”; no elimina las consecuencias de nuestra forma de producir y de consumir tecnología.

Hay que verlo como un todo y, reformular este ciclo, podría guiarnos hacia algunas soluciones. En lugar de ver a la producción y a sus desechos como problemas separados, deberíamos comenzar a pensarlos como dos partes de un mismo desafío: ¿Cómo seguir construyendo nuestra civilización sin dejar desechos industriales -no reciclables- aguas arriba, ni basura de todo tipo -también no reciclable-, aguas abajo? Las alertas están allí para todo aquel que quiera verlas. Me parece que se impone el dejar de ignorarlas.

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(*) Basurología o garbología es el estudio de los desechos y de la basura producida por el ser humano.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales

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