¿La humanidad pierde humanidad?

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En febrero de 2012 se produjo el derrape, vuelco e incendio de un micro escolar que llevaba niños a una excursión escolar. Una tragedia inenarrable. La condición de ser palestinos en una carretera en los alrededores de Jerusalén añadió al accidente una dimensión kafkiana: una inconcebible falta de humanidad; un grado de sin razón intolerable.

En febrero de 2012 se produjo el derrape, vuelco e incendio de un micro escolar que llevaba niños a una excursión escolar. Una tragedia inenarrable. La condición de ser palestinos en una carretera en los alrededores de Jerusalén añadió al accidente una dimensión kafkiana: una inconcebible falta de humanidad; un grado de sin razón intolerable.

Uno de los niños se llamaba Milad. Su padre, Abed Salama, fue protagonista involuntario de una crónica estremecedora cuando, al enterarse de lo ocurrido, se dirigió al lugar del accidente y comenzó a buscar a su hijo. ¿Estaba vivo? ¿A qué hospital había sido trasladado? Pero, ser palestino en esa parte del mundo, significa estar sometido a controles del ejército israelí; a trámites y obstáculos burocráticos ignominiosos; a tener un nulo derecho a exigir información precisa y rápida; ni siquiera cuando un hijo acaba de sufrir un accidente trágico.

Las circunstancias de los protagonistas de esta historia -israelíes y palestinos- se cuentan en el libro “Un día en la vida de Abed Salama. Anatomía de una tragedia en Jerusalén”, escrito por el periodista estadounidense Nathan Thrall, de reciente publicación. Un libro que hay que leer. Una historia particular que ayuda a entender una historia mayor.

La culpa -como suele suceder- recayó sobre el conductor del micro, condenado a treinta meses de prisión.

Fuera de esto, nadie habló de los cientos de detalles absurdos y deshumanizantes que condujeron a esa tragedia en particular. Nadie rindió cuentas por ninguno de los infinitos y estremecedores detalles que se fueron entretejiendo hasta el desenlace fatal.

Un mes después del accidente, el periodista Arik Weiss, intentó hacer un reportaje a Abed Salama. El nudo de la historia no era el accidente, sino la reacción de muchos jóvenes israelíes que festejaron la muerte de los niños palestinos.

Weiss estaba consternado: “Jajajajajaja, 10 muertos, jajajajaja, ¡buenos días!”; “Es solo un autobús lleno de palestinos. No gran cosa. Una pena que no murieran más”; “¡Grandioso! ¡¡Menos terroristas!!!», “Noticias dichosas para empezar la mañana”, “Mi día acaba de volverse dulceeeeeeee”. Los comentarios no fueron hechos bajo avatares falsos sino que habían sido publicados “sin vergüenza y sin intentar esconder sus identidades detrás de un teclado anónimo”. La mayoría de las frases de júbilo provenían de estudiantes de primaria y secundaria; de chicos que habían crecido en un periodo de relativa calma; algunos demasiado jóvenes para haber vivido la violencia de los años noventa o de la segunda intifada. Weiss buscaba entender por qué la juventud sentía más odio que sus mayores.

– Esos niños palestinos podrían ser los ataques terroristas del futuro. No me vengan con esa mierda de que todo el mundo es un ser humano. Ellos son putas, no gente, y merecen morir. -Escribiste esto, pregunta Weiss.

– Con todo el corazón, dice un chico.

– Estamos hablando de niños de entre cuatro y cinco años, ¿verdad?

– Niños pequeños. ¿Y qué?

En la siguiente toma, pregunta a otro chico: -Dime, con sinceridad, cuando te enteras de que ha habido un incidente y han muerto muchos niños palestinos, ¿cómo te sientes? – ¿La verdad?, dichoso; dice el niño.

“La culpa -como suele suceder- recayó sobre el conductor del micro, condenado a 30 de prisión”.

Mientras la cámara hace un plano de los comentarios en las redes sociales, la voz de Weiss dice: “No importa si eres de izquierdas o de derechas. El hecho de que alguien celebre la muerte de otras personas debe hacer que nos detengamos un momento y nos preguntemos: ¿cómo diablos hemos llegado a esto?”.

Una niña de 12 años

Pocas semanas atrás, en un hecho que sacudió a la sociedad francesa sin haberla horrorizado con la profundidad adecuada; la justicia de Francia imputó a dos adolescentes de 13 años por violar en grupo y amenazar de muerte a una menor judía de 12 años, cerca de París.

La menor -no redunda repetir que tiene sólo 12 años-, explicó que tres adolescentes la abordaron y la arrastraron a un cobertizo mientras estaba en un parque cerca de su casa, con una amiga. Los adolescentes la golpearon y “le impusieron penetraciones anales y vaginales y una felación; todo mientras la amenazaban de muerte y le lanzaban insultos antisemitas”. Preadolescentes de 13 años a una niña de 12 años.

Me resuena la pregunta de Weiss en la cabeza: ¿cómo demonios llegamos a esto? Me pregunto qué nos pasa -como sociedad y como seres humanos-, cuando dejamos que se desaten odios raciales tan profundos y extremos; cuando vemos que niños son capaces de hacer algo así.

El filósofo Pico della Mirandola afirmó que el ser humano tenía la libertad y la capacidad de elevarse hacia las cosas superiores, o de degenerar hacia las cosas inferiores; hacia las bestias. José Ortega y Gasset dijo: “Con la moral corregimos los errores de nuestros instintos y, con el amor, los errores de nuestra moral”. ¿Estaremos perdiendo todo amor y toda moral? ¿Estamos degenerando, acaso, hacia una sociedad basada en la razón de los instintos y de la fuerza más brutal? Otro filósofo, Rob Riemen, dice: “Vivir en la verdad, hacer lo correcto, crear belleza: sólo en estos actos el hombre es quien debiera ser”. No puedo dejar de preguntarme -una y otra vez-, hacia dónde nos dirigimos como humanidad.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales