Debate Biden – Trump: crónica de una derrota anunciada

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Según las mediciones de la propia CNN, el debate presidencial entre Joe Biden y Donald Trump concluyó con la victoria de Trump por 67% contra 33%, victoria proclamada inmediatamente no sólo por sus partidarios sino por los propios demócratas tales como el gobernador de California, Gavin Newson (el mismo que dijera “la vara está tan baja que Biden, con solo presentarse, ya ha ganado”) y el senador Raphael Warnock quienes -pese al mal trago- respaldaron a Biden diciendo “no le das la espalda a un líder por un solo tropiezo… ¿qué clase de Partido haría eso?”.

Según las mediciones de la propia CNN, el debate presidencial entre Joe Biden y Donald Trump concluyó con la victoria de Trump por 67% contra 33%, victoria proclamada inmediatamente no sólo por sus partidarios sino por los propios demócratas tales como el gobernador de California, Gavin Newson (el mismo que dijera “la vara está tan baja que Biden, con solo presentarse, ya ha ganado”) y el senador Raphael Warnock quienes -pese al mal trago- respaldaron a Biden diciendo “no le das la espalda a un líder por un solo tropiezo… ¿qué clase de Partido haría eso?”.

A raíz de ello (y mientras Time titulaba “Pánico” y el New York Times instaba a Biden a retirar su candidatura “si quiere servir a su país”), la crisis que se desató en el Partido Demócrata era una crisis que los mismos demócratas vieron venir, que no encararon a tiempo ni supieron evitar, crisis de la que se aprovechará Trump pese a su condena legal por falsificación de asientos contables y procesos aún pendientes.

Esas sospechas de crisis e incapacidad para resolverla quedaron reflejadas en la columna que Hillary Clinton publicó en el New York Times 3 días antes del debate: parecía la crónica de una derrota anunciada. Allí prevenía no sólo sobre las triquiñuelas de las que, efectivamente, haría uso Trump sino que subrayaba como virtudes los supuestos inconvenientes que, efectivamente también, mostraría Biden (tales como su edad y su moderación) reduciendo la opción electoral a una disyuntiva simplificada que no es ni tan sencilla ni tan fácil.

Clinton alertó sobre el modus operandi de Trump. O sea: los demócratas lo conocían aunque no supieron desbaratarlo. Dijo que es habitual en Trump impedir debatir lo importante con interrupciones, insultos y mentiras -que efectivamente profirió- apabullando a candidatos, moderadores y votantes, interrumpiendo y negándose a responder preguntas puntuales sobre el país y sus problemas. Aseguraba que refutarlo es casi imposible porque Trump no argumenta, habla de todo y no habla de nada, enuncia un disparate seguido de divagues, evita respuestas directas, humilla al oponente para menoscabarlo.

Enumeraba luego los logros de Biden a quien consideró “un hombre sabio y decente que lucha por las familias trabajadoras. Sí, tiene 81 años, sólo 3 años más que Trump. Y su vida de servicio y experiencia le ayuda a lograr aquello que hace a nuestro país más fuerte y mejora nuestra vida, desde unir a los demócratas y republicanos para arreglar carreteras y puentes en mal estado hasta hacer frente a los ataques de Rusia”. Y cerró enfatizando que “esta elección es entre un delincuente condenado que quiere vengarse y un presidente que cumple sus promesas al pueblo estadounidense. Sin importar lo que ocurra en el debate, la decisión es sencilla”.

La última frase resultó lapidaria: menoscabar anticipadamente el resultado del debate en pos de un bien mayor resultó inútil en términos estratégicos y prácticos porque ¿a quién seducirá optar por el mal menor? ¿Tal vez a nadie?

Claro que importa lo que ocurrió en el debate. Desde las incomprensibles condiciones a las que accedieron ambos y que, en ciertos momentos, les jugaron en contra hasta el cerrar micrófonos mientras el adversario exponía. Permitió, sí, que nadie interrumpiera pero también que cada cual hablara de lo que le diera la gana sin que el oponente lo emplazara a contestar la pregunta, marcar que no era cierto o pedir se ajustara al tema en cuestión. Ni siquiera los moderadores lo hicieron, convalidando así los exabruptos y hasta mentiras que ambos enunciaban, mientras los traductores no estuvieron a la altura de la circunstancia, siendo uno mucho más fluido y capacitado que el otro (notorio al seguir dos emisiones simultáneas).

