La física, los datos, ¿y el fin de la democracia?

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En la televisión albanesa se ve el video político de un candidato que, en lugar de exponer sus ideas o de enunciar su visión para, por ejemplo, la próxima década; muestra a un luchador de sumo, a un canguro y a su adversario político. Mientras, una voz “en off” pregunta: “¿Qué tienen en común todas estas imágenes”? Y la voz responde: “Que ninguno de ellos tiene la menor idea sobre Albania”.

En la televisión albanesa se ve el video político de un candidato que, en lugar de exponer sus ideas o de enunciar su visión para, por ejemplo, la próxima década; muestra a un luchador de sumo, a un canguro y a su adversario político. Mientras, una voz “en off” pregunta: “¿Qué tienen en común todas estas imágenes”? Y la voz responde: “Que ninguno de ellos tiene la menor idea sobre Albania”.

El aludido -indignado- convoca a una conferencia de prensa para declarar que ha sido comparado con un animal lo cual sólo funciona al revés; todos salen a buscar el video y a burlarse de él. El golpe de efecto ha sido dado; los resultados se cosechan por miles de millones en los centros de datos de campaña.

La anécdota, narrada en el libro “Los Ingenieros del Caos” de Giuliano da Empoli, muestra a la perfección la dicotomía y la incompatibilidad cada vez más profunda que existe entre la “política tradicional” y la “nueva política”. Nueva política que usa mecanismos democráticos para imponer reglas y conductas antidemocráticas que deslegitiman y rompen a los sistemas democráticos y a sus instituciones en su favor.

Atravesamos “la era del individuo tirano” como la define el filósofo francés Éric Sadin; un momento en el que imperan las economías extractivas de plataformas y la dictadura de la inmediatez. El mundo entero está al alcance de la mano y no más allá de la inmediatez de un click. A esta mínima escala temporal y espacial se ha reducido el mundo entero. Es difícil pensar -y creer- que un tsunami social de este tamaño no provocará un tsunami político de igual magnitud.

Si el signo de la época es la desintermediación y cualquiera puede ordenar cualquier bien o servicio por medio de una plataforma de manera inmediata desde la palma de la mano; ¿por qué ese individuo va a aceptar una intermediación política; y sentarse a esperar por resultados inciertos, en períodos inciertos, ¿provistos por personas inciertas? Esa es la verdadera disrupción; la política tradicional está muriendo tanto como toda forma tradicional de hacer política. Quizás hasta también esté muriendo la democracia como la conocemos; lo queramos ver o no.

Programando sociedades

En física es imposible predecir el comportamiento individual de cada molécula, por ejemplo, de un gas. Sin embargo, es posible predecir su comportamiento general observando al sistema completo. Como conjunto, este obedece reglas que hacen que su comportamiento general sea predecible.

La verdadera disrupción -la disrupción total- es que, hasta hora, no se podían gestionar mil millones de personas tanto como no se podían gestionar mil millones de moléculas. Algo cambió. Ahora sí se puede “ver” a cada persona de manera individual y, peor aún, es posible alterar su comportamiento individual de manera deliberada.

“Todo puede ser controlado usando los estímulos adecuados” afirmó Norbert Wiener, en 1948. Muy pronto, muchos economistas y sociólogos imaginaron que se podría controlar la economía y a la sociedad, solo que, en ese momento, no existía la tecnología necesaria para lograrlo. Hoy sí. Se llama Big Data y, sobre todo, Inteligencia Artificial. En línea con esta idea, en 2017, la revista Scientific American publicó un ensayo de varios investigadores que se preguntaban cómo se podría “programar a la sociedad”. En realidad, se preguntaban: ¿por qué no pasar de programar computadoras, a “programar gente”; a “programar sociedades”? Byung-Chul Han refuta afirmando que ya estamos “programados” por el enjambre digital, ante el cual quedamos “embotados, sordos, ciegos y mudos”.

El escándalo de Cambridge Analytics abrió el debate -jamás cerrado- sobre si las democracias son capaces de sobrevivir a la era de la Big Data. El referéndum sobre el Brexit en 2016 y 2019, las elecciones de Donald Trump de 2016, y muchos otros ejemplos desde ese momento hasta hoy; prueban de una manera casi definitiva lo fácil que es “arrear” a una sociedad en cualquier dirección, “sólo usando con los estímulos adecuados”, incluso con “tecnología primitiva”.

Ahora, a la exuberancia de la Big Data se suma el poder de las IAs y el poder de cómputo casi infinito de los nuevos centros de datos. Con este poder tecnológico combinado, los especialistas en ciencia de datos saben cómo influir de manera efectiva sobre cualquier electorado; tanto de aquellos “fáciles de influenciar” como de aquellos que se auto perciben inmunes a manejos.

