Autor de goles definitorios en los títulos de la trilogía Copa América-Finalissima-Mundial, quedó en el bronce para siempre y dejó para quienes lo heredan su ejemplo de resiliencia y amor por la celeste y blanca.
Esta vez, en la despedida ni siquiera estaba su gran socio, Leo, que todavía se cura la fea lesión que lo sacó de la final en el bicampeonato. La Selección, después del tributo a Fideo, iba a jugar sin los dos cracks más capaces de resolver las cosas por sí solos, de inventar goles imposibles en las situaciones más difíciles.
Viendo a la Scaloneta, Messi a tantos kilómetros de distancia y Angelito en el palco con sus afectos más preciados, pueden quedarse tranquilos. Los muchachos son como una estudiantina en viaje de fin de curso a la hora de celebraciones y festejos, pero son serios, muy serios, a la hora de defender el predicamento conseguido con la guía de estos dos cracks otoñales.
La Selección dio un espectáculo, un verdadero show de toque y tenencia que le sirvió para atacar y también para defenderse con la pelota, sin retrasar las líneas. Una cátedra que encontró sobre el final un resultado más acorde a la diferencia que le habían sacado en el juego a Chile.
Las ambiciones se renuevan, las ganas de no regalar nada del paraíso conseguido se realimentan, y mientras esperan que Leo se termine de reponer, la Scaloneta fue el verdadero campeón de América y del mundo en la cancha.
Así que Fideo, disfrutá tu homenaje, y tranqui, el prestigio está bien resguardado.
Di María, con su mujer e hijas, agradece (EFE).
Todos vistieron la camiseta tributo, con el 11 (foto Marcelo Carroll).
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