Hubo, también, errores inexplicables de los asesores de imagen del presidente del país más poderoso del mundo, que iban desde su pelo hasta la rigidez de la bandera en su solapa, detalles que los asesores de Trump no descuidaron y se esmeraron en cultivar presentándolo con un traje standard -y no uno costoso- mientras la bandera ondeaba en su solapa como en tantos monumentos de EEUU y su pelo natural con canas que reemplazaba al jopo anaranjado de rock-star que usaba. Trump obedeció hasta donde pudo a sus asesores y reiteró que bajaría los impuestos, atacaría la inflación, controlaría la inmigración en cuyo desborde el gobierno actual gastaba fortunas, frenaría a Rusia y obligaría a Europa a ayudar más a Ucrania para aliviar la ayuda de EEUU (que duplica a la europea), razones por las que consideró que Estados Unidos era una “nación” –no dijo estado- fallida y que dejaría de serlo cuando él fuera presidente.

Afónico, vacilante y débil, con la mirada perdida y en ocasiones lerdo para hablar, Biden no pudo demostrar la energía requerida para afrontar otro mandato aunque sí la tuvo para acusar a Trump de tener la moral de una gato callejero, de ser un llorón que no acepta perder, de acostarse con una prostituta cuando su esposa estaba embarazada y tildarlo de mentiroso.

Irónicamente, quien le aportó los dos mayores aciertos a Biden fue el propio Trump que minimizó, primero, el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021 cuando una turba de sus simpatizantes (a los que considera “guerreros” y “patriotas”) intentó interrumpir el recuento de votos e impedir la proclama de Biden como presidente electo al grito de “Cuelguen a Mike Pence” (el vicepresidente de Trump que se negó a desconocer el resultado electoral) causando 5 muertos, cientos de heridos y destrozos por 2 millones de dólares en lo que fue el primer asalto al Capitolio desde el incendio de Washington en 1814 por los británicos durante la guerra de 1812, acción por la que Trump fue procesado sin que se haya llegado aún a un veredicto final. Lo segundo que benefició a Biden fue la triple negativa de Trump a responder si respetaría los resultados de las próximas elecciones, respuesta que finalmente dio al ser emplazado por el moderador a contestar por sí o por no: “sólo si son justas y buenas”.

Como fuere, ha comenzado a barajarse la posibilidad de que la Convención Nacional Demócrata a reunirse entre el 19 al 22 de agosto en Chicago reemplace a Joe Biden como candidato para las elecciones presidenciales del 5 de noviembre de este año, elección que corresponde a los delegados, que son los representantes del partido que deben elegir a los candidatos. Estos delegados, comprometidos con el candidato al que dicen representar, son casi cuatro mil de los que el 99% responde a Biden, con el que están comprometidos y al que, salvo in extremis, no pueden desplazar. Sólo si Biden se retirara, quedaría una convención abierta (cosa que no ocurre desde 1952) en la que ni él ni nadie puede elegir un sucesor… por lo que se desataría una batalla desordenada entre los demócratas aspirantes al cargo para lograr el mayor número de delegados que respaldarían su nominación.

Atrapados entre la desesperación y la obligación de defender a Biden, varios encuestados al día siguiente dijeron que un debate no cambia nada sino las políticas que cada candidato lleva o llevó adelante. Mientras los demócratas aseguraban que “Esta vez es fascismo o democracia. Y votaremos por la democracia”, quienes votarían a Trump no pensaban lo mismo pues confían en que él “salvará a los Estados Unidos de la decadencia y la pobreza”, y aseguran que el millonario ha consolidado su imagen y apuntalado su triunfo con el 3% de votantes nuevos que eligen a Trump tras el debate.

(*) Juan Uriburu Quintana, Ph.D. en Estudios y Economía Asia Pacífico, National ChengChi University.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/salta