El panóptico asfixiante

Los escritores solemos tener pesadillas recurrentes. El panóptico orweliano de “Gran Hermano” es una de ellas. No la banalización televisiva sino la posibilidad de un “Gran Hermano” real. Sin embargo, el terror al panóptico no existe en las nuevas generaciones. Peor, ni siquiera conocen el concepto e, ingenuos, lo invierten. Los observados dirigen sus cámaras -atentas y vigilantes- hacia sí mismos y “se hacen” observar. Se muestran; se iluminan; se exponen gozosos en el enjambre digital. La angustiante sensación de ser observados todo el tiempo devino en necesidad de exponerse; de «ser vistos». De «ser notados». De «existir». No ser visto es no existir. La no existencia en el mundo virtual equivale a la muerte en el mundo real.

Para estas nuevas generaciones esta exposición pornográfica no es vigilancia. No tiene carga opresiva sino, por el contrario, lo viven como una elección liberadora. Tampoco la perciben intrusiva o invasiva. Al contrario, la necesitan; dependen de ella. El esperado «Me gusta» es el soma diario; droga en formato digital sin la cual se desestabilizan y desarrollan profundos conflictos psicológicos.

Cada red social, cada cámara, cada interacción, cada “click”; es un rastro invisible y una marca digital única sobre nuestras preferencias y personalidad, que quedará grabado a fuego en el mundo físico de los datos infinitos. Cada cámara, cada red social, es un sensor que graba nuestra conducta; volviéndonos moléculas individuales. Singularidades. Toda la magia ocurre en la interpretación y en la manipulación de los datos. Al final, cierta gente -poca- conoce más sobre nuestras estructuras intrínsecas que incluso nosotros mismos. El Hari Sheldon imaginado por Asimov estaría extasiado. El “Gran Hermano” de George Orwell, también.

Política centrífuga

“En el viejo sistema, cada líder tenía instrumentos muy limitados para segmentar a sus votantes. Podía enviar mensajes específicos a determinadas categorías básicas, pero para lograrlo debía hacerlo públicamente. Cualquiera que quisiera crear un consenso mayoritario -y no solo un nicho-, se veía obligado a abordar al votante promedio con mensajes moderados sobre los cuales pudiera converger el mayor número posible de personas. El juego democrático tradicional tenía por tanto una tendencia centrípeta: ganaba quien lograba ocupar el centro del espectro político”; afirma Giuliano da Émpoli en “Los ingenieros del Caos”.

El mundo del panóptico invertido no funciona así. En este nuevo contexto no importa crear consensos. El objetivo ahora es identificar los temas transversales que importan a todos y explotarlos al máximo a través de una campaña de comunicación polarizadora e individualizada. “Ya no se trata de unir a los votantes en torno al mínimo común denominador, sino más bien de inflamar las pasiones de tantos grupos como sea posible y sumarlos luego sin el conocimiento de los implicados”. El comportamiento de los líderes y de los partidos políticos se hace inestable. Errático. Sólo cuenta e importa el golpe de efecto. El marasmo y la confusión son el sello del siglo. La radicalización y la polarización gobiernan. La incoherencia también. A la racionalidad se la aparta del camino como si se tratara de una peste. La política se hace centrifuga. ¿Cuánto tiempo será posible gobernar a sociedades plagadas de impulsos centrífugos cada vez más fuertes y poderosos?

Un mismo manicomio

Hemos liberado los impulsos más inconfesables y violentos de cada uno de los individuos. Rotos los tabúes, gobernantes y gobernados, vuelcan su dosis diaria de odios, insultos, violencia, xenofobia, racismo, intolerancia y mentiras; todo fogueado por mensajes “personalizados” que incitan a una mayor acción.

Hemos liberado al genio de la lámpara de su prisión eterna; ¿cómo se lo confina, otra vez? Hemos abierto -de manera irresponsable-, la Caja de Pandora y “todos los males del mundo” han salido de la vasija. «Elpís», la esperanza, es el único mal que ha quedado encerrada en ella.

Las nuevas generaciones reciben esta educación cívica violenta e iliberal; lo que pautará su conducta futura. Cuando los monstruosos líderes actuales pasen de moda, -y pasarán de moda cuando ellos tampoco sean capaces de satisfacer las promesas que hicieron, sobre las ruinas de las promesas incumplidas y de las ilusiones destrozadas de sus antecesores-, resultará imposible pegar lo que se ha roto. Cuando esto suceda, los nuevos votantes, ¿guardarán al genio en la lámpara y volverán al centro; o pedirán soluciones todavía más radicales?

Miro a nuestro pobre país y tiemblo. Siento que somos pocos en el temor. “A los tibios los vomita dios”, me gritan. Me gustaría poder correr a otro lado, sólo que la aldea global comienza a parecer todo un mismo manicomio.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales