Hablamos de un país de grandes equipos en diversas disciplinas. Inolvidables equipos de fútbol, Leonas que se mantuvieron por años en la elite del hockey, Pumas que les discutieron cara a cara a los amos del rugby, y siguen firmas. Por aquellos años, la que quedó en los libros como la Generación Dorada se había metido en esa discusión con tanta fuerza que sumaba unos cuantos votos.
Ese grupo consiguió ser campeón del mundo y, lo que para el básquet internacional es de mucho mayor mérito y representa la máxima corona, campeón olímpico. Los resultados le dieron la chapa que termina de redondear las múltiples virtudes de un conjunto que reunía valencias deportivas y personales, humanas.
Tenía enormes jugadores, todos en su mejor momento, pero en ninguno era la figura por encima del conjunto. Solidario, brillante, empático, guerrero, llegó lo más lejos que había arrimado jamás un seleccionado argentino en el básquet, y dejando por el camino a los imbatibles de este deporte, el famoso Dream Team.
Acaso es no menos difícil, pero más esperable ver al fútbol entreverado en la elite, en el top mundial, de donde salen los principales rivales de los Dorados a mejor escuadra de la historia: los campeones del 78 y el 86 y la Scaloneta.
Algo que no va en desmedro de la fabulosa épica del equipo que hoy recuerda Nocioni, sino que, en todo caso, potencia la grandeza de estos otros grandes campeones que el fútbol nos dio.
Festejo del Chapu en Atenas 2004 (AFP PHOTO_Donald Emmert).
El inolvidable triunfo sobre el Dream Team (EFE / Akis Mykoniatis).
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