Furia de aspirantes a titanes

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“La Patria no se vende”. Una consigna con apoyo tan unánime solo puede ser equívoca.

Que el sacerdote Carlos Saracini la haya invocado e invitado a corear en el momento del Ofertorio durante una misa en memoria de una dirigente ejemplar en la defensa de los Derechos Humanos, Nora Cortiñas, es otro síntoma de la descomposición que atraviesa a la cultura política argentina. Saracini, actuando como político, se mete en una militancia que confunde los roles. Porque ese cántico que él sacraliza fue creado por la oposición política contra Javier Milei, los derrotados de noviembre de 2023 y que gobernaron durante 16 años. Es la canción de guerra de Axel Kicillof, de los intendentes del Conurbano, de los Máximo Kirchner, Carlos Grabois, Carlos Mayans, y tras ellos, Cristina Kirchner.

La liturgia de Saracini fue celebrada por la militancia K y, en tono irónico, lo calificaron como un “mensaje de las fuerzas del cielo”, el mito instalado por el presidente, que presenta sus proyectos como un mandato de Yavé a Moisés, y a la humanidad.

La consigna política rezuma olor a naftalina en un país que la viene escuchando desde hace sesenta años, justamente, el período de tiempo en que el retroceso económico y social nos ha llevado a límites inimaginados ni en los días del Cordobazo (1969). Entonada como canción litúrgica en un tempo católico es un síntoma de regresión al siglo IV, cuando el emperador Constantino cristianizó a Roma por decreto y a mazazos. La ilusión teocrática.

Desde Milei actuando como si bajara del Monte Sinaí y Saracini convertido en el profeta que condena a Sodoma y Gomorra, la política se transforma en discusión teológica mientras que la pobreza se duplica. Todo evoca a la pantomima de “la mesa del hambre”.

La “Patria no se vende” es un latiguillo que compartieron siempre el fascismo y las izquierdas en cada una de sus gamas. Pero funciona como un cristal distorsivo para analizar la realidad nacional. Que la Argentina no se haya adecuado a las exigencias de un mundo globalizado es un problema muy serio que no se resuelve con pancartas.

Privatizar empresas del Estado en condiciones tales que mejoren su eficiencia, generen empleo genuino, paguen impuestos en vez de coleccionar subsidios es consolidar a la Patria, que sin equilibrio fiscal está condenada a la descomposición y a la pobreza. La “renacionalización de YPF”, dispuesta por Néstor y Cristina Kirchner poco beneficio le dejó a la Patria. Primero impusieron a un socio que, sin poner un peso, se quedó con el 25 % de las acciones de la petrolera, y luego, cuando decidieron expulsar a Repsol, terminaron con una indemnización a la empresa española muy superior al valor de sus acciones y en un juicio del socio (travieso) de los Kirchner, el grupo Ezkenazi, con un fallo adverso que costará US$ 16 mil millones de dólares. Ahora, nos enteramos de que hay que pagar US$ 1.670 millones a cuatro fondos de inversión que compraron títulos emitidos entre 2005 y 2010 que estaban ajustados al PBI y “la picardía” de Néstor lo llevó a creer que había que cambiar los datos del INDEC, porque los acreedores se iban a chupar los dedos. Vender estancias a inversores extranjeros, mientras cumplan la ley no es perder soberanía; en cambio, apoyar a grupos (con sede en Londres y en la Patagonia chilena) que invocan derechos mapuches para ocupar tierras privadas, declararlas territorio recuperado y lugar sagrado, donde no pueden entrar gendarmes ni jueces, ¿eso no es vender la Patria?

¿Y ceder, a cambio de una deuda leonina, parte del territorio de Neuquén para que China instale una base militar a la que las autoridades argentinas no tienen acceso ni derecho a auditoria? Acordar, a cambio de negociados secretos, la impunidad de funcionarios que participaron de los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA, con la aprobación del Congreso ¿No es vender la Patria?

Las defensas

Para los defensores de “la soberanía y la emisión sin límites#, una advertencia del economista Héctor Giuliano, insospechable de simpatías libertarias. Hace un año estimaba que la deuda pública superaba los US$ 540 mil millones. Y que el Banco Central pagaba en concepto de intereses por las Leliq el equivalente a “diez hospitales o más de cien escuelas cada día”. Una deuda impagable, se refinancia. ¿Y quiénes son los acreedores de esa deuda sobre deuda generada durante veinte años? Los fondos de inversión. Los buitres.

La política no puede funcionar con mitologías.

Javier Milei debería comprender que no es un profeta milenial, sino un presidente de la Nación. Viajar menos y ocuparse de seleccionar funcionarios idóneos. El escándalo de los comedores y los alimentos vencidos es un síntoma de que los milagros no existen. No hay “fuerzas del cielo” que salven a un gobierno caótico.

Entre tanto, el padre Saracini y todos los feligreses de las otras “fuerzas del cielo” deberían sincerarse y decir que quieren que Milei fracase y que se vaya lo antes posible.

Ni el cielo ni el pasado. El país necesita, de una vez, debatir democráticamente, el futuro.

Fuente: https://www.eltribuno.com/salta/seccion/policiales